jueves, 13 de septiembre de 2007

Una medalla: cinco dólares



Pedro Díaz G.

Francisco Cabañas, primer mexicano en obtener presea olímpica, juzga ahora: "Todo se ha vuelto muy lucrativo"

De deporte mexicano habla quien a nuestro deporte dio su primera satisfacción olímpica, Francisco Cabañas: Hay algo que me da mucho gusto: que a través de los años México se ha ido superando en materia deportiva. Cuando yo fui a la Olimpiada, por falta de dinero habían quitado de las listas para el viaje a Los Angeles a 21 deportistas tan sólo de atletismo. Lo hicieron porque sus marcas no servían para competir a nivel internacional. Ya ahorita el atletismo está como uno de los mejores deportes. ¿Por qué?, porque se le ha dado apoyo. Pero sobre todo porque el deporte, todo, se ha vuelto un negocio muy lucrativo. Ahorita un muchacho dedicado se mete a entrenar dos, tres, cuatro años, gana dos maratones y tiene para vivir el resto de su vida. Los deportistas de ahora viajan, ganan y ponen en alto el nombre de México.

Francisco Cabañas el hombre que como recuerdo perenne de su incursión a Juegos Olímpicos guarda aún el vale por 300 pesos que en 1932 le firmaran las autoridades deportivas, dinero que nunca le pagaron el devenir histórico de lo que a él le atrapó desde que a los 16 años hizo ídolos propios a aquel grupo de peleadores que viajó a los Juegos de Amsterdam, en 1928, cuando se hizo, como ellos, sportmen.

"En mis tiempos no sólo tuvo mi madre que darme todos sus ahorros pues yo también estaba en la lista para quedarme fuera de la delegación; no sólo tuve, para viajar, que recibir dinero de una función de boxeo, monedas que los aficionados aventaron después de que peleó Chucho Nájera y un rival de apellido Guerra cuyo nombre se me pierde en el tiempo; no sólo hubo que juntar casi 700 pesos para asegurar mi estancia, pasajes y comidas. Sino que únicamente recibí, ya con mi medalla al pecho, una invitación a cenar del general don Tirso Hernández, al frente del equipo olímpico, en donde me dijo: 'Paco, aquí tienes esto para que te ayudes aunque sea un poco con tus gastos...' ¿Sabe usted cuánto me dio?

Mueve la cabeza negativamente el reportero. Es lento el andar del medallista, suave la palabra, firme su expresión: ¡Cinco dólares!... ¡Cinco dólares!, que, a dos cincuenta, apenas servían para comer un par de días.

Sonríe evocadoramente Cabañas.

...Y pasaron las décadas. Y en 1968, a los ganadores de medallas les dieron hasta su casa. Los recibió el presidente. A nosotros en la estación Colonia del ferrocarril únicamente nos esperaban familiares. Y qué decir de los tiempos actuales: ya ve cuánto dinero gana Oscar de la Hoya por una pelea que fue, para mi gusto, puro teatro.

Mucho han cambiado los tiempos.

Y en cuanto a técnica deportiva, mire usted: yo hice algo así como 110 peleas amateurs y 10 como profesional. Y míreme, no tengo secuelas. Era, el boxeo, un fino arte de la defensa. Y modestamente no hubo quien me hiciera gran daño. Creo que por ahí, alguna vez, un rival sí logró cortarme. Nada más. Ahora el boxeo, al que tanto quiero, se ha vuelto simplemente una maquinita de tirar golpes. Sin ton ni son.

Nada hizo el gobierno por Francisco Cabañas. Tuvo, la figura deportiva, que trabajar hasta en cuatro diferentes sitios, en determinada época de su vida, para subsistir. Lo menos que esperaba yo era que me pagaran los 300 pesos que debía a mi madre y que usé para representar a mi país en el extranjero. Por eso conservo el vale, como muestra del apoyo que en aquel entonces era ofrecido al deportista.

Vendió hasta artículos de cocina a los inquilinos a los que cobraba la renta cuando, por un cuarto de siglo, trabajó para un alemán dueño de muchos bienes raíces.

El deportista requiere percibir una compensación por el esfuerzo, por el tiempo que pierde uno, porque realmente si se quiere llegar a figurar tiene que sacrificar muchas cosas. Muchas.



¿A quién se le ocurre?

Gusta don Francisco de la elegancia. Viste impecable y deambula parsimoniosamente hasta ubicarse en el par de sillas de jardín afuera de su hogar. Observa las plantas y los árboles "endiosado acá afuera", como le dice con cariño, su mujer, 62 años compañera y con 85 de edad. En muchas ocasiones, a lo largo de mi vida, me preguntaron: Paco, ¿si tú te sacaras la lotería, qué harías? Y siempre respondí sin dudarlo: "el bien..."

Le duele a Francisco Cabañas, 87 años joven, cada peso que, calcula, gastan los precandidatos en el presente, ese que ahora vive a paso lento, caminando apenas de un lado a otro de la unidad habitacional donde transcurre la vida al lado de su mujer.

Me duele, y mucho. Porque el país no anda como quisiéramos. Porque hay ocasiones en que parece se nos va de las manos. Porque con tanta delincuencia ya no sabe uno ni por dónde caminar.

Los tiempos lo obligan: pide, al concertar la cita, que el reportero traiga consigo una identificación. "El policía en la entrada del condominio la verificará", dice. Lo hace él mismo cuando, de pie, en el pasillo da la bienvenida. Certifica la identidad y pregunta, ¿de qué vamos a hablar?

Muchos son los temas en el siglo que concluye y que ha vivido casi en su totalidad: nació el 22 de enero de 1912.

"La cosa política está muy mal apunta. Los gobernantes y quienes aspiran a serlo únicamente están viendo cómo engordan sus bolsillos. Yo me pongo a pensar, 'caray, pues será el dinero tan definitorio para que hagamos todo a un lado y nos creemos una religión en torno a él'. Pues sí.

Habla con detenimiento del paso de la historia moderna del México que él, junto con tantos otros, logró fortalecer: ¿A quién se le ocurre poner, a estas alturas, a cuatro precandidatos? Para qué tirar tanto dinero a la basura. ¿Por qué no apoyar, de verdad, a la gente que lo necesita?

Tuvo su oportunidad, don Francisco de cumplir con las promesas cuando la ilusión del premio mayor, tornóse realidad: Hace 50 años mi mujer se sacó el premio gordo de la lotería.

Había que hacer el bien, entonces, tal cual se había pregonado.

Nos compramos una casita, muy hermosa, en Obrero Mundial. Y pusimos un negocio de flanes y gelatinas. Creció y creció y creció. Llegamos a tener hasta 12 camionetas de reparto. Le dábamos trabajo a una treintena de personas. Y de nuevo... el dinero. Invité a mi gente, sólo para que se lo llevaran. Fueron mis empleados quienes me dieron la puntilla... El dinero. Por supuesto que es bueno tenerlo: es lo que mueve al mundo. Pero no en extremo. ¿Para qué quieren los supermillonarios, tantísimo dinero? Esta gente gastando a puños. Y las comunidades, los indígenas; los pobres, sufriendo por, simplemente, llevarse un taco a la boca. Esas son las injusticias de mi México que todavía no alcanzo a comprender.



Ha mejorado el deporte

"Sí ha mejorado un poco el deporte. Mucha gente lo practica y qué bueno, porque sin duda es uno de los medios más importantes para mantenerse sano. Todavía nos falta mucho, pero para eso hay que invertir mucho dinero. Y desgraciadamente no hay."

Por su deporte mucho hizo, a lo largo de ocho décadas: maestro de generaciones de púgiles, todavía, hace unos cuantos años, preparó lo que denominó: Programa para practicar el boxeo. De él habla, al final de la charla con este diario: Un día fui al deportivo Hacienda, donde daba clases Ramón G. Velázquez y uno de sus asistentes, cuando un joven llegó sin saber más nada de boxeo, pero con la ilusión de practicarlo, le pidió se calzara los guantes e hizo lo mismo con otro muchachito que ya sabía boxear, o que, al menos, tenían más experiencia. "¿Te has puesto los guantes?", le preguntó. "Sí, alguna vez..." Los subió a combatir y yo pensaba pero qué cosa más estúpida está cometiendo. Lo único que se pudo notar fue que el nuevo tenía mucho valor pero carecía de cualquier técnica. Me puse, entonces, a preparar un verdadero programa de entrenamiento en donde antes de subir al cuadrilátero debía pasar un año completo, el aspirante a pugilista, aprendiendo todos y cada uno de los secretos del boxeo, que son muchos.

Caminó orgulloso Paco Cabañas a las oficinas de la Conade, en los tiempos de Raúl González; no le encontró. Pero, confiado, dejó en manos de alguno de sus asesores el valioso documento, producto de arduos años de elaboración.

Y fíjese cómo hay gente mala: nunca pude recuperarlo. Después supe que ese individuo lo anduvo pregonando y creo que hasta viajó con un equipo de peleadores.



Los malos

Un situación especial en la vida cotidiana del país: los malos.

La delincuencia. Cuánto malandrín anda ahorita robando, matando. No, en mis tiempos, allá por los treinta, había un general que puso orden. Ahora, según dice la prensa, los jueces dejan ir a los bandidos después de dos, tres días. Hace unos 50 años sucedió que había muchos malosos y este general instituyó que a aquel que se le agarrara haciendo crímenes, robando o matando, se le cortaba un dedo. Si reincidía, lo siguiente era cercenar la mano contraria. Esos individuos quedaban marcados y la gente se cuidaba de ellos. Aquellos que no se corregían, de plano, les aplicaban lo de antes, que no era pena de muerte pero sí algo similar: la ley fuga. "Te vas a echar a correr malvado; quizás te salves, quizás no..." Ninguno sobrevivió. No sería lo mismo, pero algo similar habría que hacer en estos tiempos.



Sábado 02 de octubre de 1999

domingo, 18 de febrero de 2007

Textos recuperados de






atletasdemetal.blogspot.com


Saturday, June 17, 2006






¿Alguna vez lo imaginaste así, Saúl?




Cuando cumplió un año de vida, sufrió poliomelitis. Y entonces sus días se llenaron, obligadamente, de ejercicios físicos. Rehabilitación. Hoy comparte la emoción de ver izada su bandera junto a Marion Jones y Konstantinos Kenteris

Pedro Díaz G. / Enviado

Sydney.-- ¿Cúal es el orgullo mayor, Saúl, el récord olímpico, el haber rebasado a tus rivales cuando casi te ves envuelto en un choque y el estadio lanza entero un rugido de pasión, el saber que tras tu medalla de oro partirás ráudo a México para abanderar a tus compañeros, que ya quieren volar acá para ser parte lo que ahora sientes?
¿Cúal, el haber vencido a la polio, que te dio apenas cumplido el primer año de vida, cúal?
Para mí escuchar el Himno.
Ahí, en el estadio. Ante 110 mil personas que se aprestan desde temprano para ver actuar a lo mejor que hay en el mundo, como tú.
--En los Juegos Paralímpicos --dice Ivar Sisniega apenas rebasada tu meta en los 1500 metros con silla de ruedas-- hay muchas categorías; es lamentable que no cuenta esta medalla, para la tabla genral, pero nohay que restarle méritos a los muchachos: son lo mejor que hay en esa disciplina, son la élite del deporte.
Dirá la historia oficial: el mexicano Saúl Mendoza se adjudicó la medalla de oro en los mil 500 metros en silla de ruedas, mientras su compatriota Ariadne Hernández fue tercera en los 800 de la misma modalidad, disputados como exhibición en el Estadio Olímpico.
Mendoza recorrió la distancia en tres minutos, seis segundos y 75 centésimas para imponer un nuevo récord olímpico en esta modalidad y superar al francés Claude Issorat, segundo con 3:07.65, y al suizo Heinz Frei, tercero con 3:07.82.
En los 800 femenil, Hernández llegó tercera, luego de liderar una buena parte de la competencia, con registro de 1:56.59, sólo superada por la australiana Louise Sauvage, ganadora con 1:56.07, y la japonesa Wakako Tsuchida, segunda con 1:56.49.
Eso dirá, pero las emociones, Saúl. Ver que a tu lado Claude cae de la silla en el momento previo a recibir los honores de su vida. Y ríe él. Y ríen todos.
Y el espectáculo entonces viaja entonces de lo grotesco a lo sublime.
Y vuelan por redacciones boletines:
Saúl Mendoza llegó a la prueba de exhibición como uno de los favoritos para lograr el primer sitio, luego de los éxitos conseguidos en las principales justas internacionales, entre las que se cuentan las
medallas de oro logradas en los Juegos Mundiales Sobre Silla de Ruedas de Nueva Zelanda en 1999 y en el Campeonato Mundial de Atletismo para Discapacitados, en los que Mendoza conquistó medalla de plata en 10 mil metros y los bronces en los 1,500 metros y 5000 metros, respectivamente.
El triunfo de Saúl Mendoza incrementa su lista de logros obtenidos en el Mundial de Atletismo de Sttutgart, Alemania, en 1993, en donde consiguió el primer lugar en la carrera de exhibición, mientras que en los Juegos Olímpicos de Atlanta ‘96, se ubicó en el cuarto lugar y ahora se queda con la medalla de oro en los 1,500 metros en los Juegos de Sydney.
Por su parte, Ariadne Hernández quien se convirtió en la primera atleta latinoamericana en participar en pruebas de exhibición en Juegos Olímpicos, se apuntó la medalla de bronce en la final de los 800 metros de la categoría abierta.
Ariadne Hernández, quien forma parte de la selección femenil de atletismo sobre silla de ruedas para los Juegos Paralímpicos, se convierte en la primera medallista latinoamericana en carreras de exhibición en Juegos Olímpicos. Ariadne obtuvo el bronce en los 400 metros en los pasados Campeonatos Mundiales de Atletismo de Birmingham ‘98.
¿Cuál, Saúl, el orgullo que te mueve?
Tratas de explicarlo:
--Pues sí, todo esto me motiva aún más de venir a correr en lo Juegos Paralímpicos. Me da mucha alegría poder representar a México aquí, esta noche, dignamente.
Esta noche, Saúl:
Vibra el estadio y se sumerge en porras que hacen daño. Que arañan el corazón, el alma, los sentidos. Las tuyas gritan ¡Mé-xi-co!, ¡Mé-xi-co!, y México tan lejos. El equipo todo se volcó no falta nadie.
Te espera todavía lo mejor: regresar de inmediato a la Patria, tomar en tus manos la bandera, ser ejemplo. Y regresar por más, tres pruebas más: 800, 1500 y 5000 metros.
Esta noche, Saúl, en la que Marion Jones responde así al escándalo: deja atrás a la heroína australiana que, por qué lo hace, corre una prueba que, lo sabe, no es la suya y termina en el séptimo sitio. Responde así, la hermosa morena, a esto:
"El atleta estadounidense C.J. Hunter, esposo de la estrella Marion Jones, dio positivo con esteroides prohibidos en cuatro ocasiones desde junio, anunció el Comité Olímpico Internacional (COI). El presidente de la Comisión Médica del COI, príncipe Alexandre de Merode, dijo que Hunter dio positivo con nandrolona tres veces, además del análisis positivo del 28 de julio en Oslo, que fue anunciado el lunes".
Marion Jones gana los 200 metros planos. Esta noche, Saúl. De Bahamas, la bahameña Pauline Davis-Thompson se llevó la medalla de plata y Susanthika Jayasinghe, de Sri Lanka, la de bronce.
Esta medalla dorada se suma a la que Jones conquistó en los 100 metros planos para consolidarse como la mujer más rápida del orbe.
Jones busca también las preseas de oro en el salto en largo y los dos relevos
Esta noche, Saúl en la que algo falta: la esbelta y poderosa figura de Michael Johnson en los 200 metros, pues, no se clasificó hace unas semanas. Es entonces para el griego la gloria olímpica, el corredor griego Konstantinos Kenteris, que lo había pronosticado, antes de las semifinales de 200 metros que sería el único atleta blanco en la final olímpica de esa distancia, y se cumplió su pronóstico.
Kenteris estuvo en la final, la ganó y se coronó campeón olímpico de la especialidad.
El pueblo australiano vivió una situación similar, a la que vivió el país. El nuestro: como aquella vez que, cuando en Moscú, todos esperábamos ver salir del túnel a Daniel Bautista.
--No, a mi no, por favor --clamó a los jueces, que esta vez hicieron lo correcto, no como cuando pasó a Bernando Segura-- no, no. no...
Jane Saville terminó su sueño olímpico ante la tarjeta roja, a un minuto de la meta.
Los australianos se lamentan. Lloran, no escuchan, gracias a ella, en el estadio, entre tanta, tanta gente, su himno nacional.
Nosotros sí, Saúl, esta, tu noche.



Septiembre, 2000
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Friday, June 16, 2006

Con los pies en la tierra

Pedro Díaz G.

Apresura el llavero, Fernando Platas Álvarez. La PT Cruiser gris le espera en el estacionamiento del CDOM lleno al borde de obligar a muchos visitantes a dejar su automóvil en doble fila, sobre avenida del Conscripto; ya toma de la mano a Jashia Luna, su novia, rosa rosa en mano.
Un compromiso escolar le aguarda al clavadista que competirá en tres metros, diez y sincronizados, en Sydney.

Pero el titular de la Codeme le pide no abandone el salón, porque habrá un importante anuncio. No lo hace, Fernando, y en unos minutos tiene alrededor suyo a una innumerable cantidad de reporteros, queriendo saber la opinión del joven abanderado.

A los aplausos, bullas y saludos siguen las declaraciones.

¡Pa-sare-la!...

Presión es lo que tendrá, extra, el moreno atleta de carisma y sencillez en el trato. ...Ya estaba obligado a hacer un buen papel; esto me motiva doblemente. No sólo debo ir por un buen resultado, sino que, además, debo ser buen ejemplo para todos: compañeros y aficionados. Es un honor y es muy grato para mí ser el abanderado, ayer me lo dijeron y me llenó de satisfacción.

Platas Álvarez ya tuvo esa responsabilidad en el pasado: fue abanderado en los Juegos Mundiales Universitarios. Multimedallista con 15 años de carrera, ha tenido resultados importantes en las etapas del Gran Premio y Copas del Mundo.

Todo el equipo de clavados nos sentimos orgullosos. En este caso me tocó a mí, pero la verdad es consecuencia del trabajo de mucha gente.

Platas, junto con sus compañeros, regresa de una gira por Europa: Ronneby, Suecia; Madrid, España, y Messina, Italia.

“La designación llega en el mejor momento, cuando el trabajo es más pesado y uno se tiene que involucrar más.

Esto sirve de motivación”.

Fernando inició su carrera deportiva a los nueve años, en la Unidad Cuauhtémoc del IMSS, bajo la supervisión de Salvador Sobrino, en la actualidad entrenador en jefe del equipo australiano de clavados.

Su internacionalización llegó en el dual meet EU-México en Misión Viejo, California. Asistió a los Juegos Centroamericanos por categorías en Puerto Rico y Mundial Juvenil por edades. En 1989 participó en los Centroamericanos en Venezuela y el Mundial Juvenil en Madrid. En 1990 tomó parte en la gira por Europa en las competencias de Madrid, Viena, Bolzano, Rusia y Alemania, donde se ubicó en los primeros lugares en trampolín de tres metros y plataforma de 10.

En los Juegos Centroamericanos y del Caribe en México, logró medalla de oro en cada una de las pruebas. En 1991, fue al Campeonato Mundial de Perth, Australia, y Panamericanos de La Habana. En 1992, logró su calificación a los Juegos Olímpicos de Barcelona.

En 1993, fue segundo lugar en los Juegos Mundiales Universitarios, Copa del Mundo en Beijing, China, y en los Centroamericanos en Ponce, Puerto Rico. En 1994, participó en los Juegos de la Buena Voluntad en San Petersburgo, Rusia.

En 1995, repitió en el campeonato nacional en las tres especialidades y en los Juegos Panamericanos de Mar del Plata, fue segundo en trampolín de un metro y recibió el Premio Nacional del Deporte.

Para 1996, integró la delegación rumbo a los Juegos Olímpicos de Atlanta, donde sólo avanza a la final. Luego vienen sus participaciones más sobresalientes en los Grand Prix de la FINA y Copas del Mundo. En este año confirmó su boleto olímpico en la Copa del Mundo de Sydney, en enero pasado y en la reciente gira por Europa obtuvo una medalla de oro.

--Y ahora, la responsabilidad es doble. Doble --dice antes de partir.



Agosto, 2000

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Wednesday, June 14, 2006

Las memorias de El Tibio

Pedro Díaz G.


Suyo es el relato: "Estaba yo feliz, desde el día anterior, porque en mi heat eliminatorio pasé en primer lugar.
"En aquel entonces se manejaba mucho que los nadadores nos rasuráramos las piernas; se creía que te daba más velocidad. Al menos, la sensación de nadar con y sin vello es notable.

"Mis compañeros me convencieron de no rasurarme sino hasta la final. Yo pensaba: `¿Y si no paso?`, pero todos confiaban en que sí y dije, bueno, pues. Que la rasurada espere hasta el final".



Del purgatorio a los consejos de papá

"Ya a unos minutos de la prueba, en la Alberca Olímpica, había un cuartito al que le pusieron El Purgatorio , porque era, decían los nadadores, `la antesala del infierno`.

"Era la sala previa a tu momento olímpico. Había bancas numeradas del 1 al 8. Ya cuando nos dejan por fin allí a los ocho y estamos solos.

"Casi nadie se habla. Me acuerdo que fui al baño y me encontré con el japonés, que se miraba al espejo, así, cerquita, no sé, como si se estuviera exprimiendo un barrito o algo, pero no: sólo se estaba mirando. Yo decía: `qué onda con este cuate en el espejo`.

"Y entonces regresé y estaba, en una televisión chiquita, la prueba anterior. Y me dio risa porque sentado ahí un soviético y a su lado un estadounidense, y ambos viendo la tele, cuando se oye: `En sus marcas...` y `Trucutú`, como le decíamos al de la salida, el Trucu , anuncia la salida. Y ves cómo se agachan las niñas para lanzarse al agua, y el ruso se puso nervioso y que apaga la tele, cuando estaban a punto de salir! Y entonces el otro se le queda viendo, se levanta, prende la tele y la voltea, y se pone él solito a verla, interesado en la final previa.

"Todos, en ese momento, estábamos muy nerviosos. Pero ese incidente me tranquilizó. Salimos del Purgatorio , pasas el pasillo ese grandote antes de entrar hacia la zona de la alberca, donde hay unas bancas enormes, de cemento. Y ahí estábamos formados, cuando volteo y veo a mi papá, fíjate. Parado ahí. Y corre hacia mí y le digo: `Y tú, qué pasó, cómo te colaste, te van a sacar, qué estás haciendo`. Y me dice: `Vengo aquí a ayudarte, a que le eches ganas`. Y termina: `Ya, aunque sea tercero...

"Cómo papá. Cómo le deseas un tercer lugar a tu hijo, le decía yo. ¡Pídeme el primero!, no el tercero.

Él se apenó. Lo vi, y como que dijo: `Chin, creo que la regué`.

"Qué gacho, cómo tercero, pensaba yo. Pero es que él estaba más nervioso que yo. Motívame bien, papá. `Bueno, échele ganas y ahí nos vemos`.

"Y yo riendo y pensando, qué bárbaro, me cotorreé a mi papá".



Cuatro, tres, dos, uno...



"Pero al segundo siguiente sales a la alberca y empiezas a sentir, ahora sí, todos los nervios juntos: tu corazón se te siente en todo el cuerpo. La pulsación en todos lados la sientes, y sientes que empieza a latir más fuerte. Sin estar tú cansado, tu corazón empieza a prepararse. Y tu mente te está diciendo: ahí viene la friega. Pam-pam-pam. Sientes los latidos en la cabeza, en el cuello, en la boca...

"Yo trataba de calmarme: me decía, `ya me estoy cansando ahorita y todavía no hago nada...` Y pensaba entonces en mi prueba, la repasaba. Nos pusieron en la salida de la alberca, en las canastillas, y yo repitiendo mi prueba, tranquilo. Y tratar, ya, de no escuchar al público, porque se oía mucho el ruido del público: `Mé-xi-co!, ¡Mé-xi-co!...` En fin, tratando de bloquearme.

"Y recuerdo que sí lo logré, porque estaba yo quieto, tranquilo y concentrado.

"Y cuando caes al agua, por lo general, se te van los nervios. Pero a mí no se me fueron ahí. Siempre decíamos que el agua y los nervios no se llevan, pero ahí no se me fueron los nervios. Seguía muy nervioso, con ganas de ganar desde ahí, desde el principio: ¡irme con todo! "Me acuerdo que hasta pensé que tu mismo cuerpo te reclama: estás sufriendo, te dice: `qué estás haciendo aquí...` `¿porqué estás sufriendo, párate y ya vete`... Yo mismo lo pensaba: si ya me faltan 200 metros. Si los he hecho tantas veces, 200 metros. Ésa era mi manera de concentrarme; eso pensaba bajo el agua.



Brazadas de oro

"Y en los últimos 50 metros, cuando di la vuelta, sentía que me iban saliendo bien las cosas. En los últimos 50 metros te duele todo: te duele desde la punta del dedo, y sientes como si alguien te jalara. Y por eso es que tus entrenadores te dicen `¡estírate!`, porque ya no puedes ni estirarte, de cómo vienes, del mismo dolor. El estómago, las piernas. Sientes como que te falta el oxígeno.

"Así lo sentía, pero me tranquilizaba porque pensaba: `este cuate va igual que yo de fregado. Tengo que echarle más ganas`. Y oía ruidos, sabía que iba bien porque ya no lo veía. Como le llevaba un cuerpo, ya no lo veía. Y al gringo, aunque tienes una visión periférica, ya no lo veía, pero lo sentía.

"Porque abajo del agua se oyen las burbujas: "Brooom!, ¡brooom!, y hay quienes gritan: "Braaam, brooom, agggrrr", se escucha.

"Y cuando sacaba la cabeza alcanzaba a escuchar gritos de México. Voy bien, pero no sé cómo.

"Y pensaba: ya, ahí está la pared. Y me acuerdo que me tenía que estirar. Eso me habían dicho: `¡Estírate al final!, y estírate, no hagas caso a nadie`, me decían Johnson y Nelson. Toco la pared y oigo: `Aaaaaaaahhhh`, me acuerdo bien. Y tuve que voltear al tablero donde se ponían los nombres de nosotros, un foco rojo indicaba quien había tocado primero y el `1` del otro lado.

"Veo el foco rojo, mi nombre y, uta, se me salió el corazón igual, pero ahora sí de cansado. Yo quería brincar, pero no podía. No puedes ni moverte, no pude ni levantar los brazos, ahí en la alberca, pero qué satisfacción, qué victoria.

"Regresé a la orilla y el americano me felicitó, el soviético no, estaba muy molesto. Le dolió mucho la derrota.

"Después salí, y estaba yo muy contento, escuchaba un chorrro de gritos, agarré mi toalla, corrí hacia mis entrenadores. Y a disfrutar".

Explota la algarabía, el paroxismo es colectivo. Finaliza esa corta espera tan larga como un siglo. En las tribunas se produce un extraño rito de celebración: unos gritan, otros lanzan al aire las porras al Tibio.

Se mezclan las más encontradas expresiones de alegría, y es que esta noche México ha ganado, ya a sólo cinco días del adiós a los juegos, su primera medalla de oro en la XIX Olimpiada.

Sube a lo alto del podio el jovencito de sólo 17 años, alza los brazos jubiloso, la multitud le responde. De repente, otra vez, el silencio total. Nuestra bandera es izada y son diez mil voces las que cantan: "Mexicanos al grito de guerra..." y el jovencito enjuga, con su mano derecha, una furtiva lágrima.

No se considera un héroe, es ... simplemente un deportista que ha comprendido que para llegar a donde se desea, hay que poner toda el alma de por medio.





Octubre, 2003

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La leyenda del andarín





Pedro Díaz G.


Llegar a la cúspide deportiva no es fácil. Pero cuando se quiere y a uno le dan los medios para intentarlo, no hay que dudar. Hacen faltan medallistas. Más y más. Hacen falta ejemplos en nuestro país. Podemos tenerlos. Decidámonos.
Lo dijo José Pedraza.

El sargento. La leyenda que, con el rostro envuelto en sufrimiento, contagió a un país con su indeclinable tesón. Porque esa medalla de plata tendrá siempre adheridos los destellos dorados que arañó en su afán por vencer al ruso Vladimir Golubnichy.

Plata. Y lo inolvidable del momento: el emotivo ingreso del soldado de tez morena que devora el tartán en el estadio de Ciudad Universitaria, y las miles de gargantas en un grito enfurecido en franco apoyo hacia la victoria.

El soldado humilde que se vio obligado a trabajar desde pequeño. Ése que lo hizo en el área de Transmisiones del Campo Militar; a quien le gustó el basquetbol y el atletismo....

Pedraza: raíces purépechas, cara redonda curtida por el sol, el cabello corto, casqueteado. Y su palabra: "Cuando un chamaco se me acercaba y me preguntaba: `oiga, ¿y cómo ganó su medalla de plata? , yo le contestaba: `Por tarugo mano, porque si me hubiera preparado y entrenado mejor, esa presea pudo haber sido de oro, y yo un campeón olímpico , y la chamacada se botaba de risa".



Sus fascinaciones

Tres eran sus fascinaciones: el basquetbol, las carreras y el Ejército.

Por eso a los 15 años ingresó a Transmisiones y siguió corriendo las distancias largas.

Fue una tarde de agosto, 1964. La vida cambió. Ese día, después de sus labores castrenses, se fue a la pista de tierra del Plan Sexenal. Habría un chequeo con Eligio Galicia, los hermanos Tinoco y otros buenos corredores, sobre la distancia de los mil 500 metros. Pedraza ganó.

Era la primera vez que vencía a Galicia, sin lugar a dudas el mejor en esa prueba. Después del duchazo, todavía feliz, saboreando la victoria, Pedraza y sus compañeros se pusieron el uniforme y regresaban ya al cuartel.

Del Valle Alquicira le invitó a participar en esa peculiar prueba, la caminata. "Usted no sirve para las carreras de fondo, sino para las caminatas", le dijo.

A los 15 días de aquella invitación, Alquicira organizó una competencia: 5 mil metros de caminata. ¡Sorpresa!, los ganó Pedraza con ventaja de 300 metros sobre Márquez de la Mora; Colín llegó tercero y Baños en cuarto lugar.

Cuatro años después, Alquicira, en Ciudad Universitaria, atestiguaba ese inolvidable cierre de la prueba de los 20 kilómetros de marcha en los Juegos de la décimonovena Olimpiada...



Un potrillo hacia la medalla

"No hacía más que correr cuando chiquillo. Sin fronteras. Hasta que me cansaba, correteando animales o por puro gusto. Respiraba aire puro. Me gustaba andar por ahí, desbocado como un potrillo. Era como los niños de rancho: mi mejor juego fue tomar todo lo que la naturaleza nos dio: árboles, campo, piedras, arroyos, animales...".

Y una medalla. Ésta: Y llegó el día olímpico: 14 de octubre. El relato fue del sargento: "Hausleber y yo estábamos seguros de ganar, porque ya había vencido a los mejores, incluido Golubnichy, quien era muy famoso por su bronce en Tokio. Pensamos que la prueba no sería muy difícil, pero nunca calculamos que, al salir del estadio, uno de los andarines me pisaría el zapato. ¡Qué barbaridad! Cuando vi que el grupo se me adelantó como 40 metros, perdí la cabeza. De otro modo, no hubiera cometido el error de eliminar esa desventaja de inmediato, al subir por la rampa para salir del estadio. Ese jalón fue la muerte... Una burrada total.

"Competí tan a lo loco que, al llegar a los primeros cinco kilómetros, ya estaba en la punta, con el grupo en el que se encontraban Golubnichy, Smaga, Reimann, el japonés Saito y el estadunidense Rudy Haluza. Iba al parejo de ellos, pero ni mi respiración ni mis pulsaciones estaban bien y poco a poco fui perdiendo terreno.

"A los 12 kilómetros marchaba en el lugar 12, pero no me encontraba a mí mismo; parecía que no sabía caminar.

"Un grito de Hausleber me hizo reaccionar. Entonces apreté y empecé a mejorar hasta que en el kilómetro 16, pasé al tercer lugar, detrás de los soviéticos. En esos momentos me sentí feliz: `Ya tengo una medalla... Pero voy por más`. Estaba seguro de que los alcanzaría antes de la subida al estadio, pero entonces surgió otro problema: me tropecé antes de la subida y, para no cometer un faul, tuve que hincar la rodilla en el piso. ¡Qué mala suerte!..

"Otra vez, cuando ya los tenía a unos cuantos metros, los soviéticos volvían a escapárseme. Perdí como seis metros, distancia que a esas alturas, es ya muy importante.

"Cuando llegamos al estadio, ellos aprovecharon la bajada. Sabían que yo nunca me había distinguido por ser un buenazo para recorrer las pendientes, así que me vi forzado a dar más y más".

La llegada de los soviéticos a la pista causó estupor. La de Pedraza, un alarido.

La prueba se redujo, ya, a esos 300 metros. El paso firme del militar era como un presagio de que aquella medalla no sería sólo de bronce.

Pedraza atacó con rabia.

Hay quienes dicen que violó los reglamentos de la caminata en esa violenta acometida final. Lo cierto es que reducía la ventaja.

Ya. Es la primera curva. Smaga cede ante el brutal acoso. Es rebasado por Pedraza. Pero va tras él. Y el mexicano tras Golubnichy.

"Cuando pasé a Smaga me dije: `sí puedo, sí puedo` y concentré mi atención en Golubnichy. Sentí que lo alcanzaba. Pude escuchar su muy agitada respiración. Pero en los últimos 50 metros él dio el resto, ése que yo había perdido cuando me pisaron y me desconcentré; ése que se me fue en el tropezón; ése que se me fue en los metros que perdí en la bajada... Y ya no pude alcanzarlo. Quedé a paso y medio de él, con una rabia infinita por no haber sido capaz de ganar".

Golubnichy cronometró una hora, 33 minutos y 58 segundos; Pedraza, una hora y 34 minutos; Smaga, una hora, 34 minutos y tres segundos.

Pedraza agradecía la ovación, pero lo hacía con un lamento interior: Me había preparado para ganar... Y comprendía que esa medalla de plata era la consecuencia de mis propios yerros".

Día 14: su cúspide deportiva. "Hacen faltan medallistas. Podemos tenerlos. Decidámonos". Lo dijo él.


Octubre, 2003
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Tuesday, June 13, 2006

De una medalla robada; Bernardo Segura

IMÁGENES DE UNA LARGA TARDE


Ramón Márquez C. y Pedro Díaz G./ Enviados


Sydney.- Imágenes son de una larga tarde.
La tarde del escándalo…
- - - - -
Mario Vázquez Raña irrumpe furioso en el amplio salón, por el que, a través de un pasillo que forma una greca, los atletas que acaban de competir conceden entrevistas a los reporteros.
Y ahí, al pie de una puerta que da acceso a un pasillo interminable con puertas a ambos costados, empieza una agria discusión. A ella se unen Ivar Sisniega y Felipe Tibio Muñoz. Es fuerte el enfrrentamiento verbal con algunos dirigentes de la Federación Internacional de Atletismo Amateur
-IAAF, por sus siglas en inglés-. Es la discusión que precede a la protesta oficial del Comité Olímpico Mexicano por la tardanza de la IAAF en dar a conocer a Bernardo Segura que no, no era campeón olímpico en 20 kilómetros de caminata, porque había acumulado tres amonestaciones -equivalentes a una descalificación automática.
Todo mundo grita. Todo mundo empuja. Se atropellan las palabras, ecos incomprensibles de sí mismas. A un lado, aún atónito, Bernardo Segura recibe, de un juez, el documento oficial en el que se comunica dónde y cuándo se produjeron las tres amonestaciones.
-Yo no vi a ningún tercer juez -dice el marchista mexicano… -En dado caso, en ese momento debí de haber sido retirado de la pista.
--¿Qué pasa, que está sucediendo ahora?
--En realidad no lo sé -dice Bernardo, ausente su mirada-… Hablan de una tercera tarjeta, dicen que no he ganado, que me descalificaron…Pero no lo han hecho oficial todavía.
A unos metros de ahí, en la vasta sala de prensa en la que desperadamente teclean cientos de reporteros de todo el mundo, anuncia la anónima voz en el altoparlante:
--Atención, señores periodistas: autoridades de la IAAF han confirmado la descalificación del mexicano Bernardo Segura en la prueba de 20 kilómetros de caminata. Robert Korzeniowski es el ganador de la competencia; Noe Hernández es segundo lugar, y tercero Andreyev Vladimir.
--¿Qué están haciendo aquí los funcionarios del deporte mexicano? -preguntan a Bernardo.
--Sé que presentaron una protesta, pero ese tipo de apelaciones nunca prospera - responde, aunque de inmediato abre la puerta a la esperanza:
--Y si me regresan la medalla, qué bueno, porque la merezco.
--¿Y si no?
--Lo peor es que me hayan dejado festejar…
Manos desconocidas tiran de sus ropas.
--Que vengas, que vengas al salón donde se va a producir la apelación -le dicen.
Y se lo llevan.
Se pierde la figura de Bernardo por el largo túnel, caminando de prisa -¿también aquí?-, ahora detrás de los hombres de pantalón largo, que continúan discutiendo acalarodamente.
A unos metros de ahí, Korzeniowski marcó el número telefónico de su casa, en Krakow, Polonia, y comenzó a hablar con su esposa, Agnieszka…Repentinamente, alguien le trajo las buenas nuevas: ya no era medallista de plata, sino de oro. Rompió a llorar. Y dijo entonces a la amada Agnieszka: “Querida, querida, me estoy volviendo loco… Soy el ganador”.
Intermedia:


A UN KILÓMETRO
DE LA META

Sigue texto:

Con frialdad pasmosa lo da a conocer Brian Roe -hombre con cara sin alegrías, sin curiosidad ni expectativa, llena solamente de designios hostiles-, que en esta conferencia de hoy representa a los jueces internacionales de la caminata :
--La tercera amonestación para Bernardo Segura -que determinó su descalificación-, se produjo a jun kiilómetro de la meta.
Eso quiere decir que, cuando menos, y además del propio instante de sancionar por tercera ocasión al anarín mexicano, contaron con once minutos para comunicárselo y evitar que entrara al estadio y se sintiera campeón olímpico. Eso, cuando menos. Hay que agregar todo el tiempo del festejo, la vuelta al estadio, las entrevistas a la televisión, la charla con el presidente Zedillo…Entre cuarenta y cincuenta minutos más.
--¿Y por qué se tardaron tanto para darle a conocer que estaba descalificado?
Incapaz de responder a lo que no tiene respuesta, se pierde Roe por los terrenos de lo absurdo:
--Es que había mucho tránsito. No podíamos acercarnos a él. Y un helicóptero no hubiera podido acercarse al estadio. Había mucha gente en la calle.
Así que en estos tiempos de la cibernética, en los que fueron instalados 45 kiilómetros de cable de fibra óptica para facilitar la comunicación telefónica en el complejo olímpico, en esta época en la que hasta los niños juegan con un walkie-talkie, la IAAF carece de medios para dar a conocer a un atleta que ha sido descalificado.
¿Qué hay de aquellos tiempos en los que, inclusive, el juez que mostraba la tercera tarjeta se interponía entre el corredor y la pista para evitar que continuara avanzando?
--Nosotros podemos tardarnos el tiempo que queramos, el que necesitemos…
Y después se sumergen en un mutis irritante.

Intermedia:

JUSTICIA DIVINA

Sigue texto:

Roe y su cara dura ocupan el extremo izquierdo de una larga mesa en el salón de conferencias. En el extremo opuesto asoma el rostro juvenil y de autóctonas facciones de Noe Hernández. Al centro, las pálidas mejillas del eufórico polaco Robert Korzeniowski dan paso a un marcado arrebol; ha sido casi una hora y media de intensa presión y de ardua competencia bajo los fuertes rayos solares. Su simpatía es natural. Habla con tanta rapidez y en él tantas ideas a la vez, como la fuerza y la tenacidad que emplea en la pista.
Lo presentan como el primer campeón del atletismo olímpico en su versión 2000.
Lo presentan como el ganador, que es, de una segunda medalla de oro. En Atlanta 96 ganó la de la caminata de 50 kilómetros.
Lo presentan, en fin, como el pimer marchista que ha ganado las dos competencias olímpicas de caminata.
El se presenta, a su vez, como ferviente admirador del papa Juan Pablo II y agradece al Creador lo sucedido hoy. “Justicia divina”, dice.
Los azares del destino le han llevado a vivir una extraña coincidencia: en la final de los 20 kilómetros en Barcelona 92, Korzeniowski fue descalificado justo al entrar al estadio. Nadie marchaba a su lado. Era, de hecho, medalllista de plata. Dolorosamente eliminado, vio cómo esa presea iba directa al cuello de un competidor mexicano: Carlos Mercenario.
Ahora todo está de su lado, dice.
--¡No puedo creerlo!… En sólo un segundo pasé de ser medallista de plata a campeón olímpico. La victoria significa que mi preparación física y mental desde Barcelona 92 ha sido muy exitosa. Sufrí una descalificación similar a la de hoy y supe sobreponerme. ¡Esta medalla es la confirmación de mi talento!… -Lo dice con una sonrisa de neón recorriéndolo el rostro anguloso, y con un tono de voz festivo, ausente en él cualquier rasgo de vanidad…
--¿Qué lección le dejó Barcelona 92?
--Que la única regla es no tratar de ir más aprisa en los últimos metros, nunca tratar de dar alcancem a un adversario, porque puedes ser descalificado en los últimos 400 metros sin un aviso previo.
Korzeniowski ha omitido decir que en Barcelona 92 se establecieron dos récords: el suyo, de recibir ¡cinco amonestaciones!, y el de los jueces, de no descalificarlo en cuanto le aplicaron la tercera.
--¿Hará su tercer intento de convertiste en doble medallista en unos mismos Juegos Olímpicos?
Ni duda cabe:
--¡Por supuesto!… Antes de la prueba de hoy pensaba que sería muy difícil intentar repetir la medalla de oro que gané en Atlanta, pero ahora estoy seguro de que mi forma física es buena; ¡estoy en tan buenas condiciones para ganar los 50 kilómetros, que sólo el demonio de Tasmania podría vencerme¡
Pero, por ahora, dice entre risas, basta de entrenamientos y de Juegos Olímpicos.
--Voy a irme, a salir de la Villa Olímpica. Quiero ir a las playas toda una semana, quiero aires nuevos, nuevas motivaciones.
Esa será, sin duda, una de las más curiosas formas de prepararse para una competencia tan agotadora como la de los 50 kilómetros.

Intermedia:

ME DABAN RISA…

Sigue texto:

Después de la catarata oral y tan entretenida de Korzeniowski, el turno es para el difícil discurso de Noe Hernández. ¡Quiere decir tantas cosas!… Pero no llegan las palabras, las ideas se atropellan. Quedan inconclusas las frases… Pero, sobre todo, lo que en él aflora es una extraordinaria sinceridad. Y también hace reir a quienes le escuchan. Le han preguntado -¿alguna vez habrá sido hecha esa pregunta en una conferencia como esta?- si alguna vez soñó con ser medallista olímpico en natación….
--¡Nómbre!… Si allá en mi pueblo -Poza Rica, Veracruz-, nomás nos reíamos de ver cómo se meneaban los marchistas… Me daban risa… Ahí iban, nomás, moviendo de un lado a otro las caderas.
Mezcla los temas en su declaración, y va desde el agradecimiento hasta la narración del gran sacrificio para llegar a Sydney -tengo un año fuera de casa; ya me muero por ver a mi familia”, y luego a la profundidad:
--¿Qué opina de lo sucedido aquí?
--Que es una injuusticia. Yo, la verdad, no debo ser medallista de plata. Soy ganador de la medalla de bronce, porque la de oro pertenece en realidad a Segura. El la ganó en la pista.
--Pero, en fin, ya es usted un ganador olímpico.
--Nunca pensé en ganar aquí. ¿Cómo, si soy un novato, y sabía que me iba a enfrentar a grandes señorones de la prueba? No es fácil vencer a los grandeds campeones, así que hoy me he demostrado a mí mismo que sí, que se vale soñar…
Y cuando ya finaliza la entrevista con la prensa internacional, en el propio estrado se produce otro desagradable batalla, grotesca batalla, en la guerra que sostienen las hijas de doña tele nacional. Los televisos tiran del brazo derecho derecho de Noe; los teleaztecos del izquierdo. Ambos demandan su inmediata presencia. Y comienza el forcejeo verbal entre ellos. “Que decida él mismo”, dice alguien. Y el pobre Noe los mira a los dos sin saber qué hacer ni qué decir, porque esos dos son los ex marchistas, ex medallista olímpicos Raúl González -ahora teleazteco- y Carlos Mercenario -ahora televiso-. A gritos discuten los productores de ambas empresas, hasta que uno sugiere: “Mira, vamos afuera, al palco, para que no nos peleemos”. Y el Charro González, veterano cronista de la radio, los incita, también a gritos y muy divertido: “No, no, mejor sí, peléense… Sí, peleen. A madrazos es la mejor manera de resolver estas diferencias”. Pienso que si hay golpes, el primero va a ser para el Charro. Pero no. No hay golpes. Y mientras en el palco siguen discutiendo los hombres de la tele, el Charro interpone micrófono y grabadora: “Señoras y señores, estamos en Sydney, en vivo, ante Noe Hernández…” Y comienza una entrevista radiofónica histórica, porque los hombres de la pantalla han enmudecido por la sorpresa.

Intermedia:
Yo también soy juez

Sigue texto:

Se informa a la prensa internacional que, de acuerdo con el reglamento de la IAAF, el Comité Olímpico Mexicano ha presentado una protesta formal.
Ya reunidos están los máximos dirigentes de nuestro deporte con los tres miembros del Comité de Apelación -ninguno es de la misma nacionalidad de los atletas aquí involucrados- . El resultado de esa discusión, se dice aquí, será ofrecido en una hora.
Y esa hora coincide justo con la hora en la que ha sido programada la premiación a los marchistas.
Mario Vázquez Raña, quien sería el encargado de entregar las preseas, desiste de hacerlo. Está furioso. En privado discute con el moreno Lamine Diack, presidente de la IAAF. Allá, en uno de los cuartos al fondo del largo pasillo, se pelea con énfasis el destino de una medalla de oro.
Repentinamente se presenta Adrián Navarro, entrenador de Bernardo, pero no puede ingresar al salón de discusiones. Su acreditación, que marca tantas fronteras a quien la porta, no le permite esas atribuciones.
Admite su tristeza:
--…¿O no?… Porque ya eres campeón, ya festejaste, ya te entrevistaron, ya hablaste con el presidente de tu país, y que después te digan que estás descalificado… Aunque todavía no es seguro, porque me dicen que están liberando los jueces, y que una parte de ellos están a favor de Bernardo, por lo tardío de su descalificación. Y, pues… Todavía hay un hilito, una vela prendida.
--¿Y no le parece absurdo, Adrián, que en estas modernas épocas de la cibernética y la comunicación instantánea, un jurado se tarde más de media hora en dar a conocer una descalificación?
--Claro que sí. Es demasiado tiempo. Yo también soy juez internacional y siempre que estamos en una competencia así, de tal envergadura, tratamos de comunicarle inmediatamente al competidor su descalificación, para que no suceda esto, exactamente. Porque sabemos del dolor, la tristeza, todo lo que siente un competidor al saberse descalificado. Ellos tenían medios electrónicos para comunicar las tarjetas, porque vi en el pizarrón que el que ponía las tarjetas traía un micrófono y las estaba comunicando por radio o por teléfono. No pudieron, no debieron haberse tardado tanto tiempo en decirle a Bernardo que estaba descalificado.
--Sea usted juez de sus propios jueces, por favor…
--Definitivamente, se trata de una falta de comunicación efectiva o rápida. De una gran incompetencia, señor.
Ya en el centro de la cancha ha sido instalado el podio.
Ya está casi lista la primera ceremonia de premiación de atletismo en este Sydney 2000.

Intermedia:
¿Y Noe?…

Sigue texto:

Faltan 10 minutos para las siete, la hora marcada.
Por el largo pasillo de verdado acceso para la prensa, camina primero el ruso Vladimir Andreyev.
Instantes después aparece el polaco Korzeniowski
Especulan ingenuamente algunos reporteros mexicanos:
-¿Será que ya les van a comunicar que la medalla ha sido devuelta a Segura?
Perdónalos, Señor…
Pero, ¿y Noe?
Con desesperación repite Felipe Muñoz esa misma pregunta. Como no hay respuesta, es él quien escucha preguntas mil. “¡Busca a Noe inmediatamente!”, ordena a uno de sus subalternos antes de charlar con los periodistas.
Explica:
--No apelamos por las amonestaciones, por la descalificación. Nos mostraron el documento en el que se señala que Daniel fue amonestado a la 1.51 de la tarde, a la 1.59 y a las 2.05 -Daniel cruzó la meta a las 2.09. Y mientras el Tibio habla recordamos las palabras de Korzeniowski: “no tratar de rebasar a un contrario en la parte final de la competencia, porque serás descalificado”-. Respetamos el reglamento. Pero ese mismo reglamento dice que debe ser inmediata la comunicación a un competidor de que ha sido descalificado, y eso, claramente, no sucedió aquí.
Lo demás, dice el Tibio, es cuestión de semántica.
--Ellos se defienden argumentando que el reglamento no específica, en lo que a tiempo se refiere, la palabra “inmediata”… ¡Por favor!, les hemos dicho… La inmediatez no puede ser medida. Es eso solamente: la inmediatez…Pretendemos que esa falta de inmediatez anule el castigo. Es que no es posible: su error afectó no solamente a los Juegos, sino a un pueblo entero, al mexicano, que ya festejaba la conquista de esa medalla.
-¿Y?…
-Será muy difícil. Son ya tres horas de discusión, tres veces hemos apelado, y tres nuevas discusiones han surgido. Pero vamos a seguir peleando...
--Pero ya se aprestan a realizar la ceremonia de premiación.
--Eso no importa. No sería la primera vez en que en unos Juegos Olímpicos las autoridades enmienden un error y pidan a un atleta que devuelva su medalla.
Después apunta:
--Lo importante aquí, mira, es saber que los muchachos tuvieron una excelente preparación. En el trayecto final, entre el grupo de punteros figuraban tres mexicanos. Dos de ellos llegaron a la meta entre los tres primeros. Con descalificación o sin descalificación. Y eso es lo relevante…
De repente reacciona el Tibio:
¿Y Noe? ¿Dónde está Noe?
Nadie lo sabe. Lo cierto es que, de hecho, lo tiene secuestrado Televisa. La entrevista exclusiva, ya usted sabe… El tiempo olímpico puede esperar..

Intermedia:

Ya no hay vuelta de hoja

Sigue el texto:

Ha visto correr a Ana Guevara. Ahora presencia, con cierta expresión de melancolía, la ceremonia de premiación de los 20 kilómetros -¿de qué ríen quienes premian, después del escándalo que pesa sobre los hombros de la IAAF?-. Ahora comenta Ivar Sisniega:
--La forma, no el fondo, es lo que no estuvo bien, y eso se discutió sobre la base del propio reglamento de la IAAF que lo marca, pero tan les costó trabajo tomar una decisión, que fueron más de tres horas de definiciones. Insistimos a sabiendas de que se trataba de una protesta muy difícil de ganar.
--Estás hablando en pasado… ¿Quiere decir que ya se resolvió esto?
--Ya -responde el presidente de la Conade sin el menor gesto de dramatismo-. Ya no hay vuelta de hoja.
--¿Durante esas discusiones se habló de lo que para la IAAF representa el hecho de que casi 3.5 billones de personas que ven estos Juegos por la televisión, y que todo un país haya celerado la conquista de una medalla de oro para que, posteriormente, un grupo de jueces decida que todo eso ha sido falso?
--Sí. Inclusive Mario Vázquez Raña estuvo un rato muy largo con el presidente de la IAAF, y se reconoció que lo sucedido aquí es algo muy grave para la propia IAAF y, lógicamente, para los países afectados. Pero, ya lo sabes, eso es lo discutible de la caminata. Aquí lo desafortunado fue la manera con que se dio. Permitieron a todo un pueblo festejar, le dieron una gtran alegría para después quitársela… Pero hay una algo que no me gustaría que perdiera su auténtica relevancia…
--¿Qué es, Ivar?
--Que todo lo sucedido no nos lleve a menospreciar lo relevante de la medalla ganada por Noe, quien ganó a pesar de su juventud, de su inexperiencia. Eso hay que celebrarlo. Es una medalla de plata con un sabor un poco amargo, pero una medalla de plata ganada a toda ley…
Justo cuando los dos mexicanos del grupo final comenzaron a rezagarse -cuarto y quinto, quinto y sexto, sexto y séptimo, séptimo y octavo--, Bernardo se acercó a Noe. Conversaron rápidamente. Noe asintió con un movimiento de cabeza. Y comenzó la cacería. De flaqueza sacaron fuerza y comenzaron a escalar nuevamente. Cuando a la vista se encontraba ya la majestuosidad del estadio -dicen que en este tramo se produjeron las tres amonestaciones para Bernardo-, y en punta ya quedaba solamente Korzeniowski, Noe se fue detrás suyo hasta rebasarlo y contenerlo un poco. Cuando lo logró, Segura avanzó por fuera y se lanzó a la meta en primer lugar. Se sacrificó, pues.
Lo admitiría el propio veracruzano:
--Yo iba por la de bronce. El plan era que Bernardo ganara el oro…
Así de fácil. Así de naturalmente doloroso es el sacrificio del que viene. Luchar tiene por el que ya se va..
Otra vez lo voz de Ivar, cuando ya muere esta tarde del escándalo y saluda a la noche del escándalo:
--La IAAF tiene muy claro que se equivocaron en cuanto a la imagen que dan al mundo por manejar la caminata de esta manera, y que tienen que pensarlo muy en serio para que no vuelvan a pasar cosas tan penosas, tan lamentables… Cosas que tienen cierto aire de crueldad hacia el deportista.
- - -
Imágenes…
Imágenes finales en la noche del largo día del escándalo:
Bernardo Segura, cariacontecido:
--¿En cuatro años?… No lo sé. No sé si todavía tenga capacidad, fuerza… No sé si todavía tenga el deseo de seguir en esto.
Ivar Sisniega, cariacontecido:
--A ver ahora cómo levantamos el ánimo de la delegación.
posted by Pedro Díaz G. at 7:23 PM 0 comments
De una medalla robada; Bernardo Segura

IMÁGENES DE UNA LARGA TARDE


Ramón Márquez C. y Pedro Díaz G./ Enviados


Sydney.- Imágenes son de una larga tarde.
La tarde del escándalo…
- - - - -
Mario Vázquez Raña irrumpe furioso en el amplio salón, por el que, a través de un pasillo que forma una greca, los atletas que acaban de competir conceden entrevistas a los reporteros.
Y ahí, al pie de una puerta que da acceso a un pasillo interminable con puertas a ambos costados, empieza una agria discusión. A ella se unen Ivar Sisniega y Felipe Tibio Muñoz. Es fuerte el enfrrentamiento verbal con algunos dirigentes de la Federación Internacional de Atletismo Amateur
-IAAF, por sus siglas en inglés-. Es la discusión que precede a la protesta oficial del Comité Olímpico Mexicano por la tardanza de la IAAF en dar a conocer a Bernardo Segura que no, no era campeón olímpico en 20 kilómetros de caminata, porque había acumulado tres amonestaciones -equivalentes a una descalificación automática.
Todo mundo grita. Todo mundo empuja. Se atropellan las palabras, ecos incomprensibles de sí mismas. A un lado, aún atónito, Bernardo Segura recibe, de un juez, el documento oficial en el que se comunica dónde y cuándo se produjeron las tres amonestaciones.
-Yo no vi a ningún tercer juez -dice el marchista mexicano… -En dado caso, en ese momento debí de haber sido retirado de la pista.
--¿Qué pasa, que está sucediendo ahora?
--En realidad no lo sé -dice Bernardo, ausente su mirada-… Hablan de una tercera tarjeta, dicen que no he ganado, que me descalificaron…Pero no lo han hecho oficial todavía.
A unos metros de ahí, en la vasta sala de prensa en la que desperadamente teclean cientos de reporteros de todo el mundo, anuncia la anónima voz en el altoparlante:
--Atención, señores periodistas: autoridades de la IAAF han confirmado la descalificación del mexicano Bernardo Segura en la prueba de 20 kilómetros de caminata. Robert Korzeniowski es el ganador de la competencia; Noe Hernández es segundo lugar, y tercero Andreyev Vladimir.
--¿Qué están haciendo aquí los funcionarios del deporte mexicano? -preguntan a Bernardo.
--Sé que presentaron una protesta, pero ese tipo de apelaciones nunca prospera - responde, aunque de inmediato abre la puerta a la esperanza:
--Y si me regresan la medalla, qué bueno, porque la merezco.
--¿Y si no?
--Lo peor es que me hayan dejado festejar…
Manos desconocidas tiran de sus ropas.
--Que vengas, que vengas al salón donde se va a producir la apelación -le dicen.
Y se lo llevan.
Se pierde la figura de Bernardo por el largo túnel, caminando de prisa -¿también aquí?-, ahora detrás de los hombres de pantalón largo, que continúan discutiendo acalarodamente.
A unos metros de ahí, Korzeniowski marcó el número telefónico de su casa, en Krakow, Polonia, y comenzó a hablar con su esposa, Agnieszka…Repentinamente, alguien le trajo las buenas nuevas: ya no era medallista de plata, sino de oro. Rompió a llorar. Y dijo entonces a la amada Agnieszka: “Querida, querida, me estoy volviendo loco… Soy el ganador”.
Intermedia:


A UN KILÓMETRO
DE LA META

Sigue texto:

Con frialdad pasmosa lo da a conocer Brian Roe -hombre con cara sin alegrías, sin curiosidad ni expectativa, llena solamente de designios hostiles-, que en esta conferencia de hoy representa a los jueces internacionales de la caminata :
--La tercera amonestación para Bernardo Segura -que determinó su descalificación-, se produjo a jun kiilómetro de la meta.
Eso quiere decir que, cuando menos, y además del propio instante de sancionar por tercera ocasión al anarín mexicano, contaron con once minutos para comunicárselo y evitar que entrara al estadio y se sintiera campeón olímpico. Eso, cuando menos. Hay que agregar todo el tiempo del festejo, la vuelta al estadio, las entrevistas a la televisión, la charla con el presidente Zedillo…Entre cuarenta y cincuenta minutos más.
--¿Y por qué se tardaron tanto para darle a conocer que estaba descalificado?
Incapaz de responder a lo que no tiene respuesta, se pierde Roe por los terrenos de lo absurdo:
--Es que había mucho tránsito. No podíamos acercarnos a él. Y un helicóptero no hubiera podido acercarse al estadio. Había mucha gente en la calle.
Así que en estos tiempos de la cibernética, en los que fueron instalados 45 kiilómetros de cable de fibra óptica para facilitar la comunicación telefónica en el complejo olímpico, en esta época en la que hasta los niños juegan con un walkie-talkie, la IAAF carece de medios para dar a conocer a un atleta que ha sido descalificado.
¿Qué hay de aquellos tiempos en los que, inclusive, el juez que mostraba la tercera tarjeta se interponía entre el corredor y la pista para evitar que continuara avanzando?
--Nosotros podemos tardarnos el tiempo que queramos, el que necesitemos…
Y después se sumergen en un mutis irritante.

Intermedia:

JUSTICIA DIVINA

Sigue texto:

Roe y su cara dura ocupan el extremo izquierdo de una larga mesa en el salón de conferencias. En el extremo opuesto asoma el rostro juvenil y de autóctonas facciones de Noe Hernández. Al centro, las pálidas mejillas del eufórico polaco Robert Korzeniowski dan paso a un marcado arrebol; ha sido casi una hora y media de intensa presión y de ardua competencia bajo los fuertes rayos solares. Su simpatía es natural. Habla con tanta rapidez y en él tantas ideas a la vez, como la fuerza y la tenacidad que emplea en la pista.
Lo presentan como el primer campeón del atletismo olímpico en su versión 2000.
Lo presentan como el ganador, que es, de una segunda medalla de oro. En Atlanta 96 ganó la de la caminata de 50 kilómetros.
Lo presentan, en fin, como el pimer marchista que ha ganado las dos competencias olímpicas de caminata.
El se presenta, a su vez, como ferviente admirador del papa Juan Pablo II y agradece al Creador lo sucedido hoy. “Justicia divina”, dice.
Los azares del destino le han llevado a vivir una extraña coincidencia: en la final de los 20 kilómetros en Barcelona 92, Korzeniowski fue descalificado justo al entrar al estadio. Nadie marchaba a su lado. Era, de hecho, medalllista de plata. Dolorosamente eliminado, vio cómo esa presea iba directa al cuello de un competidor mexicano: Carlos Mercenario.
Ahora todo está de su lado, dice.
--¡No puedo creerlo!… En sólo un segundo pasé de ser medallista de plata a campeón olímpico. La victoria significa que mi preparación física y mental desde Barcelona 92 ha sido muy exitosa. Sufrí una descalificación similar a la de hoy y supe sobreponerme. ¡Esta medalla es la confirmación de mi talento!… -Lo dice con una sonrisa de neón recorriéndolo el rostro anguloso, y con un tono de voz festivo, ausente en él cualquier rasgo de vanidad…
--¿Qué lección le dejó Barcelona 92?
--Que la única regla es no tratar de ir más aprisa en los últimos metros, nunca tratar de dar alcancem a un adversario, porque puedes ser descalificado en los últimos 400 metros sin un aviso previo.
Korzeniowski ha omitido decir que en Barcelona 92 se establecieron dos récords: el suyo, de recibir ¡cinco amonestaciones!, y el de los jueces, de no descalificarlo en cuanto le aplicaron la tercera.
--¿Hará su tercer intento de convertiste en doble medallista en unos mismos Juegos Olímpicos?
Ni duda cabe:
--¡Por supuesto!… Antes de la prueba de hoy pensaba que sería muy difícil intentar repetir la medalla de oro que gané en Atlanta, pero ahora estoy seguro de que mi forma física es buena; ¡estoy en tan buenas condiciones para ganar los 50 kilómetros, que sólo el demonio de Tasmania podría vencerme¡
Pero, por ahora, dice entre risas, basta de entrenamientos y de Juegos Olímpicos.
--Voy a irme, a salir de la Villa Olímpica. Quiero ir a las playas toda una semana, quiero aires nuevos, nuevas motivaciones.
Esa será, sin duda, una de las más curiosas formas de prepararse para una competencia tan agotadora como la de los 50 kilómetros.

Intermedia:

ME DABAN RISA…

Sigue texto:

Después de la catarata oral y tan entretenida de Korzeniowski, el turno es para el difícil discurso de Noe Hernández. ¡Quiere decir tantas cosas!… Pero no llegan las palabras, las ideas se atropellan. Quedan inconclusas las frases… Pero, sobre todo, lo que en él aflora es una extraordinaria sinceridad. Y también hace reir a quienes le escuchan. Le han preguntado -¿alguna vez habrá sido hecha esa pregunta en una conferencia como esta?- si alguna vez soñó con ser medallista olímpico en natación….
--¡Nómbre!… Si allá en mi pueblo -Poza Rica, Veracruz-, nomás nos reíamos de ver cómo se meneaban los marchistas… Me daban risa… Ahí iban, nomás, moviendo de un lado a otro las caderas.
Mezcla los temas en su declaración, y va desde el agradecimiento hasta la narración del gran sacrificio para llegar a Sydney -tengo un año fuera de casa; ya me muero por ver a mi familia”, y luego a la profundidad:
--¿Qué opina de lo sucedido aquí?
--Que es una injuusticia. Yo, la verdad, no debo ser medallista de plata. Soy ganador de la medalla de bronce, porque la de oro pertenece en realidad a Segura. El la ganó en la pista.
--Pero, en fin, ya es usted un ganador olímpico.
--Nunca pensé en ganar aquí. ¿Cómo, si soy un novato, y sabía que me iba a enfrentar a grandes señorones de la prueba? No es fácil vencer a los grandeds campeones, así que hoy me he demostrado a mí mismo que sí, que se vale soñar…
Y cuando ya finaliza la entrevista con la prensa internacional, en el propio estrado se produce otro desagradable batalla, grotesca batalla, en la guerra que sostienen las hijas de doña tele nacional. Los televisos tiran del brazo derecho derecho de Noe; los teleaztecos del izquierdo. Ambos demandan su inmediata presencia. Y comienza el forcejeo verbal entre ellos. “Que decida él mismo”, dice alguien. Y el pobre Noe los mira a los dos sin saber qué hacer ni qué decir, porque esos dos son los ex marchistas, ex medallista olímpicos Raúl González -ahora teleazteco- y Carlos Mercenario -ahora televiso-. A gritos discuten los productores de ambas empresas, hasta que uno sugiere: “Mira, vamos afuera, al palco, para que no nos peleemos”. Y el Charro González, veterano cronista de la radio, los incita, también a gritos y muy divertido: “No, no, mejor sí, peléense… Sí, peleen. A madrazos es la mejor manera de resolver estas diferencias”. Pienso que si hay golpes, el primero va a ser para el Charro. Pero no. No hay golpes. Y mientras en el palco siguen discutiendo los hombres de la tele, el Charro interpone micrófono y grabadora: “Señoras y señores, estamos en Sydney, en vivo, ante Noe Hernández…” Y comienza una entrevista radiofónica histórica, porque los hombres de la pantalla han enmudecido por la sorpresa.

Intermedia:
Yo también soy juez

Sigue texto:

Se informa a la prensa internacional que, de acuerdo con el reglamento de la IAAF, el Comité Olímpico Mexicano ha presentado una protesta formal.
Ya reunidos están los máximos dirigentes de nuestro deporte con los tres miembros del Comité de Apelación -ninguno es de la misma nacionalidad de los atletas aquí involucrados- . El resultado de esa discusión, se dice aquí, será ofrecido en una hora.
Y esa hora coincide justo con la hora en la que ha sido programada la premiación a los marchistas.
Mario Vázquez Raña, quien sería el encargado de entregar las preseas, desiste de hacerlo. Está furioso. En privado discute con el moreno Lamine Diack, presidente de la IAAF. Allá, en uno de los cuartos al fondo del largo pasillo, se pelea con énfasis el destino de una medalla de oro.
Repentinamente se presenta Adrián Navarro, entrenador de Bernardo, pero no puede ingresar al salón de discusiones. Su acreditación, que marca tantas fronteras a quien la porta, no le permite esas atribuciones.
Admite su tristeza:
--…¿O no?… Porque ya eres campeón, ya festejaste, ya te entrevistaron, ya hablaste con el presidente de tu país, y que después te digan que estás descalificado… Aunque todavía no es seguro, porque me dicen que están liberando los jueces, y que una parte de ellos están a favor de Bernardo, por lo tardío de su descalificación. Y, pues… Todavía hay un hilito, una vela prendida.
--¿Y no le parece absurdo, Adrián, que en estas modernas épocas de la cibernética y la comunicación instantánea, un jurado se tarde más de media hora en dar a conocer una descalificación?
--Claro que sí. Es demasiado tiempo. Yo también soy juez internacional y siempre que estamos en una competencia así, de tal envergadura, tratamos de comunicarle inmediatamente al competidor su descalificación, para que no suceda esto, exactamente. Porque sabemos del dolor, la tristeza, todo lo que siente un competidor al saberse descalificado. Ellos tenían medios electrónicos para comunicar las tarjetas, porque vi en el pizarrón que el que ponía las tarjetas traía un micrófono y las estaba comunicando por radio o por teléfono. No pudieron, no debieron haberse tardado tanto tiempo en decirle a Bernardo que estaba descalificado.
--Sea usted juez de sus propios jueces, por favor…
--Definitivamente, se trata de una falta de comunicación efectiva o rápida. De una gran incompetencia, señor.
Ya en el centro de la cancha ha sido instalado el podio.
Ya está casi lista la primera ceremonia de premiación de atletismo en este Sydney 2000.

Intermedia:
¿Y Noe?…

Sigue texto:

Faltan 10 minutos para las siete, la hora marcada.
Por el largo pasillo de verdado acceso para la prensa, camina primero el ruso Vladimir Andreyev.
Instantes después aparece el polaco Korzeniowski
Especulan ingenuamente algunos reporteros mexicanos:
-¿Será que ya les van a comunicar que la medalla ha sido devuelta a Segura?
Perdónalos, Señor…
Pero, ¿y Noe?
Con desesperación repite Felipe Muñoz esa misma pregunta. Como no hay respuesta, es él quien escucha preguntas mil. “¡Busca a Noe inmediatamente!”, ordena a uno de sus subalternos antes de charlar con los periodistas.
Explica:
--No apelamos por las amonestaciones, por la descalificación. Nos mostraron el documento en el que se señala que Daniel fue amonestado a la 1.51 de la tarde, a la 1.59 y a las 2.05 -Daniel cruzó la meta a las 2.09. Y mientras el Tibio habla recordamos las palabras de Korzeniowski: “no tratar de rebasar a un contrario en la parte final de la competencia, porque serás descalificado”-. Respetamos el reglamento. Pero ese mismo reglamento dice que debe ser inmediata la comunicación a un competidor de que ha sido descalificado, y eso, claramente, no sucedió aquí.
Lo demás, dice el Tibio, es cuestión de semántica.
--Ellos se defienden argumentando que el reglamento no específica, en lo que a tiempo se refiere, la palabra “inmediata”… ¡Por favor!, les hemos dicho… La inmediatez no puede ser medida. Es eso solamente: la inmediatez…Pretendemos que esa falta de inmediatez anule el castigo. Es que no es posible: su error afectó no solamente a los Juegos, sino a un pueblo entero, al mexicano, que ya festejaba la conquista de esa medalla.
-¿Y?…
-Será muy difícil. Son ya tres horas de discusión, tres veces hemos apelado, y tres nuevas discusiones han surgido. Pero vamos a seguir peleando...
--Pero ya se aprestan a realizar la ceremonia de premiación.
--Eso no importa. No sería la primera vez en que en unos Juegos Olímpicos las autoridades enmienden un error y pidan a un atleta que devuelva su medalla.
Después apunta:
--Lo importante aquí, mira, es saber que los muchachos tuvieron una excelente preparación. En el trayecto final, entre el grupo de punteros figuraban tres mexicanos. Dos de ellos llegaron a la meta entre los tres primeros. Con descalificación o sin descalificación. Y eso es lo relevante…
De repente reacciona el Tibio:
¿Y Noe? ¿Dónde está Noe?
Nadie lo sabe. Lo cierto es que, de hecho, lo tiene secuestrado Televisa. La entrevista exclusiva, ya usted sabe… El tiempo olímpico puede esperar..

Intermedia:

Ya no hay vuelta de hoja

Sigue el texto:

Ha visto correr a Ana Guevara. Ahora presencia, con cierta expresión de melancolía, la ceremonia de premiación de los 20 kilómetros -¿de qué ríen quienes premian, después del escándalo que pesa sobre los hombros de la IAAF?-. Ahora comenta Ivar Sisniega:
--La forma, no el fondo, es lo que no estuvo bien, y eso se discutió sobre la base del propio reglamento de la IAAF que lo marca, pero tan les costó trabajo tomar una decisión, que fueron más de tres horas de definiciones. Insistimos a sabiendas de que se trataba de una protesta muy difícil de ganar.
--Estás hablando en pasado… ¿Quiere decir que ya se resolvió esto?
--Ya -responde el presidente de la Conade sin el menor gesto de dramatismo-. Ya no hay vuelta de hoja.
--¿Durante esas discusiones se habló de lo que para la IAAF representa el hecho de que casi 3.5 billones de personas que ven estos Juegos por la televisión, y que todo un país haya celerado la conquista de una medalla de oro para que, posteriormente, un grupo de jueces decida que todo eso ha sido falso?
--Sí. Inclusive Mario Vázquez Raña estuvo un rato muy largo con el presidente de la IAAF, y se reconoció que lo sucedido aquí es algo muy grave para la propia IAAF y, lógicamente, para los países afectados. Pero, ya lo sabes, eso es lo discutible de la caminata. Aquí lo desafortunado fue la manera con que se dio. Permitieron a todo un pueblo festejar, le dieron una gtran alegría para después quitársela… Pero hay una algo que no me gustaría que perdiera su auténtica relevancia…
--¿Qué es, Ivar?
--Que todo lo sucedido no nos lleve a menospreciar lo relevante de la medalla ganada por Noe, quien ganó a pesar de su juventud, de su inexperiencia. Eso hay que celebrarlo. Es una medalla de plata con un sabor un poco amargo, pero una medalla de plata ganada a toda ley…
Justo cuando los dos mexicanos del grupo final comenzaron a rezagarse -cuarto y quinto, quinto y sexto, sexto y séptimo, séptimo y octavo--, Bernardo se acercó a Noe. Conversaron rápidamente. Noe asintió con un movimiento de cabeza. Y comenzó la cacería. De flaqueza sacaron fuerza y comenzaron a escalar nuevamente. Cuando a la vista se encontraba ya la majestuosidad del estadio -dicen que en este tramo se produjeron las tres amonestaciones para Bernardo-, y en punta ya quedaba solamente Korzeniowski, Noe se fue detrás suyo hasta rebasarlo y contenerlo un poco. Cuando lo logró, Segura avanzó por fuera y se lanzó a la meta en primer lugar. Se sacrificó, pues.
Lo admitiría el propio veracruzano:
--Yo iba por la de bronce. El plan era que Bernardo ganara el oro…
Así de fácil. Así de naturalmente doloroso es el sacrificio del que viene. Luchar tiene por el que ya se va..
Otra vez lo voz de Ivar, cuando ya muere esta tarde del escándalo y saluda a la noche del escándalo:
--La IAAF tiene muy claro que se equivocaron en cuanto a la imagen que dan al mundo por manejar la caminata de esta manera, y que tienen que pensarlo muy en serio para que no vuelvan a pasar cosas tan penosas, tan lamentables… Cosas que tienen cierto aire de crueldad hacia el deportista.
- - -
Imágenes…
Imágenes finales en la noche del largo día del escándalo:
Bernardo Segura, cariacontecido:
--¿En cuatro años?… No lo sé. No sé si todavía tenga capacidad, fuerza… No sé si todavía tenga el deseo de seguir en esto.
Ivar Sisniega, cariacontecido:
--A ver ahora cómo levantamos el ánimo de la delegación.
posted by Pedro Díaz G. at 7:05 PM 0 comments
Tuesday, June 06, 2006

Raúl González, el atleta de México



Ramón Márquez C./ Armando Satow



Los Angeles, California, 11 de agosto de 1984.

Juegos de la vigésimotercera Olimpiada.

Casi las doce horas de este día intensamente caluroso.

Se bailan de sol las tribunas del Memorial Coliseum, Stadium.

Y se espera ya el arribo del ganador de los 50 kilómetros de caminata, nada menos que la prueba más larga y más agotadora de los Juegos.

Allí viene... Camina solitario.

En el jersey blanco está inscrito su número de competidor: 639 con letras mayúsculas: MEXICO.

Y no, no es sólo sudor ese que se desliza por las morenas mejillas y muere en el espeso mostacho.

Observen bien: también es llanto.

Llora el que en unos instantes será campeón olímpico.

De alegría, por supuesto.

¿0 no es así-....

- No precisamente- dice Raúl González, intacto aquel vivido recuerdo.

- Hurguemos-pues, en su interior.

Raúl:

Al acercarme al estadio, sabedor de que dominaba la competencia, de que la victoria estaba tan cercana, me invadió una extraña sensación en la que se mezclaban la alegría del triunfo y una inmensa nostalgia. En esos momentos no podía escuchar los gritos de la gente. Seguía en una lucha interminable por llegar. Al dar la vuelta para entrar al túnel del estadio, no pude contener mi emoción. Nunca había estado en un momento así en mi vida. Recordé aquel coro que mi madre cantaba a mi padre agónico:

Yo sé

Yo sé que el puede

Bendecirme a mí...

Mis lágrimas brotaban suavemente y se perdían en mi cara desencajada y sudorosa. Realizando un esfuerzo máximo, salí del túnel para entrar a la pista. Me encontré con el grito espontáneo y lleno de asombro de los espectadores que llenaban el estadio. Di la vuelta a la pista con el paso lleno de ansiedad por llegar, mientras que la-gente, de pie, aplaudía y no dejaba de gritar. Allí iba yo, al encuentro con mi destino, hundido en mis emociones desbordadas, dando los últimos pasos de muchos miles de kilómetros de entrenamiento para llegar.

En los metros finales me invadió el llanto. Y no pude contenerlo. Al dar el último paso, al cruzar la meta, me cubrí la cara con las manos y luego levanté los brazos al cielo para dar a Dios las gracias por todo... Por todo eso que sentí en ese instante. Por todo eso que El me permitía vivir tan intensamente... ¡Lo había logrado y no lo creía! ¡No podía creer lo que estaba viviendo!

Por fin.

Raúl González: campeón olímpico.

Quince años después de haber tomado aquella decisión de convertirse en competidor de caminata.

Doce años después de haber participado en sus primeros Juegos Olímpicos: Munich 72.

Y siguieron Montreal 76 y Moscú 80.

La cita con la historia se cumpliría en Los Angeles.

Era la cuarta oportunidad. La última...

Hacía apenas una semana que Raúl había conquistado la medalla de plata en los 20 kilómetros.

Pero, filosofa... La medalla de plata es importante, más no es sino sólo un premio al esfuerzo del deportista; es la de oro la que consagra.

¿Cuántas historias hay detrás de una sola medalla de oro?

¿Cuántas fechas?...

FECHAS HISTORICAS

Raúl nació el 29 de febrero de 1952 en China, Nuevo León, pueblo de largas temporadas de calor y de sequía. Tierra de campesinos que aman la esencia misma de la vida y la cultivan a pesar de la adversidad.

Infancia humilde aquella, pero plena de felicidad en el rancho de los abuelos. Había que hacer labores de casa, estudiar y cuidar el rebaño de cabras del abuelo, aquel hombre forjado a la antigua, tan duro pero tan humano. Era de sus cabras de donde salía aquel dulce de leche que hacía la abuela, quien, al caer la tarde, se metía a la cocina y preparaba aquellas suculentas empanadas de carne.

La vida se hizo más difícil cuando don Heriberto González Quintanilla decidió que la familia se mudaría a Río Bravo, Tamaulipas, en la frontera norte del país, para incorporarse a la pizca del algodón. El padre de Raúl construyó una casita con lámina de cartón en las afueras del Río Bravo, en aquel entonces un ejido. Ahí vivieron por varios años.

Raúl:

- Y conforme mejoraba nuestra situación económica, también aumentaba el número de mis hermanos.

Cuando se agotaron los campos de algodón, don Heriberto se contrató. como bracero. Y así, juntó un pequeño capital que le permitió instalar un modesto taller mecánico.

Mientras tanto, Raúl había culminado su primaria y allí, en Río Bravo, cursó la secundaria y la preparatoria. Mostraba ya su profundo interés por el deporte. Había practicado el boxeo, el beisbol y el futbol, pero lo que le apasionaba era la carrera.

Raúl:

Había descubierto que lo que más me gustaba no eran los deportes de conjunto, sino los individuales, en los que todo depende de uno mismo, en los que el que invierte esfuerzo y corre los riesgos es solamente uno y en los que, los malos resultados no se comparten.

Opté pues, por correr... Porque era como luchar contra mí mismo, contra mis errores mis defectos...

Septiembre de 1969:

En contra de la opinión de su padre quien insistía a su hijo en que permaneciera en Río Bravo y le ayudara en la conducción el taller mecánico- y con la bendición de su madre, doña Felipa Rodríguez, Raúl decidió viajar a Monterrey e ingresar a la Universidad Autónoma de Nuevo León para estudiar la carrera de ciencias Físico-matemáticas. Se fue sin recursos económicos y sobrevivió gracias al auxilio de un grupo de amigos. Pero no había dinero ni para el camión. Así que las caminatas diarias, para ir y regresar, de casa a la UANL, eran de varios kilómetros.

¿Acaso una premonición

Tal vez... Porque, aprovechando el fin de semana del 16 de septiembre e invitado por el profesor Guadalupe Hernández -quien fue su maestro de educación física en la secundaria una carrera en Río Bravo para celebrar el aniversario de la Independencia, Raúl -viajó a casa y se inscribió en el certamen. Pero ¡oh sorpresa!, ya en la línea de arrancada, el profesor Hernández se acercó a los competidores y les dijo: "Muchachos, esta prueba será de caminata, de tres kilómetros aproximadamente".

Raúl:

- Y sin dejarnos salir del asombro, se apresuró a hacer una demostración de la técnica de la marcha y luego dio inicio a la competencia.
Ya estando allí, pues no me quedó otra que participar. Gané, para mi sorpresa y con una buena ventaja.
El primer paso había sido dado. Raúl se enfilaba ya hacia su destino.

Lo demás sucedió a un ritmo vertiginoso, aún en contra de los deseos de Raúl, quien insistía en correr, no en caminar. El profesor Daniel Garza Moreno, responsable del atletismo en la UANL, advirtió desde ya, las disposiciones naturales de Raúl para la caminata y le insistió en que era ésta su prueba. Después lo hizo miembro del equipo atlético de la universidad y así, apenas a los diez meses de haber descubierto la marcha, Raúl ganó el Campeonato Nacional Juvenil, en Oaxtepec y llamó poderosamente la atención. del polonés Jerzy Hausleber, entrenador del equipo nacional, quien lo invitó a formar parte de la preselección. Así que, cuando todavía no se adaptaba al cambio, Raúl empacó nuevamente y el 6 de enero de 1971 se hizo así mismo una promesa: "Volveré sólo como un triunfador" y viajó otra vez en precaria situación económica, a la ciudad de México y se metió en el Centro Deportivo Olímpico Mexicano, a pesar de que durante 15 días no hubo lugar para él.

Ya estaba allí, al lado de los famosos marchistas mexicanos!.

Ya estaba, allí en ese nuevo mundo. De ilusiones... Y también de crudas realidades.

Raúl:

- Cuando ingresé al grupo de caminata, me propuse no sólo ocupar un lugar dentro de él, sino ser el mejor. Por eso me gustaba estudiar y aprender también de lo que hacía. Era un fanático del aprendizaje de todos los aspectos técnicos. La caminata me absorbió. El entrenamiento era muy pesado. Y continuar con mis estudios me era cada vez más difícil: andaba de una escuela a otra y no podía darle continuidad a mis estudios de físico-matemáticas, por más que lo intentaba.

Acerquémonos llevados por Raúl a un día cualquiera en la vida de un andarín:

- En caminata, una sesión de entrenamiento es algo especial. Algunas se prolongan por varias horas y uno se queda solo, con todo el tiempo para pensar, para motivarse y para analizar constantemente su desarrollo. A veces salíamos al despuntar el alba y regresábamos entre la una y las dos de la tarde, dependiendo del lugar donde se hubiese realizado el entrenamiento. Apenas teníamos tiempo para nadar un poco antes de comer y así desintoxicar los músculos. Al término de cada comida teníamos el tiempo necesario para realizar la segunda sesión de entrenamiento, que era normalmente de 4 a 5 de la tarde, con 10 kilómetros diarios de aflojamiento en forma suave. Después se imponía el masaje, luego de un baño de tina con agua caliente para relajar aún más los músculos. Y ya llega la hora de la cena y a dormir para recuperase y poder enfrentar el entrenamiento del día siguiente. Muchos fueron los días en los que me repetí con insistencia durante las prácticas: "Tengo que llegar más allá de donde los demás han llegado". Tanto me lo repetía, que se me hizo una costumbre y un hábito para todas las cosas que emprendo. Siempre he querido ser el mejor en lo que hago y sé bien, bien que lo sé, que para llegar a serlo no basta con desearlo...

Acción...

Tercer lugar en el Campeonato Centroamericano -Kingston, 1971- y buenos resultados en una gira de competencias del equipo nacional por Estados Unidos.

Y en el Campeonato Nacional - en esa ocasión considerado como eliminatoria oficial para los Juegos Olímpicos de Munich 72 falló en su prueba: la de los 20 kilómetros y tuvo que realizar un esfuerzo titánico para clasificar como campeón, en la de los 50.

Munich 72...

Raúl:

Se cumplía la primera ilusión de mi vida. Participar en unos Juegos Olímpicos representaba, a mis 20 años, un sueño cristalizado, una primera meta lograda a base de esfuerzos y una inmensa necesidad de ser alguien... De ganar.

Registró, en Alemania, un tiempo de 4h 26' 13": vigésimo sitio. Aceptable, en virtud de su novatez.

Pero no para él:

- Esa incapacidad para lograr un mejor puesto me dejó una insatisfacción y una amargura que no pude digerir durante mucho tiempo. Me decía a mí mismo: "hay a quienes no nos gusta ser perdedores; no hay razón para ser perdedor... ¿Por qué tengo que ser así?

Tengo derecho a estar en el podio de los vencedores". Desde ese momento supe que un lugar allí se conquista con mucho trabajo, con perseverancia, con esfuerzo, con tiempo....

A fines de 1972 y cuando se volcaban las críticas contra aquella delegación mexicana en Munich -sólo el boxeador Alfonso Zamora regresó con una medalla de plata. Raúl volvió a Monterrey, donde el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores le brindaba, a través de una beca, la posibilidad de terminar licenciatura de físico-matemáticas. Pero ya nada podría apartarlo de su pasión: la Competencia. Así que meses después tomó la decisión más importante de su vida: abandonó el Tecnológico y regresó al Centro Deportivo Olímpico Mexicano. Se trazó una meta irrevocable: ser campeón olímpico.

Pero no sería sólo un competidor más.

Dice Raúl:

- Al conversar con alguien, me gusta hablar del valor y del sentido social del deporte en general. Comprendí que la sociología del deporte era un tema que me apasionaba; por tal motivo, leía todos los libros que podía conseguir al respecto. Lo había decidido: sería hombre de deporte, del deporte y para el deporte.

1973:

Raúl González mejora todas sus marcas. Es campeón nacional en 20 kilómetros.

En el otoño europeo sorprende a la crítica italiana, al finalizar segundo en el Giro di Roma apenas a unos metros del alemán Bernd Kannenberg, campeón olímpico en Munich y poseedor de los récords mundiales de 20 y 50 kilómetros... En Inglaterra vence a los locales en la distancia de 10 kilómetros.

1974:

Medalla de oro en la prueba de los 20.11 kilómetros de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, celebrados en Santo Domingo, donde conoce a una linda chica: Yvette quien ahora es su esposa y madre de sus tres hijas. Después, nueva gira exitosa por tierras europeas.

1975:

Sobrevienen algunas lesiones y Raúl es superado en la eliminatoria de los 20 kilómetros. Daniel Bautista y Domingo Colín son los representantes de nuestro país en los Juegos Panamericanos que se disputan aquí. Y como la prueba de 50 kilómetros no es programada, Raúl se convierte en un espectador más de los Juegos. Viaja a Santo Domingo, en noviembre, y contrae nupcias con Yvette. Decide vivir en Toluca, para realizar ahí la parte fuerte de su preparación con miras a los Juegos Olímpicos de Montreal 1976.

La primera batalla es en México porque en virtud de que la prueba de los 50 kilómetros poco es programada en Montreal, seis andarines mexicanos, clasificados todos entre los diez mejores de¡ mundo, disputarían tres lugares en el equipo. Se imponen Daniel Bautista -ganador, a la postre, de la medalla olímpica de oro- Raúl González -quinto sitio- y Domingo Colín -descalificado-.

Raúl:
- Mi especialidad eran los 50 kilómetros, pero las justificaciones no valen cuando lo que se quiere es ganar.
Dos Juegos Olímpicos: Dos frustraciones.

1977:
Dos ligeros desmayos.

El primero, al intentar bajar en la prueba de los 50 kilómetros -campeonato nacional- la marca de las 3 horas y 50 minutos.

El segundo: "ya no puedo más... ¿Acaso debo retirarme?"

Sólo para encontrar el aliento de Hausleber:

- No quisiera que terminaras de esta manera tu carrera deportiva; me gustaría que la dejaras después de una buena actuación que compense el tiempo de trabajo; debes de luchar por seguir adelante y retirarte de otra forma y con satisfacciones..

Ya se disipa la sombra. Hacia adelante con renovados bríos.
Exhaustivo entrenamiento en Bolivia, al lado del Titicaca y en aquella escondida pista de aterrizaje, entre víboras y nubes de moscos.
Y triunfos como en cascada:

25 de septiembre: Primer Lugar en Milton Keynes, en la Copa Lugano, con registro de 4h. 04'16". El equipo mexicano de caminata que barre en esa competencia, recibe el Premio Nacional del Deporte.
1978:
25 de abril:
Primer lugar en la Semana Internacional de Caminata, en el autódromo de la Ciudad Deportiva. Tiempo: 3h.45'52". ¡Marca mundial en los 50 kilámetros!, superando el registro del alemán occidental Bernd Kannenberg, cappeón en Munich 72.

19 de mayo: Primer lugar en la prueba de pista, en Bergen, Noruega: 3h.52'23".

11 de junio: Nueva marca mundial, ahora en la competencia internacional- de Praga a Prodebady, la justa más tradicional y antigua de la caminata en Europa: 3h.41'19", con registros mundiales en 25, 30, 35 y 40 kilómetros.

Agosto: Plata en los 20 kilómetros de los Juegos Centroamericanos y del Caribe Medellín, Colombia-, superado sólo por Daniel Bautista.

Noviembre: el presidente José López Portillo le otorga el Premio Nacional del Deporte.

1979:

Principios de año: Raúl externa su deseo de participar en las dos pruebas de caminata. Jerzy Hausleber se opone. Aduce que es difícil abarcar ambas competencias. Y más aún cuando en 20 kilómetros destacan Bautista y Colín. Inconforme pero disciplinado, González acepta competir sólo en los 50 kilómetros en los Juegos Panamericanos de San Juan, Puerto Rico, donde alcanza el primer lugar. Posteriormente, repite la victoria en la Semana Internacional en esta ciudad y luego abandona, en el kilómetro 33, en Valencia, España. No obstante, días después, 25 de mayo, implanta en Bergen, récord mundial en pista, que aún persiste: 3h.41'39".

A continuación, decide establecer un nuevo registro mundial en la Copa Lugano, en Eschborn, Alemania Federal. Imprime un ritmo tan veloz a la competencia, que decae en los últimos kilómetros. Finaliza en cuarto lugar. Martín Bermúdez y Enrique Vera hacen el 1-2.

1980:

Marzo: nuevo triunfo en la Semana-Internacional. Dos más: en Rhede, Alemania Federal y en Bergen, con excelente registro de 3h.43'5l".

Se ha cumplido otro ciclo olímpico.

Se encuentran ya a la vista los Juegos de Moscú.

Todo mundo esperaba cuatro medallas.

¿Gran victoria?

No; debacle total.

Moscú fue sólo el escaparate de las dificultades que habían dividido, que habían desarticulado al equipo de caminata más poderoso de todos los tiempos.

Todo comenzó meses atrás, cuando la proyectada etapa final de entrenamiento, en Bolivia tuvo que ser cancelada por la inestabilidad política existente en aquel país. Desesperado y contra toda lógica, Hausleber decidió un viaje a última hora, a Puno, en el Alto Perú. Las opiniones se dividieron. Era peligroso experimentar en un lugar desconocido. Pero Hausleber cumplió con su objetivo. Y en la madrugada de un viernes de julio, el equipo mexicano de caminata partía hacia Puno, donde llegaría cinco días después de un accidentado viaje, en el que los retrasos de las líneas aéreas provocaron pérdidas de conexiones... Y valiosos días que deberían de haber sido aprovechados en intenso entrenamiento, fueron invertidos en escalas sin fin. El viaje final, de Arequipa a Juliaca, fue a bordo del famoso tren Transandino.

Raúl:

- El tren me recordó aquella época de la Revolución Mexicana, con sus bancas de madera, lleno de gente inca y aymará, pobladores del Alto Perú. Con nuestra ropa y maletas deportivas, poníamos una nota discordante, frente a sus atuendos típicos y sus bultos. Era una noche fría de crudo invierno. La temperatura llegaba a los 12 grados bajo cero. Nos cubríamos con todo lo que fuera posible y, como el boletaje estaba sobrevendido, no pudimos ni sentarnos: tuvimos que acomodar nuestras maletas en el piso y tratar de dormir sobre ellas. El trenecito sudaba la gota gorda para subir: patinaba por tanta carga y por el exceso de hielo en las vías. Por la ventanilla entraba el reflejo de la luz de una hermosa luna llena al caer sobre los blancos picos de la Cordillera de los Andes.

Hubo que trabajar horas extras y bajo gélidas temperaturas a las que, obviamente, el grupo no estaba acostumbrado.

Y llegaron las lógicas lesiones.

Ernesto Canto (20 kilómetros) y Enrique Vera (50) tuvieron que ser excluidos definitivamente del grupo. La responsabilidad de competir en las dos pruebas recayó en Raúl y en Bautista, quienes, por supuesto, no estaban adecuadamente preparados para ello.

Se había roto totalmente, la armonía entre los andarines.

Raúl:

- En medio de ese ambiente tan tenso llegamos a México y dos días antes de partir a Moscú, al profesor Hausleber se le ocurrió realizar una prueba de chequeo en Yautepec, con intenso calor y mucha humedad. Los resultados fueron pésimos, esencialmente en virtud del excesivo desgaste de entrenamiento y a nuestras luchas internas. Ese día, por la tarde, Hausleber ordenó otra revisión, en el autódromo, ahora a una distancia de 35 kilómetros. Demasiado ¡lógico. Hausleber mostraba que no sólo había perdido el control sobre el grupo, sino sobre sí mismo. Esas pruebas resultaron contraproducentes: lo poco que ganamos en Puno lo perdimos en Yautepec. La inseguridad era extrema.

Resultados:

Moscú 80: debacle total en los 20 kilómetros: Domingo Colín fue descalificado en el kilómetro 12 y Daniel Bautista a escasos dos kilómetros de la meta. Raúl ocupó el sexto sitio.

Y todavía faltaban los 50 kilómetros...

Raúl:

- Después de aquello tratamos de recuperarnos, pero el daño era irreversible. La ruptura con el entrenador fue total. Aún así, cada uno de nosotros abrigaba la esperanza del desquite. Fue imposible...

Martín Bermúdez fue descalificado y Daniel lo abandonó. González permanecía en la lucha y en el kilómetro 30 iba al frente, disputando el liderato con el alemán Hartwig Gauder. Pero.

Raúl:

- Ya cerca del kilómetro 35, empecé a sentir que la vista se me nublaba, como presagio de un agotamiento del cual no me recuperaría. Aquello era angustioso, desesperante. Quedaba ahí como único competidor mexicano, resistiéndome a desfallecer. Pero en el kilómetro 42 ocupaba ya el último lugar. De pronto, sentí que dos personas me tomaban por los brazos: me subieron a una camilla y me condujeron al servicio médico en los sótanos del Estadio Olímpico. Escuchaba a lo lejos los aplausos y los gritos para los jugadores. Y sin poder contener las lágrimas aparecieron en mis ojos. Fue frustrante: nadie de la delegación mexicana acudió a mí. Salí solitario de los servicios médicos sin que nadie me tendiera la mano o me dijera algo reconfortante. Anímica y moralmente me encontraba por los suelos.

Lo de Moscú no fue sino una consecuencia del exceso de confianza, de la soberbia y de la inmadurez del equipo; la simple suma de toda una endeble estructura deportiva. desde el dirigente hasta el atleta, pasando por el entrenador. ¿Culpables-... ¡Todos, en alguna medida!

Pasados unos meses y decidido a no quedarse con ese sabor amargo de la derrota y no obstante su precaria situación económica, Raúl reinició todo.

Pero, ¿cómo-...

Primera oportunidad:

El Instituto Nacional del Deporte le ofreció una beca para hacer un curso sobre organización deportiva en Alemania Democrática.

Recuerda Armando Satow, quien también tomó ese curso:

- Salimos en noviembre. Hacía un frío imposible para nosotros: oscilaba entre los 15 y 20 grados bajo cero. No obstante, cada día antes de clases, entre seis y siete de la mañana, Raúl tenía la motivación para salir a caminar a la pista, cubierta de nieve: 50 centímetros de, espesor. Después de una hora, desde las alturas de la escuela se podía contemplar el perfecto óvalo trazado por su caminar. Me decía: "Esto no puede terminar así... Tengo que volver. Tengo que buscar una medalla olímpica" .

1981:

Raúl se ha reintegrado al grupo de caminantes que inicia la preparación para los compromisos de ese año. Crecía entonces un rumor: que Hausleber y dirigentes de la Federación Mexicana de Atletismo y del Comité Olímpico Mexicano eliminarían a los andarines que habían competido en Moscú.

Lo intentaron, en el que la historia recoge como uno de los más controvertidos anuncios hechos en el deporte nacional.

El 10 de febrero y a solicitud de Jerzy Hausleber, la FMA convocó a una conferencia de prensa para dar a conocer un documento oficial: El reporte de Moscú firmado por el polaco y avalado por sus ayudantes, José Alvaro y Juan Hernández, el siquiatra Eugenio Barbera y el doctor Esteban García.

He aquí el juicio que se hacía a Raúl:

Raúl González: quinto lugar en los juegos Olímpicos de Montreal en 1976 y sexto lugar en Moscú en 20 kil6metros. Poseedor de varios récords mundiales en distancias largas.

Cada año improporcional de acuerdo a su preparaci6n, más y más débil síquicamente, siempre amargado, incontento y neurasténico. Gran atleta en competencias fáciles y más fracasante en las pruebas importantes donde existe demasiada presi6n nerviosa. Comienza a competir en el principio muy rápido, quiere huir de los otros competidores y por su propio nerviosismo después se truena física como síquicamente o se retira del certamen. Neurosis de este tipo cada año se ve aumentar más y más. Además el mencionado atleta tiene muy elevado y enfermo amor propio y está buscando ridículas excusas, culpando de su fracasos a todo el mundo. No obedece consejos, especialmente si se trata de planes tácticos durante las competencias.

En todos sus fracasos estuvo cubriéndose con disculpas. Por su espíritu conflictivo, mal y falso carácter, no tiene futuro en el deporte como atleta, entrenador o dirigente. Es un elemento negativo para la sociedad Se propone BAJA DEFINITIVA.

En el juicio que se hace extensivo a otros andarines, se dice de que son chantajistas, neuróticos y sicópatas... "Un cáncer que hay que extirpar lo más pronto posible".

Ante esta grave acusación pública Raúl presentó una demanda por difamación. Intervino de inmediato el presidente del Comité Olímpico Mexicano y, a los pocos días, Eutiquio del Valle Alquicira, presidente de la FMA, fue removido de su cargo. Raúl quedó fuera del CDOM y del equipo de caminata, pero no del deporte: sería un atleta independiente; dependería de sí mismo, de sus propios conocimientos y de sus habilidades para sobrevivir financieramente.

Sería pues, un solitario.

Un reto al sistema.

Hausleber y la Federación Mexicana de Atletismo acordaron con obvias intenciones que la eliminatoria para la Copa Lugano de 1981 sería en Montreal. Raúl acudió a ella, con recursos limitados pero con fe inquebrantable. Y ganó los 50 kilómetros. Competiría en la Copa Lugano fuera del equipo nacional, que contaba con el apoyo económico del COM.

Después recurrió a la amistad del doctor Salvador Garayzar y del fisiatra Arturo Alfaro y entre los tres diseñaron un plan de preparación para que Raúl acudiese a aquella Olimpiada californiana que se veía tan remota: a tres años de distancia. El andarín permaneció solitario -no había recursos que le financiaran la presencia de cualquier tipo de ayudante o asesor- tres semanas en su campamento de altura, en Bolivia.

Septiembre: Copa Lugano en Valencia, España.

Día de terrible calor en la pista de El Saler; temperatura muy similar a aquella del año pasado, en tierras moscovitas. Raúl sale en punta. La conserva. Poco a poco van quedándose atrás los otros competidores. Sólo el alemán Gauder, campeón olímpico en Moscú, aguanta la presión. Kilómetro 30: Raúl fuerza el paso. Kilómetro 35: Gauder se rezaga 10 metros. Kilómetro 40: la ventaja de Raúl es ya de 100 metros. Kilómetro 45: ahora es de 450 metros. Kilómetro SO: la diferencia se ha abierto hasta los 800 metros. Raúl registra 3h.48'3O" y todo mundo se pregunta: ¿Y qué fue entonces lo que sucedió en Moscú?

Raúl:

Después de Valencia fui invitado a reinte¡grarme al grupo de Hausleber, pero no acepté. Decidí que tenía que enfrentar solo toda la responsabilidad; si fallaba, sería yo el único culpable; si ganaba, el mérito sería sólo mío y de la gente que me ayudara.

1982:
Año en el que se traza el nuevo programa técnico y médico. Y hay algunas competencias: gana sin dificultades los 50 kilómetros en la Semana Internacional; luego asiste a una gira por Europa y, en virtud de una lesión muscular, abandona en Praga-Prodebady. Tiempo apenas para recuperarse y ya está en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en La Habana, donde gana medalla de plata en los 20 y en los 50 kilómetros.

1983:

Año preolímpico.

Resultados positivos:

-Triunfo en la Semana Internacional de Caminata, con el mejor registro en la Ciudad de México: 3h.45'23" y segundo lugar en los 20 kilómetros; nueva victoria en la prueba PragaProdebady; noveno lugar en 20 y quinto en SO, en el campeonato mundial, en Heisinki; oro y plata en 50 y 20 kilómetros en los Juegos Panamericanos de Caracas Y. finalmente el 25 de septiembre, el tercer título en la Copa Lugano: en Bergen registra 3h.45'36" y supera por más de un minuto a los soviéticos Yung y Dorowski.

Raúl:

- El haber vencido a los mejores marchistas de los 50 kilómetros me daba confianza. Me había dado cuenta de muchas cosas. Y de que ganaba sobre todo, en experiencia. lo importante era traducirlas, plasmarlas en un nuevo programa para 1984.

En noviembre, Raúl, conoció al sicólogo Ernesto Bolio y de inmediato lo invitó a formar parte del grupo que lo preparaba.

1984.

Año olímpico.

Entrenamiento arduo, con más de 60 ascensos al Popocatépetl y, posteriormente, cuatro semanas en Bolivia, con intensas sesiones matutinas y vespertinas.

Y una pena: su padre, que permanencia en Río Bravo, tuvo que ser trasladado de emergencia a la ciudad de México, gravemente enfermo. Raúl recibió la terrible noticia de que la operación a que sería sometido don Heriberto sólo aplazaría un poco la cita fatal con la dama de blanco.

El tiempo de Raúl se fragmentó: entrenamientos, familia, visitas al hospital 20 de Noviembre para ver a su padre enfermo...

Hasta que un día, don Heriberto pidió que le suspendieran el tratamiento: que le permitieran volver a casa. Quería pasar allí sus últimos días.

Raúl:

- Así que un día de marzo mi madre se lo llevó. Con profunda pena los vi partir. Anticipaba perfectamente el desenlace final y sin embargo, no podía hacer nada. Llorando escuché aquellas palabras de mi padre en el momento de la despedida: "¡No te pierdas!... ¡Tienes poco tiempo!".

Raúl derrotó en la Semana Internacional en Guadalajara, a los dos más poderosos rivales, en los 20 kilómetros: Ernesto Canto y el checoslovaco Pribilinec. Y días después en el circuito Reforma, en Ciudad de México, conquistaría también los 50 kilómetros.

Raúl:

- Más que los triunfos, en aquellos momentos me sentía feliz porque ya tenía capacidad de recuperación para enfrentar las dos pruebas olímpicas.

Y de repente se fue... Se fue don Heriberto.

Raúl:

- Es angustioso ver cómo se nos va un ser querido, sin remedio. Mi madre, fiel compañera, lo atendía, estaba cerca de él en todo momento, física y espiritualmente. Lo alentaba a entregarse a Dios y a no tener miedo a la muerte. Unos días antes de su fallecimiento hablé con él y me dijo: "Sigue adelante, hijo, por mí no te detengas. Ya estás muy cerca. Sólo le ¡pido a Dios que pueda ver tu triunfo por televisión".

Fue un anhelo frustrado.

Don Heriberto falleció el 10 de junio. Faltaban ocho semanas para que su hijo afrontara su primer gran reto en Los Angeles 84: la prueba de los 20 kilómetros.

La cual fue una lucha frontal desde el principio. Varias vueltas a la pista antes de salir del estadio; seis vueltas al circuito y regreso al estadio. El canadiense Leblanc se adelanta y se sostiene en punta durante un buen trecho, seguido tenazmente por un compacto grupo de 8 o 10 rivales. Kilómetro 10: ya nada más hay tres, de hecho, en la competencia por las medallas: el italiano Damilano, Raúl y Ernesto Canto. Mauricio no cede: defiende, nada menos, el título olímpico conquistado cuatro años antes en Moscú. Llega una amonestación para Canto, quien insiste en ir al frente.

Cuando Raúl alcanza a sus dos adversarios, justo en el kilómetro 16, Canto es amonestado por segunda ocasión...

Raúl:

- Lo he dicho en muchas ocasiones y es algo de lo que no me arrepiento: decidí no presionar a Ernesto porque sabía que por la televisión millones de mexicanos veían la prueba. Deseaba que todos observaran que el interés del equipo debe estar por encima del personal. ¿Qué hubiera pasado si presiono a Canto y éste es descalificado-... ¡No me lo perdonarían todavía! Ni yo mismo si México hubiera perdido una medalla.

- No lo niego, deseaba el oro. Pero decidí tronar primero a Damilano y después ir por Ernesto, pero sólo hasta el final. Acabé pues, con el italiano, pero ya no pude dar alcance a Ernesto. Fue angustioso ese kilómetro final, al ver que tendría que resignarme con la medalla de plata...

Armando Satow lo entrevistaría 24 horas antes de la competencia. Dijo Raúl, en la Villa Olímpica:

- He deseado tanto la medalla de oro, que en estos momentos es difícil decidir cuánto representa para mi el conquistarla. Podría decir que significa todo. Que es la mayor justificación y que por ella he dado los mejores años de mi vida... Sí, lo puedo decir: o es ahora o no lo será nunca.

- ¿De algún modo la medalla de plata resarce los sacrificios en el largo camino

- En parte sí. No dejo de pensar en aquellos momentos en los que dos de nuestras banderas estaban en lo alto por el 1-2 que conquistamos Ernesto y yo... Pero no hay nada comparable con saberse ganador de la medalla de oro. La gloria está del lado de los vencedores; de los que obtienen el primer lugar.

Sin duda habrá pensado en la eventualidad de una derrota.

Desde luego, ¿porqué no- Soy humano y sé que todo tiene un límite. Y que los rivales también se prepararon, como yo, para ganar... Todos me conocen. Saben que tengo virtudes y defectos y yo sé que mucha gente desea fervientemente que fracase, pero a todas las personas que han confiado en mí y que me han apoyado, prometo que no desaprovecharé este momento...

DE CUANDO TODO
LO QUE RELUCE ES ORO

Llegó el día: 11 de agosto.

Que narre Raúl aquellos momentos de gloria.

- Aquella mañana me invadía una seguridad total de que en esta ocasión, al final de la prueba, sería gracias a mí que ondearía nuestra bandera en lo alto; que nuestro himno sería escuchado... Que yo estaría en el lugar de honor del podio.

Me desperté, después de un plácido sueño, como a las 5 de la mañana, me di un duchazo de agua helada y tomé un desayuno rico en calorías: pan tostado con mermelada de fresa, café con crema, un plato de cereal con 50 gramos de miel de abeja. Luego me vestí con toda paciencia y después del calentamiento, tomé dos vasos de agua preparada para evitar una deshidratación prematura. El juez de salida llamó a todos para las indicaciones finales; la tensión y el nerviosismo llegaban al máximo...

Ya.

El disparo de salida.

Cinco vueltas a la pista, 18 al boulevard de Exposition y regreso al estadio.

- Al momento de salida me fui adelante, en compañía de Martín Bermúdez. Sería mi día empecé muy bien, con control, marcando el paso con hambre de triunfo. No obstante que un australiano quiso romper el ritmo implantado, seguimos en grupo hasta el kilómetro continuamos así hasta el 20. Pero, al llegar al 25, las cosas empezaron a cambiar: el grupo se redujo a 4 atletas, lo que significaba para mí, que la competencia de verdad, comenzaba ese instante.

A los 30 kilómetros, sólo Mauricio Damilano, mi amigo de muchos años había podido, mantener el ritmo inicial que establecí. Me sentía bastante bien; intuía que me empujaba una gran fuerza, producto de mi deseo de ganar. En el kilómetro 35 aventajaba a Mauricio por escasos metros, pero presentí que muy pronto llegaría su agotamiento: el ritmo lo desgastaba visiblemente. Como a las once de la mañana llegamos al kilómetro 40. El calor hacía del asfalto un comal ardiente. Estábamos a 10 kilómetros de la recta final y Mauricio había desfallecido.

En esos momentos, por mi mente todo pasaba rápido, como una película en alta velocidad. Recordaba todas las angustias, los sinsabores, los fracasos; las veces que había llorado de amargura y de rabia, los esfuerzos sin límite en Bolivia, la muerte de mi padre y muchas otras cosas que había hecho en 15 años para, al fin, llegar hasta donde me encontraba.

Al arribar al kilómetro 45, mi ritmo seguía firme. A mi paso se sucedían los gritos y los aplausos ensordecedores. La gente no dejaba de alentarme. Así que me lancé en pos del récord olímpico. La competencia estaba ganada; necesitaba de nuevos alicientes. En el último giro al circuito aumenté el ritmo en mi andar.

Cuando salí de la última curva de la pista a entrar a los cien metros finales, sentí un gran deseo de no terminar. No quería que aquello acabara y, sin embargo, estaba a unos metros del final. Caminé firme con la respiración al máximo, agitado por el cansancio extremo que para esos momentos no sentía. No sentía nada físicamente; mi mente divagaba entre la alegría y la tristeza.

Un rugido saludó el momento en que Raúl cruzó la meta final.

Gritos. Llanto. Algarabía total.

Récord olímpico: 3h.47'26".

¡México, ¡México!, ¡México!..."

Cuatro horas después, el momento anhelado durante 15 años:

En lo alto del podio, con la medalla de oro reluciendo en el pecho, con el Himno Nacional sonando fuerte, con la bandera mexicana en lo más elevado del mástil olímpico...

Raúl:

- El Himno Nacional trajo a mi mente recuerdos de mi infancia, recuerdos de mi amor a México, porque México es todo lo que ha formado mi vida, mi familia, mis amigos, mi tierra... En ese momento estaba representando dignamente a mi pais y me sentía muy orgulloso de ello.


DE NUEVAS FECHAS, DE NUEVAS

HISTORIAS DE NUEVOS RETOS...

El nuevo ciclo olímpico ha concluido.

Raúl decide poner en práctica sus conocimientos sobre administración deportiva.

La oportunidad se presenta cuando Alfonso Martínez Domínguez lo invita a hacerse cargo de la institución deportiva del estado de Nuevo León.

Raúl:

Quería dar a mi pueblo algo más que la satisfacción de las medallas; quería hacer mucho por nuestro deporte.

Lo hizo. Reestructuró la dirección a su cargo y dio vida a programas deportivos en todos los municipios. Su presencia alentó a los neoleoneses, desde los niños hasta los adultos, a practicar el deporte.

Pero...

Raúl:

- Al tiempo que desempeñaba el puesto de Subsecretario de Deportes, crecía en mi la inquietud surgida, tiempo atrás, en un simple comentario en el hotel del lago Titicaca: quería ser maratonista; ya en 15 años de caminata había obtenido todos los éxitos posibles -dos medallas olímpicas, tres campeonatos mundiales, 8 marcas mundiales y medallas panamericanas y centroamericanas-... Buscar repetir, en los 50 kilómetros, con una medalla de oro en Seúl 88, representaba para mí una motivación menos fuerte que intentarlo en una prueba diferente.

Al producirse el cambio de gobierno en el estado, Raúl fue invitado por el nuevo gobernador, Jorge A. Treviño, no sólo a formar parte de su equipo en la campaña electoral, sino posteriormente, a continuar al frente del deporte. Tres meses después, Raúl obtuvo una licencia para dedicarse al ciento por ciento a su actividad deportiva.

Raúl corrió sólo tres maratones -con resultados poco satisfactorios-: Nueva York, Boston y México.

Hasta que, en febrero de 1987 y después de una profunda reflexión, determinó: "¡Regreso a la caminata; mi mira sigue siendo Seúl y buscaré una medalla!".

Su anuncio causó nueva controversia. Renacieron rencores olvidados. Muchos se sintieron injustificadamente desplazados. Volvía la vieja amenaza, el viejo competidor solitario.

Y mientras tanto motivado por su entusiasmo, Raúl había logrado concretar una idea: unir a todos los medallistas olímpicos mexicanos.

Raúl:

- Si como deportistas dimos hasta el máximo de nuestra capacidad, creo que toda esa experiencia acumulada por nosotros aún puede servir de mucho a las nuevas generaciones. Siento que todos los medallistas olímpico fuimos- un tanto afortunados y que el cúmulo de experiencias deben estar al servicio de todos los mexicanos.

Nació así la Asociación Mexicana de Medallistas Olímpicos.

Raúl fue electo Presidente de la primera Mesa Directiva.

Todo eso, mientras se preparaba para su reaparición.

Con sólo dos meses de entrenamiento, en junio compitió en el selectivo para los Juegos Panamericanos. Era el campeonato nacional. Raúl quedó segundo en aquel certamen de controversial actuación de Ernesto Canto, quien irrumpió en plena competencia para entrenar.

En los Juegos Panamericanos -agosto, en Indianápolis- Raúl conquistó la medalla de plata en los 50 kilómetros y, en Roma, durante los campeonatos mundiales de atletismo, fue líder de la prueba durante 35 kilómetros; terminó en onceavo lugar. "Me falta mucho trabajo", admitió. "Eso se corrige con el tiempo".

No lo tendría más.

Porque, si un día tuvo que tomar la difícil decisión de abandonar sus estudios de físicomatemático y dedicarse de tiempo completo a la práctica del deporte, el destino lo colocaba ahora en el momento de otra grave determinación: continuar como competidor y llegar a Seúl 88, o aceptar la invitación del licenciado Carlos Salinas de Gortari, en ese entonces candidato del PRI a la presidencia de la República, a integrarse a su equipo de campaña -como Secretario de Fomento Deportivo del CEN del partido-. Raúl optó por lo segundo. Con dolor, con angustia.

Ahora es Raúl, funcionario del deporte.

Y en diciembre de 87 recibe una honrosísima distinción: es elegido, a través de una encuesta mundial con técnicos, entrenadores y periodistas, como el mejor de la historia en los 50 kilómetros de caminata. Un reconocimiento de la Federación Internacional de Atletismo único e invaluable. Sólo siete atletas ¿entre, cuántos- se han hecho acreedores a esa, distinción.

En diciembre de 1988, el presidente Carlos Salinas de Gortari nombra a Raúl, presidente de la Comisión Nacional del Deporte y en los primeros días de febrero le confía también, la presidencia de la Confederación Deportiva Mexicana.

Raúl:

- Siempre me han gustado los retos;

siempre me ha gustado afrontar las responsabilidades. Y este reto y esta responsabilidad son, muy importantes, porque son de cara al pueblo de México; de cara a su juventud, esa qué dedica su tiempo y en muchos casos los mejores años de su vida, a la práctica de una disciplina deportiva. Mi tarea principal es suma de toda la gente del deporte para que, de una manera organizada y viable, podamos dar una respuesta a las demandas que se hacen en nuestro medio... Como deportista me entregué en un ciento por ciento a mi tarea de ser el mejor ahora, con entrega, trabajo y lealtad pero sobre todo de una forma responsable, me comprometo a hacer frente a este reto y a esta responsabilidad y a salir airoso. No puedo prometer más...
posted by Pedro Díaz G. at 5:39 PM 0 comments
Ernesto Canto, tiempo de hacer historia









Ramón Márquez C./Armando Satow

Solamente un ídolo deportivo tendría, Ernesto Canto:

Daniel Bautista.

Fue primero, su inspiración; después, su amigo cercano; su compañero de habitación en largas concentraciones.

Rieron y lloraron juntos.

Los dos fueron campeones olímpicos.

Los dos dejaron de serlo por decisiones arbitrales.

Y estuvieron allí, unidos, en aquellos momentos.

Bautista, siempre Bautista...

Canto:

- Mi vida deportiva quedó marcada en tres de los instantes en los que Daniel Bautista cruzó. por mi existencia.

Diciembre de 1972.

Canto:

- Yo era un chamaco de 13 años. Había ocupado el segundo lugar en los juegos prenacionales, lo que me permitió el derecho de representar al Distrito Federal en el Campeonato Nacional que se disputaría en Monterrey.

Cuando llegué a la pista no podía creer lo que estaba viendo: ¡Daniel Bautista y Raúl González serían los jueces ... ! Este último era ya un atleta consumado; había representado a México en los Juegos Olímpicos de Munich apenas unos meses atrás. Pero fue Daniel el que más me impresionó, acaso por su simpatía, por su don de gentes, por su sonrisa limpia y franca. Ellos dos fueron mi gran estímulo en esa competencia y finalmente, quedé en primer lugar en la categoría infantil B, sobre 600 metros de marcha. Cuando Daniel me entregó el premio, yo no me cambiaba por nadie...

1975:
Octubre. Juegos Panamericanos, en México

Canto:

- Yo era ya campeón centroamericano y juvenil en los diez kilómetros -título que conquistó a los 14 años en Caracas, 1973- y logré acreditarme como personal de apoyo en la prueba de caminata en los Panamericanos. Mi interés era ver de cerca a los mejores atletas del continente, sentir la competencia; ver el esfuerzo del triunfador, aprender de su técnica, de su táctica. Todo eso me hizo vivir Bautista: le vi impulsarse, luchar contra el grupo que quería darle caza, superar a Larry Young; le vi la fuerza en los movimientos y su depurada técnica al caminar. Fue la mejor escuela para mí. Y sentí como algo muy mío su victoria. Como si yo fuera aquel que saludaba al público y recibía la ovación...

Julio de 1976.

Se disputan, en Montreal, los XXI Juegos Olímpicos.

Canto:

- En esa competencia de los 20 kilómetros de caminata y sin saberlo él, Daniel Bautista me enseñó que un deportista mexicano sí puede ser un ganador. Con su gran actuación me infundió su mentalidad de ir siempre adelante. Esa victoria de Daniel, lo digo sin reservas, marcó para siempre mi vida deportiva.

24 de julio de 1980

Prueba de 20 kilómetros de marcha dentro de los XXII Juegos Olímpicos, en Moscú.

Canto:

- Por una lesión durante los entrenamientos en Puno, Perú, no pude competir en la capital soviética. Pero las autoridades me permitieron viajar y acompañar a la delegación. Ese día de la prueba estaba ayudando a los muchachos en el circuito al lado del río Moscú. La última vez que vi a Daniel en la pista fue cuando le quedaban 300 metros para el retorno y dar la última vuelta. Le faltaban como dos kilómetros y tenía buena ventaja sobre el soviético Anatoly Solomin y el italiano Mauricio Damilano que iba muy rezagado." ¡Ándele mi negro, vamos, la medalla es tuya!", le dije y me fui al estadio. Cuando llegué, la gente de la delegación mexicana me preguntó cómo venía Daniel. "Seguro gana", respondí. En la pantalla electrónica todavía lo vimos como líder. Así que nos e mocionamos cuando se abrió la puerta del maratón. Esperábamos verlo de un momento a otro. De pronto vi aparecer a Damiano y la angustia se apoderé de mí. "¡Ya lo descalificaron!", pensé y corrí hacia el circuito. Allí encontré a Daniel. Había llorado. Estaba solo. "¿Qué pasó, Negro?". Su rostro era de desconcierto. Sólo pudo extender las manos y decirme: "¡Me descalificaron!" Lloramos los dos. Entonces le prometí, me prometí a mí mismo que en Los Angeles devolvería a México esa medalla que ahora nos habían quitado.

Lo hizo Ernesto.

Cuatro años después fue campeón olímpico.

Su amigo, su ídolo, estuvo ahí, para abrazarlo.

Pero al morir el siguiente ciclo olímpico, en Seúl 88, fue Canto quien lloró en el hombro de Bautista su propia descalificación.

- Volverás-, le dijo el Negro.

El primer ejemplo fue en casa.

Enrique Canto Velázquez, padre del andarín, era un destacado jugador de basquetbol.

Ninguno de sus hijos olvida aquella victoria que el equipo de su padre consiguió cuando, en los instantes finales del encuentro, don Enrique anotó una canasta desde la media cancha.

Ernesto:

- Al día siguiente, en la escuela, ninguno de mis amigos quería creer que eso había sucedido...

Pero don Enrique no tuvo tiempo sólo para practicar el deporte, sino que fue, definitivamente, el principal impulsor para que sus hijos lo practicaran también.

Ernesto:

- A él y a mi madre -la señora Guadalupe Gudiño- les debemos todo. Comenzaron por ofrecernos una infancia tranquila y feliz. Nunca vivimos con grandes lujos, pero jamás nos faltó nada. Ellos procuraron conjuntar realmente una familia y lo lograron a plenitud. Y si al principio todos en casa íbamos a ver jugar a mi papá, después nos tocó el turno a'~ nosotros.

Los hermanos de Ernesto optaron por el futbol americano y el voleibol. A él le gustaba el futbol, el basquetbol y el voleibol. Y fue seleccionado en el colegio donde estudió la primaria en esas tres actividades. El panorama se repitió en la secundaria 94, en donde además, Canto se adentró en el atletismo y pronto: comenzó a sobresalir en las pistas, hasta que su profesor de educación física, Miguel Angel Sánchez, actual director técnico del equipo mexicano de marcha y quien años atrás formó parte de él, (fue compañero, entre otros, de José Pedraza, Pablo Colín y Eladio Campos en la escuadra nacional) descubrió en él dotes de andarín.

Ernesto:

- Fue, lo recuerdo muy bien, el 21 de febrero de 1972. Yo tenía apenas 13 años nació el 18 de octubre de 1959- cuando el profesor Sánchez me hizo practicar la caminata. Yo no tenía ni idea de lo que era eso, pero ya sabía quién había sido el sargento Pedraza y lo que había hecho en los Juegos Olímpicos de México, cuando yo tenía apenas 9 años. M primera competencia oficial fue tres meses después. Quedé en sexto lugar en una prueba de 600 metros, pero fui seleccionado para ir a otro torneo, ya de mayor nivel del sector escolar al que pertenecía. Allí también ocupé el sexto lugar, pero como seleccionaban a los seis primeros, pues sin darme cuenta ya estaba en unos juegos delegacionales. En ellos obtuve el tercer lugar y me escogieron para ir a los prenacionales, en julio de 1972, en Hermosillo. Y de ahí a Monterrey, donde conocí a Bautista y a Raúl González...

Ernesto partió, entonces, hacia una de las carreras deportivas más exitosas y controvertidas que haya tenido un atleta mexicano.

Canto:

- Estaba muy lejos de imaginar, aquel día en Monterrey, que con el paso del tiempo llegaría a ser tan buen amigo de Daniel. Nos volvimos inseparables. En giras o en las sesiones de entrenamiento compartimos habitación en todas las concentraciones., Compartimos, también, triunfos y momentos amargos...

Todo pasó rápidamente.

En 1973 y ya como juvenil, Ernesto Canto ganó el campeonato del Distrito Federal y conquistó -en la distancia de dos mil metros- prenacionales y nacionales. Entrenaba bajo la mirada atenta del profesor Sánchez. Unas veces en la pista del Plan Sexenal y otras en un callejón aledaño a su escuela que, coincidentemente, estaba ubicada frente al Centro Deportivo Olímpico Mexicano al que Canto ingresaría unos meses después, cuando el profesor Sánchez lo recomendó al entrenador polaco Jerzy Hausleber. El europeo observó a Canto durante varios días, le hizo algunas indicaciones que mejoraron su técnica, lo invitó a competir en los recientemente creados Campeonatos Centroamericanos y del Caribe de atletismo juvenil... Canto tenía 14 años cuando por vez primera viajó al extranjero. Y regresó con una medalla de oro: fue campeón en Maracaibo, Venezuela, de la prueba de los diez kilómetros en la que registró un tiempo 48'38".

Y de ahí en adelante Canto dedicaría su vida entera a la caminata.

En 1976 repitió, en Jalapa su victoria en los Centroamericanos Juveniles. Y recibió, entonces, una buena noticia; una espléndida noticia: ya formaba parte del equipo nacional. Sí, al lado de aquellas sus admiradas figuras: Daniel Bautista, Raúl González, Martín Bermúdez, Enrique Vera, Domingo Colín, Pedro Aroche... La escuadra mexicana que comenzaba a marcar toda una época en la caminata...

Canto:

- Ya corría el año de 1977. Y yo como en un sueño. Más cuando, una tarde, el profesor Hausleber nos reunió y nos informó que participaríamos en una gira por Europa... ¡Imagínate!... A los 18 años de edad iría a competir contra los mejores andarines del Viejo Mundo, y en su propio terreno... ¿Qué más podía pedirle a la vida?

Por lo pronto, no primeros lugares en su especialidad: los 20 kilómetros.

Porque esos pertenecían a Bautista, a Colín...

Ernesto:

- En aquella gira aprendí muchísimo. Y también obtuve grandes satisfacciones., Por ejemplo: en Roma alcanzamos las primeras cuatro posiciones. Daniel, Domingo Colín, el Archie Angel Flores y yo superamos al italiano Armando Zambaldo, quien había ocupado el sexto lugar en Montreal. Esa actuación fue muy importante para mí: me motivó, me dio confianza y sobre todo, me permitió aprender algo de mi gran ídolo. Lo veía esforzarse al máximo desde las propias prácticas y me decía a mí mismo: "Tienes que pasar por todo eso, esforzarte igual, cumplir con los mismos entrenamientos -que en muchas ocasiones son más fuertes y difíciles que las competencias-; sólo así podrás llegar a ser igual que Daniel". Aprendí pues, a trabajar y a competir...

Aquella indiscutible superioridad de Bautista y Colín en los 20 kilómetros no permitió a Canto sobresalir en esos sus primeros años en el equipo titular. Pero a partir de 1979, cuando ocupó el segundo lugar en el Centroamericano y del Caribe de mayores -junio, en Guadalajara comenzó a perfilar su real valía.

Y empezó a ascender. Lentamente, pero a ascender.

En ese 1979: sexto lugar en la Copa Lugano, Escliborn, RFA, con marca de 1h.21'12"; tercero en un torneo internacional en Montreal con tiempo de 1h 21'52".

1980:

Año de Moscú.

El equipo mexicano de caminata emprendió por Europa la gira previa a la competencia olímpica...

La gira que determinaría quiénes serían nuestros andarines en la capital soviética.

Cuando finalizó la excursión, Canto presentó estos números:

Primer lugar en Rusé, Bulgaria, con tiempo de 1h 19'01"; tercero en Chernasky, URSS, con 1h 20'01" y mismo puesto en Bergen, Noruega, con marca de 1 h 22'41 ".

Ya nadie lo dudaba: Ernesto sería, en Moscú, uno de los rivales a vencer.

Pero...

En Puno, Perú, se escribió una historia que lo dejó fuera de los Juegos Olímpicos.

Es una historia que cuenta el propio Ernesto:

- Debíamos de entrenar en Bolivia, pero la situación política de este país no nos garantizaba una completa seguridad. Así que, a principios de junio, el profesor Hausleber decidió que viajáramos a Puno, ubicado en la misma parte del altiplano boliviano y también cerca del Lago Titicaca. Fue una odisea llegar a Puno, un pueblo pequeño y pobre, de casas humildes, Aquella noche dormimos en un hotel frente a la estación, sin lujos, con muchas carencias las camas eran terribles. Después conseguimos hospedaje en un hotel mejor: el Tambo Titicaca, junto al lago. En ese hotel, por cierto nos andábamos quedando para siempre Daniel y yo; como hacía tanto frío, dormíamos con el calefactor de gas encendido. Pero una noche se nos apagó el calentador y como ya estábamos dormidos ni cuenta nos dimos. Afortunadamente el profesor Hausleber entró a nuestra habitación para checar si ya estábamos descansando y se dio cuenta de que olía mucho a gas, entonces nos despertó, abrirnos puertas y ventanas y cerramos el calentador. Un rato más y...

El grupo respondió a las maravillas en los entrenamientos. Había una gran disposición para el trabajo y una impecable armonía. Cada uno tenía cierta presión, pero nunca hubo conflictos de grupo. Las prácticas eran intensas., Nos levantábamos a las seis y media y a veces hacíamos un aflojamiento, ya que teníamos la carretera a 20 metros del hotel. A las 9 de la mañana empezaba el trabajo fuerte. Después del calentamiento caminábamos juntos 10 o 15 kilómetros. Después nos separábamos: los de 20 kilómetros hacíamos un entrenamiento especial; González, Bermúdez y Vera, que competían en los 50, buscaban más la resistencia que la velocidad.

Pero ya después de cuatro semanas de entrenamiento y faltando como 15 días para los Juegos, empecé a sentir serios dolores en la pierna izquierda. Los médicos Salvador Garayzar y Esteban Maciel detectaron una periostitis por fatiga de¡ músculo y la tibia. Al principio podía mejorarme con aplicaciones de hielo e inyecciones. Pero después fue imposible, no podía caminar. La pierna se me inflamó impresionantemente; sábía que sería muy difícil que pudiera competir, pero mantenía la esperanza. Cuando autorizaron mi viaje me renació el entusiasmo e, inclusive, caminé ligeramente un par de días en Holanda. Pero a dos días de la competencia el profesor Hausleber me dijo que no, que era imposible que participara. Que podía sufrir una lesión mayor. Raúl, el más rápido de los cincuenteros, tomaría mi lugar. Me animó, me dijo que él había pasado por una situación similar; que yo era muy joven y podría recuperarme... De todos modos fue un golpe muy fuerte a los 20 años. Sentir esa impotencia es aniquilante.

Vendrían varios impactos más.

La descalificación de Colín... Pero, sobre todo, la de Bautista.

Ahí estaba Canto.

Ernesto:

-No obstante la descalificación de Colín, se mantenían las esperanzas de una medalla, porque Bautista iba en punta, como siempre. Raúl comenzó a rezagarse poco después, pero ya entonces Daniel se despegaba de¡ grupo puntero y se enfilaba al estadio... Después vino su descalificación. Fuimos a los vestidores y ahí tratamos de consolar al soviético Anatoly Solomin, descalificado minutos después que Daniel. Para él sí era dramático: perder en casa y en esa forma, cuando tenía la medalla de oro prácticamente asegurada. Pasaba por una fuerte crisis emocional, después, Daniel y yo nos fuimos a la Villa Olímpica. Volvimos a recordar lo sucedido y ambos lloramos. El había decidido retirarse de las competencias; yo le prometí que ocuparía su lugar... Que haría regresar a nuestro país la medalla que nos habían quitado esa tarde.

Después vendría el azote final: las derrotas en la prueba de los 50 kilómetros.

Y el escándalo en México.

Las acusaciones recíprocas.

Las demandas.

Y la división total.

Se había resquebrajado el más importante equipo de marcha en la historia del deporte.

Ernesto:

-Pero yo tenía que seguir. Tenía mucho que demostrarme a mí mismo... Tenía que cumplir con la palabra empeñada.

Contaría con cuatro años para ello.

A aprovecharlos, pues.

1981:

El 3 de octubre y en la Copa Lugano, disputada en el circuito de El Saler -Valencia, España- Ernesto da el primer paso hacia sus metas olímpicas: en un apretadísimo final se impone al alemán oriental Roland Wiser, al italiano Alessandro Pezzatini, al soviético Eugen Evstukov y al español José Marín, mientras que el inesperado campeón olímpico, el italiano Mauricio Damilano, finaliza en sexto lugar. Canto se impone con tiempo de 1 h 23'52".

Ernesto:

-Ese año gané la Semana Internacional y también obtuve triunfos en Noruega y en Suecia, pero la Copa Lugano tuvo un especial significado para mí, porque había vencido a los mejores en la prueba más reconocida. Sentí que me acercaba; que podía cumplir con aquella palabra empeñada en Moscú.

El 20 de noviembre, Ernesto Canto recibe, el Premio Nacional del Deporte. Le es otorgado en Los Pinos, por el presidente José López Portillo.

1982:

En abril, Canto triunfa en la Semana Internacional -disputada en Jalapa-. Con tiempo de 1h 23'12" se impone a los soviéticos Solomin Yevstikov y Mat Viejev. Meses más tarde y en La Habana, otro primer lugar. Registro: 1h 26'25".

1983:

Ernesto es considerado, el mejor andarín del mundo en los 20 kilómetros. Y el grupo de marcha recibe todo el apoyo de los organismos deportivos mexicanos. En abril, Canto reitera su jerarquía en la Semana Internacional: 1h.25'49" en agosto, la medalla de oro en los Panamericanos de Caracas y en septiembre, Helsinki, ¡campeón mundial!: resiste el acoso del checoslovaco Joseph Pribilinec y gana con tiempo de 1h.2T49". Poco después, en Bergen y durante la disputa de la Copa Lugano, Pribilinec cobra venganza: lo supera por sólo 10 segundos. No obstante eso, Canto recibe el trofeo Hispanidad 83, como el mejor deportista del año.

1984:

Ya. ya se acercan los Juegos Olímpicos... Ernesto:

-La táctica sicológica diseñada por Hausleber fue la de atacar récords y marcas mundiales... Presionar a quienes serían nuestros rivales en Los Angeles.

. 1 El 5 de mayo, sobre la franja sintética del estadio Fanna, en Bergen, Ernesto impone el récord de la hora: recorre 15,253 m. la marca anterior era del soviético Valdas Kazlauskas, con 15,129 m. Y al día siguiente: ¡récord mundial en los 20 kilómetros que aún se conserva!: 1 h 18'38" el anterior pertenecía a Daniel Bautista: 1h.19'49". Al regresar a México, Raúl González rompe la supremacía de Ernesto en la Semana Internacional en Guadalajara lo relega al segundo lugar; Pribilinec finaliza tercero.

Y ya.

A Los Angeles.

Ernesto:

-Había sido excelente ese trabajo a lo largo de cuatro años. El triunfo de Valencia en 1981, el de Helsinki en 1983 y los récords en la primavera de 1984, me daban la confianza necesaria para aspirar a la victoria olímpica. Estaba seguro, por fin, de poder cumplir con aquella promesa... Estaba listo, para convertir en realidad mi sueño de verme en el podio olímpico con la medalla de oro colgada al pecho.

3 de agosto.

Prueba olímpica: 20 kilómetros de marcha.

Gran expectación...

¿Qué sucederá hoy?

Cuatro años atrás, en Moscú, no había dudas: llegarían las victorias.

Pero la realidad fue aplastante.

¿Y ahora?

Temprano comienza el día para los competidores.

Metámonos en el de Ernesto Canto:

-Me desperté como a las 9 de la mañana, Después de bañarme desayuné un emparedado. Conversé con algunos atletas y fui a recostarme, a tratar de relajar la tensión. EntonceS recordé toda mi vida en el deporte: el largo camino que tuve que recorrer, desde la secundaria, para encontrarme ya a unas cuantas horas de la competencia final. Ese era el día más importante de mi vida. Ya todo lo anterior era historia. Ahora estaba allí, en los Juegos Olímpicos y sentía el apoyo de mi familia, su presencia me dio gran confianza. En ese momento me di cuenta que no podría haber un mañana; que tenía que ser ese día o nunca más, no podía defraudar a nadie, comenzando por mí. Quise pulir mi plan de competencia, pero sólo vino a mí aquella simple táctica de Daniel: ir siempre adelante, marcar el ritmo, no intimidarse, manejar la competencia... Comí ligeramente y luego me fui al estadio. Quería que empezara la prueba ya, lo más pronto posible. Tarde radiante aquella.

Las tribunas multicolores del Memorial-Stadium estaban repletas.

No había un asiento vacío. Poco más de sesenta mil espectadores presenciarían las semifinales de los cien metros y los 400 con vallas: iban a ver en acción a Carl Lewis y a Edwin Moses... Pero mexicanos y latinoamericanos aguardaban otra prueba: los 20 kilómetros de caminata.

Había viejas cuentas que saldar...

Se alinean en la pista los andarines.

17:15 horas. Suena el disparo.

Y allá van...

Al frente, con la camiseta marcada con el número 632, se instala Ernesto Canto. Le acompañaban sus compatriotas Raúl González y Marcelino Colín, el estadounidense Marco Evoniuk y el italiano Mauricio Damilano. Se cumplen ya las cinco vueltas a la pista atlética de 400 metros cuando el canadiense Guilleume Leblanc toma el mando de las acciones. Es el primero en salir por la angosta puerta del maratón rumbo al calor infernal del boulevard Exposition. El termómetro sube hasta los 30 grados centígrados.

Ernesto:

-No lo seguimos. Sabíamos que era una locura caminar así. Efectivamente: a los pocos kilómetros Leblanc comenzó a ceder y yo tomé la punta. En el grupo íbamos Raúl, Marcelino, los italianos Mattioli y Damilano y el australiano David Smith.

Canto es primero en los cinco kilómetros. Tiempo: 20'46".

Continúa a la cabeza en los diez kilómetros. Tiempo: 40'33".

En el grupo puntero se encuentran: Raúl, Leblanc y Damilano, quien quiere demostrar que es un auténtico campeón olímpico.

Ernesto:
-Al kilómetro 12 Damilano intentó irse, pero lo contuvimos. Lo dejamos que caminara un rato al frente, pero muy bien vigilado: íbamos como a 20 ó 30 metros de distancia de él. Al llegar a los 15 kilómetros, LeBlanc se había fundido por el calor. Cuando cruzamos el kilómetro 18, Damilano se empezó a quedar y Raúl con él. Entonces me dije: "¡Es el momento!". Aceleré y ya no volteé a verlos. Cuando entré al túnel ya no escuché ruidos de respiración a mis espaldas. Recorrí ansioso esos cien metros hasta que atisbé una luz; era la luz de la pista, del estadio y apresuré el paso... ¡Fue grandioso el momento!... La gente se puso de pie y comenzó a gritar y a aplaudirme. Cientos de banderitas mexicanas eran agitadas en las tribunas y me reanimé totalmente. Ya no sentí el cansancio. Lo que más deseaba era cruzar la meta, ganar... Cuando lo hice me decía a mí mismo: "¡Aquí estoy!... ¡Lo he logrado!... ¡He cumplido mi promesa!...

Ernesto detuvo los cronómetros en 1h 23'13": medalla de oro.

Siete segundos después arribó Raúl González: medalla de plata.
El 1-2 que se daba como un hecho en Moscú llegaba en Los Angeles,

Ernesto:

-Fue el pago al gran esfuerzo. Habían sido doce años los invertidos para ver cristalizado ese sueño... Lo menos que quería era que terminara esa fiesta en el estadio.

EL MOMENTO MAS SUBLIME

Minutos después, la premiación.

La realiza el catalán Juan Antonio Samaranch, presidente del Comité Olímpico Internacional.

Y se escucha el Himno Nacional Mexicano.

Y, a un lado de la pista, dos banderas tricolores son izadas hasta lo más alto.

Canto:

-Ese es el momento más sublime que pueda vivir un deportista... La medalla es la constancia, es la realidad que ves y tocas. Pero oír el himno y observar a tu bandera arriba de todas las demás es indescriptible... En ese momento yo recordaba aquella promesa hecha cuatro años atrás...

Ocho días después, Ernesto participaría con Raúl González y Martín Bermúdez en la prueba de los 50 kilómetros. Pero, muy agotado por el esfuerzo anterior, finalizó en décimo lugar, a seis minutos del ganador: Raúl González. Bermúdez fue descalificado.

UN MAL PRESAGIO

Sinónimos de medalla de oro olímpica:

Agasajos, homenajes, recepciones, invitaciones, clausuras, abrazos, inauguraciones, sonrisas, fiestas, popularidad...

Y enojo: el de Hausleber porque sus pupilos se dispersan. Se alejan de los campos de entrenamiento.

Canto:

-Era comprensible su disgusto. Nosotros mismos llegamos a entender que, en cierta forma, éramos usados, pero no había manera de apartarse de todo esto porque, por otra parte, era un reconocimiento a tu esfuerzo, a lo que habías hecho porque, en lo material la medalla de oro no representa casi nada. El gobierno me obsequió un departamento y un automóvil compacto. Eso fue todo. Para sostener mi nuevo ciclo de trabajo tuve que hacer unos comerciales para la televisión, que no me fueron bien pagados y aceptar el apoyo de una marca deportiva extranjera, con material, implementos y una cantidad en efectivo. De no haber sido así, no hubiera podido cumplir con mi siguiente objetivo.

-¿Cuál era?

-Seúl 88. Sí... Ahora seria por mí mismo. Sabía que sería un reto aún más difícil que el de Los Angeles, pero me tuve confianza. Pensaba:
-"Se que tengo la capacidad y la calidad como para aspirar a ganar otra medalla de oro en Juegos Olímpicos... Claro, ya tengo - una, pero cuando se llega a este nivel, uno quiere seguir adelante para dejar huella, para satisfacerse así mismo, a pesar de que las presiones sean más fuertes" . Y me decidí a hacerlo.

Ernesto reflexionaba, pero el tiempo pasaba lastimosamente y Hausleber confió a un reportero:

-Todo esto es un mal presagio...

Y, mientras tanto, Raúl González anunciaba su retiro de la caminata.

Ernesto:

-Llegó el momento en que dejamos agasajos y homenajes para dedicarnos a competir. En abril de 1985, sin estar adecuadamente preparado, abandoné en la Semana Internacional Jalapa. Pero no tenía mucha importancia: salvo la Copa Lugano, a disputarse en Isla del Hombre, Inglaterra, no había un gran torneo a la vista. A mediados de año gané el campeonato nacional, en el autódromo de la Magdalena Mixhuca, con excelente tiempo de 1h 23'50" que ni el propio Bautista logró aquí.

7:19 horas del 19 de septiembre de 1985

Un sismo despierta violentamente a la ciudad.

Y no sólo la sacude en un estertor mortal: la derriba en parte. La incomunica. Viste de dolor sus pequeñas calles y sus grandes avenidas. Mata a su gente entre los escombros de edificios que se desmoronan, que se queman.

Llora el pueblo que abre los ojos azorado. Pero ya está en la lucha mientras la tragedia zigzaguea. Será más fuerte que ella. Se une. Se solidariza...

Una bella lección arrancada al llanto.

Ernesto:

-Nosotros nos preparábamos ya para salir a Inglaterra, pero de inmediato cancelamos el viaje. Y nos quedamos a ayudar. El profesor Hausleber y todo el equipo se dedicaron a auxiliar a los más necesitados. Fuimos a trabajar bajo los escombros, a jalar piedras, a hablar con la gente, a servir en lo que podíamos...

En 1986 Canto conquistó, sin problemas, la medalla de oro en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, celebrados en Santiago de los Caballeros, República Dominicana.

Pero fue todo en ese año.

Porque, a partir de ese momento, se hizo más pronunciada la curva del declive:

Derrota en la Semana Internacional -en la que ganó el checoslovaco Pribilinec- y sólo regular actuación durante una gira por Europa.

En septiembre y como poseedor del récord mundial, fue invitado a Hildesheim RFA. Pero enfermó de pulmonía unas semanas antes de la competencia y muy debilitado, abandonó la prueba.

Se desploma el equipo.

Hausleber se desespera.

No, ya no hay motivación.

Hasta que una noticia impacta al grupo entero, en los primeros días de 1987: Raúl González anuncia que vuelve a la caminata, y que en breve iniciará su preparación con miras a los Juegos Olímpicos de 1988.

A despertar todo mundo.

Dijo Hausleber:

-Creo que era la motivación que necesitaban los muchachos.

Ya es año preolímpico.

El tiempo apremia.

Hausleber diseña un muy interesante calendario anual de competencias.

Marzo: Semana Internacional, en Jalapa. Canto sorprende al registrar un tiempo de 1h 20'59".

Abril: 1er Campeonato Mundial de Caminata -antes Copa Lugano-, en Nueva York. Canto se propone lograr algo histórico: registrar un tiempo de una hora y 16 minutos. Pero, evidentemente, no está preparado para ello. Imprime un ritmo vertiginoso a su andar hasta que se debilita y pierde el paso. Finaliza en quinto lugar, a un minuto de distancia de Carlos Mercenario, el ganador.

Canto:

-En Nueva York caminé los primeros cinco kilómetros de acuerdo con lo planeado, pero me empecé a sentir mal y aminoré el paso. Todavía en primer lugar crucé los 10 kilómetros, pero al llegar a los 17 empecé a sentir fuertes calambres en todo el cuerpo y no pude recuperarme. No pude salir de la crisis de fatiga y movilidad. Y a un kilómetro de la meta me rebasaron Mercenario, Viktor Mosovik y otros. No me sentí mal, a pesar de no ganar, porque hice un buen tiempo 1h 20'25" y porque me di cuenta de que una marca de una hora y 16 minutos sólo se puede lograr sí se adquiere una inmejorable condición física y se compite en el terreno adecuado. Y esas no eran las circunstancias de ese momento.

Junio: llega con él uno de los incidentes más desagradables y controvertidos de la historia de la caminata mexicana:

Se ha programado, en el autódromo de la Magdalena Mixhuca un torneo de marcha con doble finalidad: será Campeonato Nacional pero, a la vez, selectivo para competir en los Juegos Panamericanos de Indianápolis que ya están a la vista.

Y sobreviene el escándalo. Ernesto es protagonista principal.

Primero: Canto aduce una lesión y no participa en la prueba de los 20 kilómetros, que finalmente gana Mercenario.

Segundo: en la prueba de los 50 kilómetros -en la que Raúl González busca recuperar su sitio en el equipo nacional-, Canto penetra a la pista, inopinadamente, en plena competencia. Y camina durante poco menos de 30 kilómetros. Va ahí, en el grupo que encabezan González, Bermúdez y Hernán Andrade. Infringe con ello todos los reglamentos. Hasta que decide salir. Y se va, tranquilamente...

Consecuencias: la Federación Mexicana de Atletismo sanciona enérgicamente al juez Alfonso Márquez de la Mora, quien permitió la anomalía. Por otra parte y en virtud de que Ernesto es campeón olímpico y también mundial, le permite formar parte de la selección mexicana, pero le hacen una severa amonestación. Esta llega a Canto por escrito. La recibe cuando ya está en Bolivia, donde la escuadra nacional realiza un campamento de altura.

Canto:

-Cometí un error y lo acepto: ese día me sentí en buenas condiciones y decidí entrenar. Hice lo que habíamos hecho en muchas otras oportunidades: caminar en una prueba. Sólo que no lo hice en el sentido inverso al de los competidores. Y eso se malinterpretó. Se dijo en la prensa que, en virtud de un supuesto pique con Raúl González, yo había tratado de perjudicarlo. Pero eso es falso. En ningún momento obstaculicé a Raúl o hice algo que pudiera entorpecer su competencia. Claro, en ese momento fue más válido que nunca aquel proverbio que reza: "No hagas cosas buenas que parezcan malas". Lo sucedido me afect6 emocionalmente, pero días después hablé con Raúl le expliqué mi actuación y todo quedó, aclarado entre él y yo.

Principios de agosto: Juegos Panamericanos, en Indianápolis. Canto abandona en el kilómetro seis. La prueba es ganada por Mercenario.

Ernesto:

-Caminé muy bien durante los primeros cinco kilómetros, pero de pronto sentí un tiron, un dolor muscular que me hizo parar. Caminé cuatro pasos más y me caí. Nunca me había pasado eso. Sentía más coraje y desaliento, por una lesión que por haber quedado fuera de la competencia.

Finales de agosto: 11 Campeonato Mundial -de Caminata en Roma. Canto es descalificado en el kilómetro 13.

Ernesto:

-Después de los Panamericanos fui tratado espléndidamente por los doctores Rafael Caballero y Jacinto Licea, quienes, como en un milagro, en un par de semanas me dejaron listo para la nueva competencia. Pero en Roma sucedió lo increíble: apenas habíamos salido el estadio y ya me había amonestado un juez. sentíamos que algo malo iba a suceder, pese a que la prueba se desarrollaba a un ritmo muy lento. Así sucedió por desgracia. Los jueces me descalificaron y unos kilómetros más adelante hicieron lo mismo con Mercenario... Habían ido los jueces y no mis adversarios, quienes me habían despojado del título.

Llevado por la , ira, Canto anunció su retiro.
Pero poco después y convencido por Mario Vázquez Raña, presidente del Comité Olímpico Mexicano, decidió proseguir en el deporte.
Vázquez Raña había ofrecido más apoyo a los marchistas e intervenir para que se practicara una revisión a fondo de los reglamentos internacionales de la caminata.

La escena se repetiría un año después, en Seú1 88.

Año olímpico que comienza mal para los marchistas que cumplen con la peor gira europea en la historia del equipo.

En el campeonato soviético, Canto es descalificado nuevamente.

Y, entre el desánimo colectivo, se apresta la escuadra nacional a defender, en pistas coreanas, los títulos olímpicos.

23 de septiembre: prueba de los 20 kilómetros de marcha.

La engalana el campeón, pero su rostro es sombrío.

Kilómetro siete: Joel Sánchez es descalificado.

Kilómetro 17: Ernesto Canto asume la delantera. Poco a poco deja rezagados al alemán oriental Ronald Weigel, al italiano Mauricio Damilano, al checoslovaco Pribilinec y al soviético Pechíne. Pero no avanzará más: ha acumulado ya tres tarjetas. El juez-árbitro, Ulfert Kranimer -aquel que poco antes de Moscú 80 decretara la primera descalificación de Daniel Bautista en una competencia internacional-, se interpone en su camino. Lo descalifica.

Invade a Ernesto la rabia, le mata la decepción, llora.

Encuentra un hombro amigo: el de Daniel Bautista.

Es a la inversa, la misma escena de 8 años atrás en Moscú.

-¡Esto no es justo!-, se queja. Volverás, Ernesto...

En la propia Seúl anunció Canto su retiro. Habló de un robo, "de un complot para perjudicarnos, porque de otra manera el oro hubiera sido mío".

Criticó enérgicamente la actitud de los jueces:

-Probablemente floté, sí, pero, ¿quién no lo hace en la actualidad? ¿Por qué sólo descalifican a los andarines mexicanos?

Y, como en Indianápolis, dijo que se iba.

Pero Mario Vázquez Raña volvió a hablar con él. Le hizo recapacitar. Le ofreció promover una reunión de jueces internacionales programada para 1989, en nuestro país-. Y Canto decidió continuar.

Hoy como en los viejos tiempos.

El entrenamiento.

El sacrificio.

El esfuerzo.

La pasión.

Suda Canto. Se afila su rostro.

-Me preparo intensamente -dice-... Ya tengo una nueva meta: Barcelona 92.

Sonríe optimista. Pero el gesto se vuelve duro cuando afirma el andarín:

-Porque es mucho lo que está en juego: mi prestigio, el de la marcha mexicana, mi amor por el deporte, mi compromiso conmigo mismo y con una afición que, a pesar de todo, no de creer en nosotros... Ahora vamos a pelear con nuevas armas, con técnica renovada que evite más injusticias como las ya vividas. Queremos que se escuche nuestro himno en tierras catalanas, y que en su cielo ondee nuestra bandera. Es un reto. Otro más. Pero el deporte está lleno de ellos.

Como aquel, que nació en Moscú....
posted by Pedro Díaz G. at 5:25 PM 0 comments
Héctor López, por la patria



Ramón Márquez C./Armando Satow



Principios de mayo de 1984...

Desde hace 10 años vive en Glendale, suburbio de Los Angeles, aquí, donde en tres meses se disputarán los juegos de la XXIII Olimpiada.

Y es, sin duda, el mejor peso gallo en los Estados Unidos.

Nadie como él para integrar el equipo olímpico que defenderá los colores de la Unión Americana.

Pero no lo hará. Por dos razones:

La primera: tiene tan sólo 17 años.

La segunda: acaso su edad no sea determinante pero este peleador, al que apodan Huracán, se llama Héctor López, nació en la ciudad de México y conserva su nacionalidad.

Imposibilitado en el equipo de Estados Unidos.

Desconocido en México.

No hay posibilidad de cumplir el anhelo de pelear en los Juegos Olímpicos.

Héctor López Colín decide, entonces, acelerar su inminente ingreso al boxeo profesional.

Es ese su panorama al afrontar esta noche en la Sports Arena, un compromiso más en su ya larga carrera: la final de un torneo citadino. La ganará, por supuesto; su calidad es mucha. Boxea como un profesional; elude los golpes y contraataca con dos armas mortales: sus disparos son de lo más certeros y llevan el letal mensaje del nocaut.

Pero esta noche habrá de cambiar radicalmente su vida.

Porque al dar comienzo la función, el anunciador ha comunicado al público que entre los presentes se encuentra nada menos que el mexicano José Sulaimán, presidente del Consejo Mundial de Boxeo. Y el hombre que rige los destinos del máximo organismo boxístico es, desde hoy, uno de los más fervientes admiradores del boxeador mexicano radicado en Los Angeles. Y es tanto su fervor, que habla de él con Raúl Ratón Macías, presidente de la Federación Mexicana de Boxeo Amateur Macías se deja llevar por el entusiasmo de Sulaimán.

Espera, espera un momento... ¿Héctor López, dijiste-

- Así es...

Revisa el Ratón un calendario.

- ¡Aquí está!. . A finales de este mes tenemos un dual meet contra una selección de California, en Santa Ana. Y ese muchacho del que hablas va a pelear contra Edgar García, nuestro preseleccionado olímpico en peso gallo. ¿Qué mejor oportunidad para verlo en acción-

Al día siguiente y en las instalaciones del Centro Deportivo Olímpico Mexicano, Macías sostiene una informal conferencia de prensa con algunos reporteros habla con optimismo del chamaco mexicano que vive en Los Angeles, que tiene un récord espléndido de casi 80 peleas como amateur, que estaría dispuesto, ya lo ha comprobado mediante una entrevista telefónica a representar a México en la ya tan cercana Olimpiada y que en unos días enfrentará nada menos que a Edgar García, campeón nacional en peso gallo.


-¿Y si gana?-, pregunta un reportero a Macías.

- Habrá ganado, también, un lugar en el equipo.

Finales de mayo de 1984...

Santa Ana, California. Dual meet: preselección nacional mexicana contra selección californiana.

Peso gallo: Edgar García, por México, contra Héctor López, de California.

Nocaut en 45 segundos: combinación de gancho de izquierda abajo y remate con la derecha sobre la mandíbula. Edgar García cae. Se levanta en malas condiciones. El réferi detiene el combate.

Al día siguiente en México, Raúl Macías informa que oficialmente Héctor López ha sido invitado a formar parte de la preselección mexicana.

Pero la noticia causa estupor y controversia.

- ¿Cómo es posible? -preguntan ciertos funcionarios del deporte amateur- que con sólo una pelea Héctor López haya, ganado una oportunidad por la que han luchado decenas de boxeadores en nuestras propias fronteras-

- Pero venció al campeón Y él también es mexicano.

La controversia finaliza con un acuerdo:

Habrá revancha entre García y López -porque, además, Edgar alega que el réferi se precipitó en Santa Ana-. El ganador será seleccionado nacional.

Se programa la pelea, a puertas cerradas, en el propio CDOM. Vuelve, pues, Héctor López a su tierra, ésta, que dejó definitivamente siendo apenas un chiquillo de siete años.

Y se apresura a declarar en su llegada:

- Vivo en Los Angeles, efectivamente, pero jamás he dejado de ser mexicano.

Poco qué contar de aquella revancha:

Primer round de clásico estudio, de marcar distancias. López luce su precisión en el jab.

Segundo round explosivo: acorta López los espacios. Asume la ofensiva. Finta con la izquierda el gancho abajo. García baja la guardia. López dispara la derecha, arriba, cruzada. García cae. Es noqueado por segunda ocasión.

Héctor López se convierte, desde ya, en seleccionado olímpico mexicano.

Mediados de agosto de 1984...

Baja del ring Héctor López.

Se mezclan en su interior todo tipo de sensaciones.

Se dice. despojado de una clara victoria.,,

Pero entonces sube al podio y todo cambia.

Ve izar la bandera tricolor.

Siente, sobre su pecho, el ardiente calor d e la redonda placa metálica revestida de plata.

La ofrenda a México.

Le dicen el Cebollo a Héctor, el menor de los López Colín. Por chillón.

Y llorar no es tan bien visto aquí en la bravura de la colonia Romero Rubio, tan cerca. na a la Morelos, tan cercana a Tepito. Aquí la cosas se arreglan a golpes, no con lágrimas

Pero el Cebollo sigue llorando.

Y es tan diferente a los demás.

¿Por qué le gustarán tanto los perros?

Tiene 4 años -nació el primero de febrero de 1967-. Y ya sus padres, Salvador López, y Alma Lucinda Colín, han decidido separarse.

El no lo comprende.

Su pasión son los perros. Los recoge en la calle, los baila, los alimenta, los cura en mucha! ocasiones y luego se le escapan. No hace mucho que buscando uno de ellos, se salió de casa de su abuela y sin quererlo llegó hasta el aeropuerto. Allá lo encontró al caer la noche, angustiado, su hermano Salvador.

Tampoco comprende este viaje intempestivo a la ciudad de Los Angeles. Sólo escucha a su madre cuando ésta se dirige a sus hermanos Jesús y Miguel Ángel Colín:

Voy a ver si con Martha -la cuarta hermana- puedo abrirme un nuevo camino

Doña Lucinda regresa a los pocos meses. No ha podido encontrar trabajo por irregularidades en sus papeles migratorios.

La pasión de Héctor es ahora distinta- la lucha libre.

Ya no será el Cebollo. Ahora es un chico de carácter explosivo.

Héctor:

Decían de mí que era un chico listo y desconfiado; que no me dejaba de nadie. De lo que sí definitivamente me acuerde es de que era un niño diferente.

Su ídolo es el Santo.

Lee los libros de historietas del platinado Enmascarado de Plata.

No se pierde una sola de sus películas por la televisión.

Ya tiene 5 años y acude al kinder. Una tarde, al regresar, informa a su madre:

- Mañana no voy a ir a la escuela, mamá.

- ¿Por qué?-, pregunta ella.

- Porque me peleé con un niño que dice que su papá es luchador profesional. Y que me lo va a echar.

Interviene el tío Jesús:

- ¿Está muy grandote?

- No...

- Pues vuélvetelo a sonar y dile que tu tío es el Santo.

Abre desmesuradamente los ojos el chiquillo.

¿De veras?...

No hay limite en su admiración por el santo.

Con lo que gana en sus funciones de teatro guiñol -en una Navidad, su abuela les regaló el cartón y dos muñecos; Héctor y su hermano Roberto montaron una función; atraían a los chiquillos del barrio, cobraban 20 centavos la entrada y como única inversión pagaban un peso a otro chamaquito que tenía la voz chillona, para que personificara a la mujer- ha comprado una máscara plateada con la que cubre su rostro, trepa por el muro de la barda y desde una altura aproximada de dos metros, emulando a su ídolo se lanza al vacío. Su intención es atrapar los tendederos -¿acaso lianas salvadoras en la inmensidad de unos árboles selváticos?- pero éstos se rompen y el niño enmascarado aterriza sobre un montón de grava. Se rompe la clavícula izquierda. Lo llevan de emergencia al hospital, donde le enyesan el hombro. Advierte el doctor:

- Tendrá que usarlo como unos dos meses.

Error de cálculo.

Porque Héctor roe el yeso. Lo hace desaparecer como a las tres semanas de instalado.

La clavícula nunca volverá a quedar en su posición original.

Ya Héctor tiene seis años cuando ve venir a su querido primo, Sergio, quien le dobla la edad y que llora porque en la tortillería un niño y su hermana le pegaron con una cubeta. Se organiza la excursión familiar para ir a vengar la afrenta. Van todos los hermanos de Héctor: Salvador, Sergio y Roberto. Ellos quieren una explicación. Pero Héctor llega y sin mediar palabra, hace explotar un fuerte derechazo en pleno rostro del agresor de su pariente.

No, definitivamente ya no es el Cebollo.

Dentro de poco será el Huracán. Pero no aquí, sino en Glendale, porque doña Lucinda ha arreglado sus papeles y decide volver a intentarlo en California, donde ha encontrado trabajo en un taller de costura.

Se va Héctor. Tiene apenas siete años.

Héctor:

- No sabía a ciencia cierta lo que estaba pasando. Sólo sabía que decía adiós a mis mejores amigos, que iba a un lugar que desconocía, a nuevos ambientes y eso no me gustaba.

Doña Lucinda:

- Allá Héctor y Roberto, que seguían muy unidos, continuaban demostrando su gran ingenio. Como veían que el dinero escaseaba, fueron al taller donde yo trabajaba, hablaron con el dueño y le propusieron un trabajo: ganarían un dólar por barrer el local. El dueño aceptó, pero les hizo ver que la aspiradora no servía. Ellos la probaron y al ver que en vez de aspirar, expulsaba el aire, decidieron emplear otro método: fueron aventando los pedazos de tela con el mismo aire que expelía la máquina, los juntaron en un rincón y después los recogieron. El trabajo, por lo tanto, fue hecho mucho más rápido de lo que supuso el dueño del taller. Y admirado por el ingenio de los chamacos, en vez de los cincuenta centavos de dólar que correspondía a cada uno, les dio cinco dólares por cabeza.

Pero el destino del Huracán estaba marcado por otros rumbos.

Por aquellos que seguían sus hermanos mayores, Salvador y Sergio, quienes iniciaban una carrera boxística que nunca fructificaría, pero que despertaba gran inquietud en los hermanos menores. Pronto Salvador se desanimó. Siguió Sergio, a quien se unió Roberto, el inseparable compañero de Héctor éste quiso agregarse, pero como estaba tan pequeño, todavía no cumplía 8 años, toda la familia se opuso.

Héctor:

- Yo sentía, ya, la excitación del boxeo... Porque el boxeo, ¿sabe?, es algo que uno trae dentro; algo que nace con uno y que sale naturalmente. A golpes había tenido que resolver varias diferencias con chiquillos que, como soy descendientes de familias mexicanas, sufríamos de cierta discriminación... Y a veces, también me peleaba en el propio barrio, donde nos dábamos pero en serio. Así que cuando mis hermanos y mi mamá se opusieron a que fuera al gimnasio, lo que hice fue seguirlos sin que se dieran cuenta, hasta que los vi meterse en un edificio muy grande, impresionante, allá, por las afueras de Glendale.

Ese edificio tan grande e impresionante era la sede del Ejército de Salvación y al mismo tiempo, del cuartel policiaco de la localidad, ubicado en una zona netamente industrial, rodeado de vías de ferrocarril y de muchas fábricas. Había sido una de las primeras cárceles del condado y es, hasta la fecha, uno de los escenarios predilectos de los directores cinematográficos cuando de filmar películas de ambiente penitenciario se trataba. En el cuarto piso de aquella reliquia se encontraba el gimnasio.

Héctor:

-Cuando entré por primera vez, me quedé asombrado: había decenas de tipos entrenando en la amplitud de esas instalaciones tan limpias, tan iluminadas, tan llenas de implementos. Los peleadores cambiaban golpes arriba de los rings. Eran cuatro cuadriláteros y los vestidores eran largos, largos, llenos de casilleros. Me parecía estar viviendo en un sueño. Me escondía para poder ver entrenar a mis hermanos. Y no sabia que, a mi vez, era observado detenidamente.

En una ocasión, el corazón de Héctor López se paralizó cuando vio venir hacia sí al individuo aquel, que daba órdenes en el gimnasio.

- ¿Qué haces tú aquí?-, le preguntó el entrenador Gordon Wheeler.

-Soy hermano de Sergio y de Roberto, e aquellos...

¿Saben que estás aquí?

No, porque si lo supieran no me dejarían. Y yo quiero aprender a boxear.

Yo puedo enseñarte, a condición de que no abandones tus estudios.

Trato hecho.

Salvador, el hermano mayor, había conseguido ya un trabajo y doña Lucinda -en sus ratos libres, por las tardes, había tomado un curso intensivo- se graduó de enfermera. Ahora cuidaba enfermos en forma particular. La situación económica en casa, por tanto, había mejorado ostensiblemente.

Héctor y Roberto podrían, pues, dedicarse íntegramente al deporte y a sus estudios.

Gordon Wheeler enseñó a los López los secretos del boxeo a partir del momento en que Héctor cumplió los 8 años de edad.

Había, en aquellos dos chiquillos mexicanos, la esencia del pugilismo. Wheeler sólo tenía que pulirlos.

Y pronto, muy pronto, inscribió a los dos hermanos en el torneo de la Liga Policíaca de la localidad.

Doña Lucinda:

- Consentí en que Roberto y Héctor continuaran en el boxeo porque así hacían deporte y se mantenían alejados del alcoholismo y la drogadicción, tan comunes en los jóvenes de ahora. No me gustaba mucho el que golpearan y fueran golpeados, pero era preferible eso a que corrieran el otro peligro.

Pronto, quizá antes de lo que todo mundo esperaba, Roberto comprendió que no era, la del boxeo, su auténtica vocación. Y fue alejándose...

En cambio, Héctor se entregó a ella con una pasión que se reflejaba en su consistencia en los entrenamientos, en la exactitud con que cumplía las instrucciones que le eran dadas... En sus avances, pues.

Así fue normal que, poco antes de cumplir los 10 años, se presentara jubiloso ante su madre:

Mamá, mamá... ¡Peleo el próximo sábado!

Y doña Lucinda, con un nudo en la garganta:

- Está bien, hijito... Nomás cuídese mucho.

No tendría necesidad de hacerlo.

No hubo pelea: El contrincante no se presentó.

Héctor:

- Esa noche lloré de decepción. Me había emocionado mucho. No pude ni dormir en toda la semana, nada más de lo excitado que estaba.

Cuando vi el ring, los demás combates, a la gente aplaudiendo y a mi familia esperando verme en acción, ya se me hacía tarde para lanzar el primer golpe. Me vestí con todo cuidado, me pusieron las vendas y esperamos, esperamos, esperamos...

Gordon Wheeler se movilizó rápidamente y consiguió una nueva pelea.

Héctor:

- Ahora sí, mi debut fue en serio. Sucedió en Fontana, un pueblo no muy lejano de Glendale. Y le gané por decisión a un chiquillo que, si recuerdo bien, se llamaba Rudy Montoya. Y cuando el réferi me alzó el brazo derecho y lo mantuvo así, viví mi primera gran emoción en el boxeo. Ya sabía exactamente, hacia dónde encaminaría mis pasos.

Comenzaron a sucederse triunfos, títulos, trofeos, diplomas.

Ya en 1980 y ante la celebración de los Juegos Olímpicos de Moscú, Héctor empezó a pensar en la posibilidad de llegar al máximo acontecimiento deportivo y se trazó una meta: competir en la Olimpiada que, cuatro años más tarde, se escenificaría nada menos que en casa. Pero fue advertido:

- Aún entonces serás demasiado joven, un menor de edad y conservarás tu nacionalidad. Es preferible que esperes a los Juegos Olímpicos de 1988-, le dijo Gordon Wheeler.

Héctor:

- Y muy dentro de mí sentía el anhelo de pelear en Los Angeles, pero representando a mi país. Siempre había dicho que, aunque viviera en Los Angeles, yo había nacido en México y -que esa era mi patria. Sin embargo, no me hice ilusiones; sabía que ese era un sueño imposible.

1981:

Ya Héctor tiene 14 años de edad y vence en Albuquerque, a Mark Virgil, ahora ex campeón nacional policiaco. El título pasa a la vasta colección del Huracán, que está incontenible: es campeón de los Guantes de Oro, del Cinturón de Diamantes, de la liga Atlética Policial y del torneo Olímpico Junior. Es clasificado como segundo minimosca del país. Y se distingue también en los estudios: es de los alumnos sobresalientes en el Roosevelt High School.

Y su gran ídolo ya no es el Santo.

Héctor:

- Me había entusiasmado al ver pelear a Carlos Zárate, a Sugar Ray Leonard y a Danny Coloradito López, pero cuando vi en acción a Salvador Sánchez me electricé. Y es que era fantástico, lo tenía todo; estilo, en especial. Y desde entonces me propuse tener, el mío propio, distinguirme entre los demás. Procuré basar todo en un buen boxeo, pero que fuese también espectacular y dramático, como el de Salvador. De modo que cuando avizoro la posibilidad de un nocaut, voy por él, o me fajo cuando hay que cambiar golpes.

En 1983 su propio desarrollo lo llevó a cambiar de división.

Al cumplir los 16 años era minimosca. Al finalizar el año, peso gallo.

Y ya en el 1984 Olímpico, comenzaron a caer bajo sus puños todos sus adversarios en esta nueva división.

Héctor:

- Pero seguía molestándome la idea de que no podría pelear en los Juegos Olímpicos. Y la verdad, ya no quería esperar a Seúl. Ya pensaba en el profesionalismo. Así que casi me desmayo cuando aquella tarde de mayo, Gordon Wheeler nos avisó que íbamos a sostener un dual meet contra la selección mexicana. Fue algo maravilloso. Yo siempre sentí respeto y admiración por el boxeo de mis paisanos. Y ahora estaría contra ellos, siendo también mexicano y en mi propia casa. Me invadieron los nervios. Sentí una gran responsabilidad. Pero esa noche actué con toda naturalidad. La pelea fue fácil, por fortuna: Edgar García sólo duró 45 segundos. Y yo saboreaba todavía la victoria, cuando alguien llegó a mi camerino a preguntarme si me interesaba formar parte del equipo nacional mexicano. ..-¡Casi me muero! Por supuesto que acepté. Luego me dijeron que la única condición antes de concentrarme en el Centro Deportivo Olímpico Mexicano, era la de concederla revancha a Edgar García. Si lo vencía, tendría mi lugar en la escuadra.

"Aquella invitación no fue muy bien recibida en el equipo," admite Emeterio Villa-. nueva, -quien fue olímpico mexicano, peso medio, en los Juegos de Munich 1972-; asistente del entrenador nacional, el búlgaro Stavri Baclívarov.

La verdad, como que no nos cayó muy bien el hecho de que Héctor noqueara a Edgar, y cuando nos avisaron de la invitación, reaccionamos muy mal: con celos por todos lados. Sentíamos que se iba a cometer una injusticia., Por eso nos alegramos cuando se concertó lo dé la revancha. Queríamos que Edgar cobrara venganza, aunque todos sabíamos que nada estaba seguro porque, nos pesara o no, Héctor había demostrado que era un gran boxeador.
Héctor viajó por la mañana en un vuelo directo Los Angeles-México Pasó esa tarde en casa de sus tíos, en la Romero Rubio, recordando viejos tiempos, luego se fue al CDOM La pelea sería la mañana siguiente.

Héctor:

- No obstante que yo sabía que en el deporte todo puede pasar y en especial en el boxeo, en el que un buen golpe acaba con todo, me sentía muy confiado en mis propias posibilidades. Había palpado mi superioridad sobre García sólo era cuestión de confirmarla.

Lo hizo.

Permitió que García asumiera la ofensiva en un primer round de tanteo.

Fue él quien avanzó en el segundo. Cercó a su adversario, fintó la izquierda abajo y cruzó la mandíbula con sólido derechazo.

Edgar García volvió a ser noqueado.

Ya estaba el Huracán en el equipo.

Héctor:

- Y nadie podía decir que me habían favorecido. Gané mi lugar en el ring, donde es el boxeador quien habla.

No obstante, había alguien muy importante que no estaba del todo complacido: el entrenador nacional, Stavri Baclivarov.

Sobre todo porque el recién llegado, quien de inmediato captó la simpatía del grupo tenía costumbres que rompían con su modelo de disciplina y además su estilo, netamente profesional, contrastaba con el del resto del equipo. Y el del resto del equipo era típicamente amateur; un reflejo, al ciento por ciento, de la más clásica técnica europea. O al menos, pretendía serlo.

Emeterio Villanueva:

- La verdad es que en cuanto Héctor se agregó al equipo supo hacerse amigo de todos nosotros, que aún lo veíamos con recelo. Su buen carácter acabó muy pronto con nuestra actitud reacia. Es un muchacho de muy buen humor y a todos nos divertía su apochada manera de hablar. El único que no acababa de aceptarlo era Bachvarov.

Héctor:

-Así sucedió. Desde un principio sentí que no le caía muy bien al búlgaro. Y es que, ¡imagínese! a poco menos de dos meses de los Juegos Olímpicos pretendía hacerme cambiar de estilo. Por otra parte, yo tenía mi propio sistema de entrenamiento, diseñado por Gordon Wheeler especialmente para mí y tenía que apegarme a él dentro de lo posible. Si me había dado resultado durante tanto tiempo y con él había llegado a la selección mexicana, ¿por qué insistir en cambiarlo- También estaba yo acostumbrado a entrenar a ciertas horas, con determinado ritmo, a correr de tales a tales distancias... Bacharov no respetó nada de mis costumbres. No supo adaptarse a las nuevas y especiales circunstancias. Quiso que fuera yo el único que cediera, sin que él concediera ni un centímetro de terreno. Se estableció una especie de guerrilla. Pero yo sabía quién seria el triunfador al final.

Emeterio:

- Efectivamente, Héctor causó problemas en ese sentido; Bacharov se desesperaba con él. Y es que, además de todos sus razonamientos, algunos muy válidos, Héctor era medio flojito, sobre todo para levantarse en las mañanas.

Me decía Bacharov como a las seis de la mañana: "ya despiértalos para ir a correr". Y yo iba y lo hacía. Héctor me decía: "no, yo no voy ahorita. Al rato los alcanzo". Y yo me le ponía muy serio: "lo siento, señor, pero usted forma parte de nuestro equipo y tiene que cumplir, así que levántese, pero ya". Luego venían los otros problemas: Stavri lo veía entrenar y se quería morir... "Ese López, míralo, míralo, es muy flojonazo. ¡Exprímelo, exprímelo!... Y hazlo que tire el jab, Villanueva, el jab siempre por delante". Y allá arriba del ring, de repente Héctor abría ataque con la derecha. Y Bacharov nomás ponía carota. Y yo ahí, en medio de los dos. Hasta que llegué a un acuerdo con Héctor: "mira, cuando Bacharov te esté observando, haz las cosas como a él le gustan, porque al fin y al cabo no te cuesta ningún trabajo y en cuanto él dé la espalda, continúa como nosotros sabemos.." Finalmente, se declaró la guerra abierta entre ellos. Ya ninguno de los dos se hablaba.

Acaso como una consecuencia de eso, Bacharov presionó ante las autoridades de la Federación Mexicana de Boxeo Amateur para que Héctor concediera a un muchacho de Arizona, la misma oportunidad que él tuvo: pelear por un sitio en el equipo. Y no obstante la cercanía de los Juegos, fue tanta su insistencia que en la FMBA tuvieron que aceptar.

Fernando Araux, también nacido en México pero radicado en aquella ciudad de Nuevo México, viajó exclusivamente para retar a López. Si lograba vencerlo, sería él quien ocupara un sitio en la delegación mexicana a los Juegos Olímpicos.

Y se anunció formalmente, en aquella función que se presentó a mediados de julio en la Arena Coliseo, que todas las peleas, a excepción de la que sostendrían Araux y López de carácter eliminatorio, serían de exhibición.

Las ilusiones de Araux murieron en el segundo round.

Gancho izquierdo abajo, remate con la derecha arriba y adiós.

Nada arrebataría a Héctor el derecho de representar a México en Los Angeles.

Quedó concentrado definitivamente, en el CDOM.

Recuerda su tío, don Jesús Colín:

- En sus ratos libres venía a charlar coh1 nosotros, a bromear con nosotros. Después dé casi 10 años sin verlo, se nos presentaba como un muchacho muy normal, afecto a ir al cine, al futbol, a las diversiones propias de su edad. Le gustaban todo tipo de paseos. Y es que a los 7 años, de hecho estaba descubriendo la ciudad en la que nació. Sólo se ponía serio cuando hablaba de boxeo y del compromiso que había adquirido. Entonces nos decía, con una seguridad que nos daba confianza a todos, que sería el único del equipo que ganaría medalla en los Juegos Olímpicos.


Héctor:

- No estaba fanfarroneando. La verdad era que, a pesar de que la mayoría de mis compañeros tenían más edad que yo, no habían acumulado tanta experiencia. Mi récord era muy superior al de ellos. Sabía cómo hacer frente a situaciones que a ellos causaban muchos problemas. Y decía aquello consciente de",, que en el equipo había extraordinarios pelea. dores, como Genaro León y Javier Camacho que eran los dos que más impresionaban.

Todavía antes de salir a Los Angeles, hubo un último problema: las autoridades del Comité Olímpico Mexicano consideraron que, a pesan de que Emeterio Villanueva había participado a todo lo largo de la preparación del equipo mexicano de boxeo, no era necesaria su presencia en la ciudad californiana.

Y roto el vínculo con el entrenador Bacharov, ¿quién atendería a López-

Emeterio optó por costearse sus propios, gastos y hacer el viaje.

Y ya en Los Angeles su intervención fue decisiva.

Porque fue él, de hecho, quien se encargó...de supervisar el trabajo final de Héctor Y de subir con él a la esquina.

Bacharov se apartó totalmente.

Gordon Wheeler, el instructor de siempre de Héctor, guardó respetuosa distancia. Se concretaba a observar en silencio las prácticas de su peleador y a hacerle comentarios cuando éstas finalizaban.

Héctor López se presentarla ante su público en los Juegos Olímpicos con números extraordinarios, considerando sobre todo, su corta edad: 92 peleas, con 84 victorias -41 de ellas antes del límite y 8 derrotas-.

Dos de agosto de 1984...

Noche de expectación en el Olympic Auditorium.

Porque hoy se presenta, vistiendo el uniforme de México, quien tantas veces lo ha hecho con el uniforme de California: Héctor López.

Y es Héctor López quien despierta el entusiasmo del público con su boxeo, elegante y preciso desbarataba el plan de ataque del indonesio Johnny Assadoma, a quien, en el tercer round, clava ganchos de izquierda con tal fuerza que obliga a la intervención del réferi Nowedine Aldalá, de Nueva Zelandia.

Primera gran ovación para el mexicano. Se desgrana desde lo alto de las tribunas populares.

Tres días después, espléndida entrada. Y Héctor no decepciona: es demasiado rival para el nigeriano Joe Orewa, quien pierde por puntos de 4-1.

Esa tarde, el sudcoreano Moon Dung Kii da la gran sorpresa del día: vence al estadounidense Robert Shannon quien, de acuerdo con la gráfica del torneo, podría haber llegado a enfrentarse al mexicano, nada menos que en la final. Muertas sus esperanzas en esa división, el público local apoyará definitiva y exclusivamente a López.

El 8 de agosto se presenta la pelea más importante de su carrera, ganar te representará haber asegurado, cuando menos la medalla de bronce. Héctor ofrece su mejor actuación del torneo. Ahora boxea sobre piernas... entra, golpea y sale rápidamente de la zona de fuego. Ocasional. mente remata con poderosos cruzados de derecha, que Ndaba Nube, de Zimbawe, resiste a pie firme. Y así, a pie firme, logra llegar al final de los nueve minutos de acción, pero no evita la derrota por unánime decisión de 5.0.

Héctor:

- La felicidad invadió a quienes me rodeaban. Todo mundo estaba eufórico; se había asegurado una medalla. Y yo, por supuesto, estaba contento. Pero no me sentiría satisfecho sino hasta llegar a mi objetivo, que era el de conquistar la de oro.

Apenas 24 horas después de aquel combate,,Héctor afronta el duro compromiso llamado Dale Walters, un tozudo peleador canadiense obstinado en dar a su país la medalla de oro que desde hace 32 años se le niega en competencias olímpicas. Y se entrega sobre el ring. Ofrece lo máximo de sí. Y es tanta su fortaleza y tan inquebrantable su voluntad de triunfo, que todo se traduce en un franco ataque que obliga a López a cambiar de estrategia. . . El mexicano opta, al inicio del combate, por la pe. lea a la distancia. Jab, mucho jab. Pero en el segundo, se ve forzado a aceptar el intercambio de golpeo. Sudan los dos peleadores, copiosamente. Enardece la gente cuando, después de un gancho izquierdo arriba, disparado por fuera de la guardia del canadiense, éste recibe el conteo de protección. Pasado el susto y con renovados bríos vuelve Walters a acortar distancias y a forzar el intercambio de golpeo. Y así, así, hasta el final.

Otra decisión unánime para Héctor.

Pero preocupa la bolsa de hielo -sobre el puño izquierdo, con la que Héctor se presenta a hacer frente a la acostumbrada conferencia de prensa.

Héctor:

- Es que me había lastimado ligeramente. El canadiense tenía la cabeza sólida como una roca. Todo él era sólido como una roca. Sin duda, fue el rival más fuerte al que me enfrenté en los Juegos y quizás, en toda mi carrera como amateur. Fue un adversario mucho más difícil que el propio Stecca quien, más que un boxeador, parecía un luchador.
El italiano Mauricio Stecca: 22 años, hermano del peleador profesional Loris Stecca, nacido en Rimini; desde 1979 campeón nacional de su país, actual monarca europeo y también campeón mundial amateur y del torneo mundial militar. Récord de 90 victorias, 25 de ellas por nocaut, un empate y sólo cinco derrotas.

Ese es el rival, el tremendo rival que separa a Héctor de la medalla de oro.

Ese es el rival, el tremendo rival al que impide a Héctor conquistar la medalla de oro.

Enviado por el diario unomásuno, el cronista Sergio Guzmán escribió de aquella final celebrada el 11 de agosto:

Cuando concluyeron los tres minutos del último asalto, Héctor López caminó con paso seguro hacia su esquina. Se fundió en un abrazo con sus ayudantes, agradeció la oración colectiva y esperó el fallo con optimismo. Tenía la certeza de haber ganado.

Pero instantes después, el anunciador oficial dijo en inglés, francés y español, que Mauricio Stecca era el dueño de la medalla de oro... Que el italiano era el monarca olímpico de peso gallo.

"El ganador, en la esquina azul y por decisión de 4-1, el italiano Mauricio Stecca". . .se escuchó.

Una profunda tristeza se apoderó entonces de Héctor López, quien bajó con lentitud del cuadrilátero, conteniendo toda la rabia de lo que consideraba una injusticia.

No había habido tal..

Durante nueve minutos sobre el ring fue el más elegante, el más preciso, quizá e indudablemente el más fuerte. Conectó los golpes más sólidos y en más de una ocasión italiano con certeros impactos a la mandíbula

Pero esas no son armas suficientes para un adversario como Stecca, de vasta experiencia en el boxeo de aficionados. El Italiano sé mantuvo adelante en las puntuaciones, siempre a base de una gran velocidad en sus ofensivas. Se hizo de la iniciativa y con notable precisión en sus disparos, golpeó a un ritmo muy superior al semilento de López quien además, cometió un grave error: boxeó al más puro estilo profesional. Ante el acoso de su rival, pretendió mantener la distancia a base de un bailoteo de piernas y de brazos tan exagerado como inútil. En fintas, en poses, perdió tiempo que en el boxeo amateur es precioso. Pugilismo en el que no se puede desperdiciar ni uno solo de los 180 segundos de pelea.

Eso lo sabe Stecca quien, además de convertirse en campeón olímpico, ostenta el título de monarca mundial de la división. Fue a fondo en los dos primeros asaltos, ante la parsimonia de su contrincante y en ellos fincó la victoria. Tuvo la virtud, además, de resistir los fuertes golpes que le conectó el mexicano y reaccionar de inmediato para superar, a base de velocidad, los malos momentos.

Una prolongada rechifla acompañó al veredicto.

Y se escuchaba aún cuando el réferi Sukar levantaba el brazo del triunfador.

En su esquina López lloraba, recostada su cabeza sobre el hombro de Emeterio Villanueva.

Personalidades del boxeo como José Sulaimán, Muhammad Alí y Marvin Hagler, se acercaron al mexicano para confortarlo.


Héctor:

- Hasta la fecha sigo creyendo que se cometió un despojo en esa pelea. Habrá que imaginar el dolor que sentía en esos momentos. Me dolía por sobre todas las cosas, como me sigue doliendo, el no haber sido capaz de conquistar para México la medalla de oro.

Y de repente, el momento...

Héctor:

- Subí al podio. La gente me ovacionaba como si fuese yo el auténtico campeón olímpico. Y ahí estaba, confundido en mis sentimientos, cuando la vi Brillaban sus colores, en bellos contrastes, curiosamente los mismos de la bandera italiana, pero esa nuestra águila al centro es como un símbolo de la hidalguía de nuestro pueblo. Y me estremecí. Había aprendido a amarla en el extranjero. Ahora la izaban delante de todos.

Estaba majestuosa y comencé a llorar de emoción. Nunca más he vuela sentir lo de ese instante, con esa intensidad. Entonces vi mi medalla de plata y como que ya no me importó el color. ¡Qué alta y qué hermosa se veía nuestra bandera! Eso era lo que realmente importaba...

Héctor regresó a México con el resto de la delegación

Y aquí fue tratado como toda una figura del deporte

Se sucedieron los homenajes para él.

Llegaron pergaminos, diplomas, trofeos.

Le fue obsequiado un departamento, en la colonia Guerrero, que conserva todavía.

El presidente Miguel de la Madrid Hurtado le entregó el Premio Nacional del Deporte y a continuación, Héctor participó en el desfile deportivo del 20 de noviembre.

Y sintió, una vez más, la calidez de su pueblo

El respondió con igual nobleza:

Propuso su debut como peleador profesional programado para ese 20 de noviembre, para sostener su primera confrontación en el pugilismo de paga en la función que el Consejo Mundial de Boxeo organizó el primero de enero de 1985 en El Toreo, a beneficio de los damnificados por la explosión de la estación de gas en San Juan Ixhuatepec.

En esa ocasión derrotó a Roberto Solís, por decisión, luego de seis rounds de brillante exhibición de buen boxeo.

Héctor López finalizó su preparatoria, con estupendas calificaciones en la Hoover High, en Glendale.

Eso sucedió en octubre de 1984.

Había cumplido con la promesa hecha a su madre

Ahora podía dedicarse en cuerpo y alma, al boxeo profesional.

Pelea en peso pluma. Ha embarnecido, aunque su rostro conserva los rasgos infantiles que le hicieron tan popular en México. Desapareció la fina trenza que le descansaba en la nuca. y llegaba hasta la espalda.

Ya no es ni el Cebollo ni el Huracán; es el Torero López.

Dicen en Los Angeles que cada una de sus peleas es una faena.

Está clasificado corno primer peso pluma en las listas del Consejo Mundial de Boxeo, aunque su carrera se encuentra en un receso obligado por circunstancias extradeportivas.

Héctor:

- Espero reanudar muy pronto mi carrera boxística. Es mi máximo anhelo. Quiero llegar a ser campeón mundial, aunque y esto es extraño, estoy seguro de que no viviré lo que viví aquella ocasión tan especial.

Combatí por México, ahora combato por mí mismo; no gané la gloria para mi, sino para mi país; ahora sé que puedo ser campeón, pero también sé que nada podrá ser comparable a aquella sensación que tanto me impactó al ver ondear mi bandera. Y no habrá jamás trofeo que supla a la medalla. Porque esa la traigo siempre en el corazón...
posted by Pedro Díaz G. at 5:19 PM 0 comments
Daniel Aceves, o el gen de Bobby Bonales



Ramón Márquez C. /Armando Satow



Ser hijo de Bobby Bonales era más, mucho más que sólo eso...
Era ser hijo de la fantasía.
Ser hijo de la competencia y de la victoria.
Era derribar a musculosos gigantes encapuchados.
Era volar...
Era ser su padre mismo y subir al ring y luchar hasta el triunfo, así, sin sentir dolor, sin importar la sangre ni los golpes... Como él lo hacía

Era enardecerse con los gritos de aquella multitud delirante.
Era, a los 4 ó 5 años de edad, antes, mucho antes de poner siquiera un pie en una escuela, saber nombres, muchos nombres:
El Santo, Black Shadow, Blue Demon, Gori Guerrero, El Cavernario Galindo, Tonina Jackson, el Médico Asesino...
Y amarlos... Y odiarlos... A ellos, inmersos en la caprichosa rueda de la fortuna: hoy compañeros de su padre; mañana enemigos. Era ser apenas un niño y, sin saberlo, ser también parte integral de la mejor época del apasionante espectáculo de la lucha libre en México.
Porque era sufrir y reír; recibir la cálida sonrisa paternal en el momento victorioso, o mesarle los cabellos en la derrota. Era sentir sobre la cara la caricia de aquella mano tan suave.
Esa misma mano que era arma poderosa en cada batalla Era ser el malo o el bueno y echarse unas luchitas con los amigos Y era, en fin, ser el rudo y ponerse el traje de luchador, con máscara y capa, para ir a dormir. Y ahí. en la cama. enfrentar al El Güero, aquel muñeco de trapo obsequio de su madre y librar con él, cada noche, los combates más feroces... Hasta vencerlo.

Eso era, para Daniel Aceves, ser el hijo de Roberto Bobby Bonales.
Los Ángeles California, 1984. ¿Dieciséis, quince, catorce? años después...
Acaba de ser proclamado vencedor; ahora va por la medalla de oro.
Corre del tapiz hasta el teléfono más cercano. Larga distancia a México.
Quiere hablar con su padre. Quiere hablar con su ídolo...
¿Bueno?...
¡Papá, papá!... ¡Gané, gané!
- Lo sé, hijo, ¡cómo no!..' Vimos por televisión tu lucha.
- Siento que voy a llorar, papá...
- Hazlo, hijo... Desahógate. Y luego concéntrate en la final, Ofrece tu mejor esfuerzo. Ya sabes que estamos muy orgullosos de ti.
Te quiero, hijo. Adiós. Mucha suerte.
- Adiós, papá, yo también te quiero.
Horas más tarde Daniel Aceves levantó la vista.
Allá, al fondo, en el mástil central, ondeaba la bandera japonesa. La de México a su derecha, centímetros más abajo.

Y le embargó una leve frustración de impotencia.
Porque se sabía el auténtico vencedor.
Era su bandera la que tenía que estar en lo más alto.
Daniel:
- la verdad es que yo había ganado esa intensa lucha con el japonés Adsuji Miyahara.

- ¿Qué pasó, entonces?
- Habían pasado algunos minutos e íbamos 0-0, hasta que el juez marcó 4 puntos en mi contra, por pasividad de mi parte y ahí comenzó de verdad la lucha final. Porque, en ese momento, seguramente el japonés supuso que me había puesto nervioso y me atacó de frente. Me levantó e intentó el suplex pero en el aire giré y él cayó de espaldas. ¡Era su derrota! ¡Era para mí la medalla de oro!... Pero los jueces no marcaron el toque. Él, inteligentemente, se salió del área y se salvó. El combate terminó 9-4 a su favor. Fue una lucha muy pareja y, aunque definitivamente él es un gran competidor, yo gané ese combate. Incluso, el resultado se registró bajo protesta ante la Federación Internacional, porque no sólo yo, sino entrenadores, técnicos y demás luchadores que presenciaron la final, vieron el toque. . . Todos, menos los jueces.
Medalla de plata, finalmente, para Daniel Aceves, peso gallo.
Y primera para México, única hasta el momento, en lucha grecorromana de unos Juegos Olímpicos.

HIJO DE TIGRE ...

No podía ser de otra manera.
Si era de hijo de Bobby Bonales, tendría que ser amante del deporte
Recuerda el luchador profesional:
- A nuestros cuatro hijos -Roberto, Daniel, Norma y Cristina- les inculcamos desde pequeños, el amor por el deporte. Les hicimos sentir que era muy necesario para que crecieran sanos y fuertes. Ellos lo entendieron, por fortuna. Los llevábamos al balneario Bahía. A Daniel, que ocasionalmente me acompañaba a las arenas, le gustaba mucho el agua. Tenía como dos años de edad y ya se aventaba del trampolín; también le gustaba jugar frontón, futbol, o cualquier otro deporte, siempre con la obsesión de ser el número uno.

Norma, hermana dos años menor que Daniel:

- Cuando éramos chicos, durante un, tiempo vivimos en una granja y como tenía jardín y un patio muy grande, jugábamos futbol. Yo era el portero y entre Daniel y Roberto me hacían muchos goles. Pero el futbol no era su pasión; a Daniel le encantaba jugar a las hasta su traje de luchador. Le fascinaba ser el rudo. Y todas las noches, luchaba con El Güero, ese muñeco de trapo que inseparable durante muchos años.

Daniel:

- Ya a los cuatro o cinco años me echaba luchitas contra mis amigos. Y es que estaba muy motivado por la lucha profesional. En todo momento quería jugar a las luchas; en la casa o en la escuela... Que si el bueno o el rudo, que aplicar una llave o un candado, o unas patadas voladoras, o un tope.
La afición, no podía ser contenida.

Y, a los 13 años, como una consecuencia lógica de todo aquello, Daniel ingresó al deportivo Guelatao, por la Lagunilla, para estudiar lucha grecorromana.

Daniel:

- Cuando entré al deportivo comprendí lo maravilloso del deporte que había escogido y desde un principio me dije a mí mismo que sí, que podría practicarlo y llegar a destacar, máxime que ahí tenía como entrenador a Roberto Vallejo, quien fuera un gran luchador amateur en los años sesenta: logró un sexto lugar mundial, un subcampeonato panamericano y varios títulos centroamericanos. Su dirección fue acertada desde un principio. Nos inculcó la tenacidad. Nos dijo que la lucha era un deporte para guerreros

Y definitivamente, para personas que ansían el triunfo.

Daniel lo ansiaba y comenzó a conquistarlo de inmediato al ganar varios torneos nacionales.

Daniel:

- Mi padre era mi inspiración, cada vez que me levantaban la mano me acordaba de cuando el réferi hacía lo mismo con él después de aquellas espectaculares luchas contra los mejores.
Su primera experiencia competitiva a nivel internacional fue el mundial infantil de 1978 en Albuquerque, Nuevo México -Daniel tenía 14 años; nació el 18 de noviembre de 1964- Las mejores expectativas de Vallejo colocaban a Daniel en el sexto lugar, pero, sorpresivamente, el incipiente luchador mexicano conquistó el tercer sitio.

Al año siguiente volvió a participar en el mundial infantil, ahora en San Diego, California, en la categoría de 45 kilogramos. Daniel regresó con la medalla de bronce. El estadounidense Antonny Amado frenó su paso. El destino quiso que Aceves y Amado se encontraran frente a frente varias veces más.

En 1980, ya como juvenil, se adjudicó la medalla de oro en el Campeonato Panamericano, celebrado en Panamá y, posteriormente, ¡campeón mundial juvenil: se impuso en Colorado Springs. En la final derrotó al italiano Vicenzo Maesa, quien cuatro años más tarde -Los Ángeles, 1984- pasaría a la inmortalidad deportiva al convertirse en campeón olímpico en la división de 48 kilogramos. Pero aquella tarde, en Colorado, fue vencido por Daniel en tan sólo 40 segundos; victoria que es, por supuesto, una de las más recordadas en la exitosa carrera del mexicano.

Al año siguiente y no obstante ser todavía un competidor juvenil, integró la selección nacional de mayores. Nadie podía vencerlo en peso gallo y se acercaba un grave compromiso para la lucha mexicana: nuestro país había logrado la sede del Campeonato Panamericano.

Daniel:

- Ese torneo era muy importante para nosotros, así que nos preparamos a conciencia. Para mí, el campeonato resultó inolvidable, pues en la final vencí al cubano Jorge Martínez, quien en dos ocasiones había sido campeón panamericano y, obviamente, me aventajaba en experiencia. Le gané 15-5 y para el equipo esa victoria fue espléndida: la única que se ha logrado en torneos de esta clase, en lucha grecorromana.

Meses después, Daniel conquistaba el segundo lugar en el Campeonato Abierto de Estados Unidos.

Perdió apretadamente ante su gran adversario: Antonny Amado.

Pero, a nivel nacional, Daniel continuaba imbatible. En 1982, ya en la categoría de adultos, ocupó el tercer sitio en el prestigiado torneo internacional de Chicago. Fue vencido por Antonny Amado.
La siguiente competencia fue el torneo de lucha en los Juegos Centroamericanos y del Caribe. en La Habana. Llegó a la final en la división de los 48 kilogramos, pero allí se encontró con el antillano Martínez, aquel a quien había vencido como juvenil...
Daniel:
- Todavía pienso que en esa lucha yo merecía más, pero el arbitraje fue determinante. Ganar a un cubano, en Cuba, es casi imposible. No obstante, salí satisfecho de la arena; estaba consciente de que había ofrecido mi mejor esfuerzo y de que fueron los jueces quienes me privaron de la medalla de oro.

Ya estaba Daniel perfilado para ser parte vital del equipo mexicano de lucha para los Juegos Olímpicos de Los Ángeles.

Daniel:

- En una ocasión, mi hermana me preguntaba, al ver aquel programa de televisión La isla de la fantasía, cuál era mi gran fantasía, mi gran sueño. Le dije entonces: "competir en unos Juegos Olímpicos y ganar una medalla".

Y así era: muchas noches soñé con que estaba en el podio olímpico y una medalla colgaba de mi cuello.

El hacía todo lo posible por convertir en realidad aquel sueño dorado.
1983, año preolímpico, fue su gran plataforma:

En México, ganó los torneos internacionales Clark Flores, Wilfrido Massieu y Agustín Briseño. Además, fue subcampeón en el campeonato cubano Granma, en el que recibió un trofeo por haber sido protagonista de la mejor lucha de la competencia: la lucha por la medalla de oro, que sostuvo contra el campeón panamericano, el cubano Eduardo Miranda y que perdió por un apretado 8-5. Después, otro subcampeonato: el del torneo internacional Concorde, en Estados Unidos; perdió la final -por decisión- ante el húngaro Kaba. No obstante, en la lucha previa se brindó él mismo la gran satisfacción de romper aquel dominio que Antonny Amado ejercía sobre él: lo derrotó por 16-4 y por superioridad técnica. Finalmente, en los Juegos Panamericanos de Caracas obtuvo la medalla de bronce. Cayó en semifinales ante el estadounidense Mar Fulier.

Daniel:

- Sabía que cumpliría con el sueño de por vida: competir en unos Juegos Olímpicos. sabía, también, que regresaría con una medalla aunque había mucha gente escéptica que no me concedía ninguna oportunidad de lograrlo "¿No te das cuenta de que a ese torneo acuden los mejores del mundo? me preguntaban".

Había embarnecido. Y no sólo eso: enfrentaba serios problemas de báscula. Era en la división de los 52 kilogramos en donde se sentía más ágil y más fuerte, pero la lucha contra su propio organismo solía ser más dura que aquellas sostenidas en el tapiz.

Así, compitiendo en la división de los 5 kilogramos, fue a Cuba a participar en el Campeonato Centroamericano y del Caribe. Ganó la medalla de oro, pero no se sentía satisfecho consigo mismo...

Tendría que esforzarse para regresar a su división.

Lo hizo.

Para lograrlo, dos meses antes de la justa en Los Ángeles se concentró en el Centro Olímpico de Colorado Springs, donde entrenó con, los seleccionados de Estados Unidos y de Rumania.

Daniel:
- Aproveché al máximo esos 60 días. Fue una gran experiencia y, además, me sirvió para bajar de peso. Con mucho trabajo pero volví a los 52 kilogramos.

LOS JUEGOS OLIMPICOS

Daniel llegó a la Olimpiada por méritos propios, con un caudal de importantes victorias.

La inasistencia de los luchadores del bloque de países socialistas que se abstuvieron de participar en Los Ángeles, le representaba un handicap importante.

En los inicios de 1984, Daniel se hizo una promesa: sería competidor olímpico. Y ganador de una medalla.

Daniel:

- Nadie e iba a regalar una medalla

Tenía que buscarla, hacerme merecedor de ella

El torneo se realizó en el gimnasio olímpico de Anaheim, lejos, muy lejos de la Villa Olímpica y del centro de Los Ángeles, donde sería disputada la mayoría de las disciplinas deportivas. Me presenté muy confiado, muy seguro de mí mismo, a pesaje y sorteo; sabía que la suerte jugaría un papel importante, pero también que yo estaba preparado para enfrentarme a cualquier contingencia.

Quedé en el grupo B de la categoría de los 52 kilogramos. Y me sentía inmensamente feliz: sería muy difícil que alguien pudiera vencerme en esa división. Pero ocurrió algo que me hizo reaccionar y comprender que en un encuentro deportivo todo puede suceder: en mi primera lucha del torneo 31 de julio, que es siempre la lucha más difícil, iba ganando al turco Erol Kemah por 5-4. Pero faltando como 30 segundos para el final, fui descalificado y perdí. La derrota m* e dolió mucho, más operó de distintas maneras en mi estado de ánimo: no mermo mi seguridad de que podía ser medallista, pero, asimismo, me obligó a darlo todo de mí en cada lucha y, sobre todo, a ser más cuidadoso.

Por la tarde, la segunda lucha: contra el ecuatoriano Iván Garcés, quien estudiaba en Estados Unidos y había sido campeón mundial juvenil. Fue un buen encuentro. Yo sabía que si perdía quedaría eliminado.

Así que me esforcé al máximo y logré derrotarlo por 14-2 y superioridad técnica.
Al día siguiente me tocó enfrentar a Richa Hu, de la República Popular China, quien, un día antes había vencido al turco. Así que tenía yo una nueva obligación: ganar o quedar eliminado. Luché con toda mi alma y me impuse al chino, por 14-8. Por otra parte, Taisto Halonea, de Finlandia, derrotó al turco, con lo cual desaparecía mi primera derrota... las cosas se me iban aclarando a las mil maravillas. Al otro día tendría que enfrentarme al finlandés en otra lucha crucial: si ganaba podía aspirar a disputar la final y asegurar, cuando menos, la medalla de plata, pero, si perdía, mis opciones eran terribles: mi siguiente lucha podría ser por la medalla de bronce, o por finalizar en el quinto lugar.

Esa noche del primero de agosto no pude dormir. Estaba muy preocupado. Se trataba, ni más ni menos, de la lucha más importante de mi vida. Era el éxito o el fracaso en mi carrera. Había visto luchar al finlandés: tenía más experiencia y era mucho más alto que yo y era muy fuerte. A mí favor estaban su escasa técnica y el hecho de que estiraba mucho los brazos al competir; eso me representaba una gran oportunidad de irme a la lucha por dentro. Esa noche, una de las más feas que he vivido, me la pasé pensando cómo ganar ese combate.

Mi plan fructificó a las mil maravillas. O al menos en el primer tiempo: me fui rápidamente al ataque, me apunté los puntos y al finalizar esa primera fase tenía ventaja de 9-0. pero... Todo cambió en el segundo tiempo. El empezó a dominarme y en una lucha no apta para cardíacos, me empató a 9 puntos, segundos antes de que los jueces decretaran la finalización del combate. Y allí estábamos los dos, exhaustos, esperando la decisión. No lo niego: dudé, sobre todo porque él había dominado al final y eso suele impresionar a muchos jueces. Pero, de pronto, se encendieron los focos rojos. ¡Yo era el ganador, pues llevaba la botarga roja! ¡Ya estaba en la final ... ! Después me explicaron que me habían proclamado triunfador por una acción de tres puntos y mejor técnica.

Lo primero que hice fue pedir una conferencia a México. Quería hablar a mi casa y decirle a mi padre que en unas horas disputaría la medalla de oro. Pero en mi casa ya lo sabían. Habían visto la lucha por la televisión. Mi padre estaba feliz; también mi madre y mis hermanos... Y yo, por supuesto: mi existencia deportiva ya tenía razón de ser, una justificación...

Ahora sólo faltaba esperar a que llegara la tarde de aquel 2 de agosto y, con ella, el combate final. No pude comer, no tenía hambre. Creo que la felicidad y la emoción por llegar a ese encuentro me mantenían vivo.

Mi rival, el japonés Adsuji Miyahara, había logrado el campeonato mundial en 1983 y era, en mi división, el enemigo a vencer. Llegaba invicto al combate final, después de haber mostrado gran superioridad técnica sobre cada uno de sus contrincantes. No obstante, yo sabía que podía vencerlo; me encontraba al ciento por ciento de mis capacidades. Mi táctica sería tratar de sorprenderlo; tendría que actuar, por tanto, con gran rapidez. Así empecé la lucha. Pero él logró contenerme. Y así íbamos, 0-0, después mi penalización y aquel toque de espaldas cuando él intentaba el suplex...

Cuando acabó la lucha, mis sentimientos se mezclaban me confundían terriblemente. Por un lado, sabia que, de cualquier forma, la medalla de plata era una gran conquista; ni más ni menos, la primera que México conquistaba en lucha grecorromana en unos Juegos Olímpicos... Pero, por otro, sentía frustración y rabia. Rabia, porque sólo el oro hace que pueda ser interpretado el himno- de tu país; frustración, porque hasta el último momento esperé que, al ver el video de la lucha y esa acción en la que el japonés estuvo de espaldas sobre la lona, el jurado y la federación revocarían el fallo, como ya lo habían hecho en anteriores y controvertidas decisiones. Pero no fue así..

Definitivamente, ese fue mi único sentimiento de fracaso porque, como deportista y como ser humano, regresé con la satisfacción de haberlo dado todo, en todo momento, por la victoria... Con la satisfacción de que en mí no hubo eso de que no le eché ganas, que me faltó un poquito, que me guardé algo. Ese día salí de la arena de Anaheim con la satisfacción de que no me quedé con un ápice de esfuerzo por salir con la victoria. Y más satisfecho aún porque estaba, como lo estoy ahora, consciente de que le gané a Miyahara.

No obstante, todos aquellos sentimientos encontrados desaparecieron en el momento de la premiación. Ahí, en el podio, las cosas se ven diferentes. Ya puedes hacer un análisis más frío, ya te serenaste; ya ves que izan tu bandera y escuchas a tus compañeros que te echan porras, y también oyes aquel grito inolvidable: ¡México!, ¡México!, ¡México!..." Los aplausos se meten por tu piel y te dan escalofríos. Y te dan ganas de reír y de llorar. Es una experiencia que jamás se borra...

Eso de obtener una medalla olímpica representa, sinceramente, la satisfacción máxima de mi vida. Es algo que no se puede cambiar con nada. Sólo las personas que están junto a ti en el momento del combate, las que comparten los sacrificios para bajar ocho kilos. gramos y competir con mejores posibilidades, las que comparten triunfos y derrotas y están contigo en las largas y cansadas jornadas de entrenamiento, saben lo que significa estar en el podio de vencedores. Yo sostengo que cuando un deportista sube a recibir una medalla, un trofeo o un diploma, lo hace como representante de un grupo de personas que lo apoyan, Nadie lo logra solo. En mi caso, en el podio, representé a mis padres, a mis hermanos, a los entrenadores y a mis amigos que, en un esfuerzo mancomunado, me apoyaron ciento por ciento. Por eso los recordaba, a cada uno de ellos, cuando me colocaron la medalla. Sabia que les había respondido, que no les había fallado; que no había sido en vano el trabajo, el tiempo que me dedicaron mis entrenadores a quienes siempre rendiré homenaje: Roberto Vallejo, Enrique Jiménez, Pablo Gómez, el cubano Sixto Rodríguez, el soviético Constantin Yaltov y el rumano Yajaelb Constantin.


DE ESTIMULOS Y RECONOCIMIENTOS

La obtención de la medalla significó algo más para Daniel:

El gobierno capitalino le obsequió un departamento, un auto compacto y otros premios.

Daniel:

- Pero, definitivamente, nada fue más valioso para mí que aquel recibimiento en el aeropuerto. Fueron más de diez mil personas espontáneamente, a convivir con nosotros, esas cosas llenan más que lo material...

Ahí estaba yo, firmando autógrafos, viendo a la; gente contenta con mi actuación, las miradas de admiración de los niños; sabiendo, pues, que en este nuestro país, donde estamos tan extranjerizados, todos nos sentimos orgullosamente mexicanos.

Aquella noche, de vuelta en casa, Daniel:

- Sentir que eres el mismo, pero que la vida no podrá ser igual para ti porque has adquirido, de hecho, una serie de responsabilidades con tu país, con la niñez y con la juventud; con toda la gente. Porque uno tendrá que tener mucho cuidado y no cometer ningún error, ya que esa falla se va a canalizar negativamente hacia la juventud. Uno no puede ser un seudo valor, un seudo ejemplo. Tiene que ser íntegro.

DE UNA MEDALLA ROBADA... Y DEVUELTA

Recuerda Daniel una dolorosa anécdota pero con final feliz:

Eran los primeros meses de 1985 y con la medalla que gané en Los Ángeles no es de plata, me recomendaron que la llevara a una joyería para que le dieran una pulida y le pusieran una capa de barniz para que se conservara pulcra y bonita. Y así lo hice.

Cuando el trabajo fue hecho, guardé- la, medalla en su estuche y la metí en la guantera de mi coche.

Seguí mis actividades cotidianas y, en cierto momento, tuve que dejar estacionado mi coche en la calle. Al llegar por él me sentí morir: ¡me lo habían robado! No me preocupaba ni el coche ni nada de lo que iba adentro, a excepción de mi medalla. Había trabajado mucho para obtenerla y así, de pronto, alguien me la había arrebatado... Yo me sentía vacío; como si me hubieran arrancado una parte muy importante de mi propio ser.

Como es natural, levanté una acta. Hasta la fecha, el coche -un Le Barón '81- no aparece... Pero, como a los doce días del robo, al llegar la noche se escuchó un fuerte ruido en la calle: el clásico ruido de cuando una piedra rompe un cristal. Era un bulto, envuelto en periódicos: ¡El estuche y la medalla! me la devolvieron. Y es que en el auto tenía muchas fotos, recortes, documentos en los que aparecían mi nombre y dirección. Así que quien se robó el carro sabía de quién era. No podía creer que otra vez tenía la medalla entre mis manos. La besé. Después la guardé en un lugar más que seguro.

Poco después de aquel incidente y como consecuencia de una lesión, Daniel tuvo que retirarse del deporte activo. Entonces prosiguió, ya normalmente, con sus estudios de Derecho. Hasta que se graduó.

Es, en la actualidad, promotor y encargado del deporte en una organización sectorial en el Distrito Federal.

Conserva su imagen de hombre sano y juvenil.

Fuerte, siempre sonriente, con el cabello castaño claro y la voz amable, como amable es, en todo momento, su actitud.

Daniel:
-En la política encontré una nueva forma de luchar por mi país.

Poco más tarde, al fundarse la Asociación de Medallistas Olímpicos, A.C., fue electo como vocal.

Daniel:

- Hemos comentado que nuestro deber es tratar de canalizar a nuestra juventud para que no se desvíe hacia la drogadicción, el pandillerismo o el alcoholismo. Para lograr eso, hay que tratar de brindarle opciones, alternativas fáciles y cada día mejores. Por supuesto que no será fácil, pero hacerlo, más que una obligación o una responsabilidad, se ha convertido para nosotros en una obsesión.

- En lo personal, me preocupan los problemas sociales. La sociedad mexicana va cambiando día a día por los problemas que prevalecen; se va despersonalizando. Cada día que transcurre, nos sentimos menos orgullosos de nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestra ciudad, de nuestro país y de nosotros mismos. Y ese sí que es un grave problema, pues si nosotros no sentimos orgullo de ser mexicanos, va a ser difícil que salgamos adelante. Y es aquí donde hay que poner en práctica lo mucho que uno aprende del deporte: es este el momento en el que hay que ponerse la camiseta de mexicanos y enfrentar a ese, rival tan poderoso que es la crisis en todos sus órdenes...

- También en el deporte aprendí que es fundamental que sepamos qué es lo que hacemos, que amemos lo que hacemos y que creamos en lo que hacemos... Sólo así se puede llegar a la superación y a las máximas alturas.

Sólo así, acaso, podrán ser derribados los gigantes encapuchados, como aquellos de la niñez...
¿O no Daniel?
posted by Pedro Díaz G. at 5:13 PM 0 comments
Manuel Youshimatz, distracción y medalla


Ramón Márquez C./Armando Satow

De los héroes anónimos de nuestro deporte.

Se llama José Antonio Urbalejo.

Nació en Cucurpe, una pequeña población al norte de Sonora, a orillas del río San Miguel y entre el principio de la Sierra Madre Occidental y el temido Desierto de Altar.

Hace tiempo ya, que José Antonio se cansó de las polvosas tardes cucurpeñas y de aquel su barrio, al que la pobreza pintaba de gris. Y emigró al norte, allá a California, en pos de mejores oportunidades. Después de varios trabajos a la sombra de la clandestinidad migratoria, quiso el destino instalarlo al volante de un automóvil de alquiler en la ciudad de Los Angeles.

Durante cinco años ha conducido José Antonio el Chevrolet Montecarlo 1979, de la compañía Yellow Cab, por las turbulentas calles y avenidas de la urbe californiana.

Hoy es el viernes 3 de agosto de 1984.

Vive la ciudad la euforia olímpica.

12:15 horas:

José Antonio se aleja del siempre congestionado centro de Los Angeles. Mientras conduce escucha la radio con atención y se entera de los pormenores de la fiesta deportiva. Está al día de la actuación de los competidores mexicanos y sabe qué esa tarde entrarán en acción los primeros marchistas, en la prueba de los 20 kilómetros. Esperará, pues... Un letrero en lo alto le hace recordar que está cerca de las instalaciones de la Universidad del Sur de California (USC), convertida en Villa Olímpica. Pasaje seguro. Vira hacia Figueroa Street y va de frente por la espaciosa avenida. De repente loa ve: dos individuos con pants -uno de ellos carga una fina bicicleta de competencia le hacen señas desesperadamente -José Antonio acelera y orilla -el automóvil. Corren hacia él aquellos personajes. No son muy altos y los dos usan anteojos. El más pequeño es, sin embargo, el de mayor edad; fácil adivinarlo por su pelo ensortijado y canoso, por las arrugas que ya surcan su rostro, por el espesor del cristal de sus viejas antiparras. El otro es joven, muy joven y suda copiosamente. En su rostro moreno, quemado por el sol, se advierten rasgos orientales; sus espejuelos son modernos, de esbelto armazón. La angustia descompone a ambos la expresión. José Antonio descubre que son paisanos: en las verdes chamarras está escrito el nombre de MEXICO con letras mayúsculas blancas. El joven abre violentamente la portezuela, mete su cara oriental y pregunta casi en un grito, atropellando sus palabras en un tartajeante inglés:

- ¿Do you speak spanish-...

- ¡Cómo demonios no, paisas!... Nomás díganme pa' qué soy bueno.

- ¡Abra su cajuela, por favor, pero de prisa!-, demandan ellos.

- Meten como pueden la bicicleta en el portaequipaje. .

Arrojan varios bultos sobre los asientos.

El pasajero más joven ocupa el espacio

¡Ahora vámonos, pero de volada, al Velódromo Olímpico!...

Ruge el poderoso motor de ocho cilindros en cuanto José Antonio hunde el pie en el acelerador.

- Tenemos que estar allí antes de la una... ¿Llegaremos--, pregunta el joven.

Mira José Antonio su reloj.

- Uta, paisa... Son las 12:35 y el Velódromo está en la ciudad de Carson... La cosa va a estar un poco bronca... ¡Pero ahí estaremos antes de la una!

El sonorense enfila el Chevrolet Montecarlo hacia el Harbor Freeway. Como va hacia el sur, entra por Santa Bárbara. Toma el carril del centro y empieza a dejar atrás a los demás vehículos.

Y mientras el automóvil devora el ardiente asfalto, discuten acaloradamente los personajes:

_ ¡Pero cómo es posible que no te hayas acordado de que ya traías tu reloj con la hora correcta!- reclama el adolescente.

No sabe qué responder su compañero.

- ¡Desde cuándo te dije que pusieras en tu reloj la hora local!...

- Lo siento -admite el hombre canoso-. Tienes razón. Perdóname... Espero que estemos a tiempo.

- Ojalá...

Se atreve a intervenir José Antonio. Pregunta:

- Perdón, paisas, pero, ¿es que van ustedes a dejarle a alguien la bicicleta?

Responde el pasajero del frente.

- No, hombre, vamos a competir.

Los mira extrañado el conductor.

Le aclara el individuo que viaja a su lado:

- Yo soy José Luis Téllez, asesor del equipo nacional de ciclismo; él es Manuel Youshimatz y va a participar en la final de la prueba australiana...

Menea la cabeza el sonorense. Arriesga otra mirada por el espejo retrovisor.

- ¿El- -pregunta al fin, incrédulo-... ¡Pero si apenas es un niño!

- Por primera vez sonríen los deportistas.

- No tanto, no tanto-, dice Youshimatz, quien convierte la parte trasera del automóvil en improvisado vestidor. Se quita la ropa de entrenamiento y se ajusta el reluciente uniforme que ha reservado para la gran final.

Se entera José Antonio, entonces, que Manuel Youshimatz ha tenido que sobrevivir a dos heats eliminatorios para clasificar a la final, que se correrá en unos minutos; que esta mañana, como parte de la última práctica, José Luis Téllez lo mandó a lo que en el ambiente ciclístico se llama rodar, sin darse cuenta de que la hora que le señalaba su reloj era la real, de Los Angeles. Apenas un día antes y ya acostumbrado a regirse por él, había quitad de su reloj el horario de México: 120 minutos adelantado. Así que esa mañana, cuando Telléz vio su cronógrafo, éste marcaba las once horas. Pensó, el técnico: "Son las nueve; hay tiempo. Cuando se dio cuenta de su error se sintió morir. Buscó a Manuel por todos lados, obviamente no lo encontró y decidió sacar todos los implementos de competencia y aguardar en la puerta de la Villa, la llegada del pedalista. Eran las 12:25 horas. El autobús que a diario los lleva al sitio de competencia invierte tres cuartos de hora en el recorrido. No, no podrán esperarlo. Tendrán que tomar un taxi porque sólo así pueden llegar a tiempo al Velódromo.Quizás.

El letrero señala:

Next Exit: 190 Street.

El Montecarlo sale de la serpiente de concreto y después vira a la izquierda.

Son las 12:48.

La creciente angustia ha enmudecido a los ciclistas.

- Tranquilos; llegaremos-, promete José Antonio.

12:50.

José Antonio precipita el automóvil amarillo por la 190, después gira hacia la derecha para tomar Avalon. Al llegar a Victoria da vuelta a la izquierda y allá, a lo lejos, se ven ya las instalaciones de la California State University, en Domínguez Hills y su ondulado Velódromo Olímpico. Brama el Montecarlo cuando es ferozmente lanzado a su alcance.

Cierra los ojos Youshimatz. Resopla.

12:54.

Con un frenazo detiene José Antonio la veloz marcha del vehículo. Derrapa el Montecarlo a las puertas del Velódromo.

Todo mundo baja corriendo.

Manuel se pone las zapatillas y se ajusta el casco, así a toda prisa. Entre Téllez y José Antonio bajan la bicicleta.

-¿Cuánto te debemos?-, pregunta Téllez y nerviosamente hurga en sus bolsillos mientras, con la bicicleta al hombro, Youshimatz corre hacia el túnel de la entrada.

-Qué importa, ¡Córrele, no pierdas tiempo! Ya me pagarán algún día.

Téllez lo abraza emocionado y corre también hacia el túnel. Se detiene al llegar a la negra bocaza del pasadizo y grita al sonorense:

¡Si no hubiera sido por tí, mi hermano!...

- Suerte, mucha suerte!-, exclama José Antonio. -Por el radio voy a seguir la carrera.

13:00.

Se da el banderazo de salida.

El joven de los anteojos comienza el rítmico pedaleo.

Están enrojecidas sus mejillas; enormes gotas de sudor descienden por su frente.

Poco más de una hora después, ya está Youshimatz en el podio; con una medalla de bronce reluciendo sobre su pecho y con un sombrero de charro que reemplaza el casco de competencia, mientras la bandera mexicana flamea en uno de los mástiles.
Tiene un nuevo héroe la historia del deporte.

¿Y José Antonio-...

¿Habrá frenado al Montecarlo para, alzar los brazos y celebrar la victoria-.

¿Qué ruta habrá seguido-...

Empieza la década de los sesenta...

Manuel Youshimatz Nava es ya un hombre casado.

En la estancia de su hogar, diplomas y trofeos son mudos testigos de aquellas épocas en las que, como seleccionado de Puebla, enfrentaba a las grandes figuras del ciclismo: Rafael Vaca, Zapopan Romero, Rabanito Díaz, Porfirio Remigio, Borrao Zepeda...

A solas, don Manuel mata la nostalgia.

Ocasionalmente viste el ajustado jersey, se coloca el casco, se cubre los pies con las zapatillas, monta su antigua bicicleta y se va a competir en las pruebas para veteranos. Representa al club Pedal y Fibra, de su Puebla.

10 de mayo dé 1962.

Día de las Madres.

Por fin, lo es para Elodia Sotomayor de Youshimatz.

Nace su primer hijo, se llamará Manuel, como su padre...

Un año después nace Héctor y en 1966 llega Germán.

Ya vive la familia en México. Don Manuel ha conseguido un buen trabajo en la compañía que imprime los boletos de entrada para los cines. Y busca que sus hijos continúen la tradición: cumple cinco años. su hijo mayor y le compra una pequeña bicicleta, con ruedas laterales.

Youshimatz:

- Para que aprendiéramos más rápido, mi papá le quitó las ruedas auxiliares a esa bicicleta y nos llevaba al bosque de San Juan de Aragón, a unas calles de nuestra casa para que allí pudiéramos manejarla sin temor y tomáramos confianza... Nos subía a un puente y de ahí nos soltaba para que controláramos el descenso. Héctor nunca se subió. Yo sí, pero me caía a cada rato. Me costó mucho tiempo, muchos golpes y mucho esfuerzo aprender a dominarla. Pero andar en bicicleta nunca fue una pasión para mí.

Un año más tarde México fue sede de los Juegos Olímpicos.

Recuerda doña Elodia:

- Faltaba poco menos de un mes para la inauguración de la Olimpiada cuando mi marido nos llevó al Velódromo Olímpico. Vivíamos muy cerca de él y aquí se encontraban practicando varios de los mejores ciclistas del mundo. Se permitía la entrada, gratuitamente, a todas las instalaciones. Así que fuimos a ver los entrenamientos. Manuel, que siempre ha sido un muchacho serio y reservado, no dijo una palabra pero lo observó todo. Quedó maravillado con la pista, con las bicicletas, con los uniformes. Iba de un lado a otro parecía estudiar cada detalle. Tal vez en ese momento le nació la afición por el ciclismo.

Youshimatz:

-Los Juegos Olímpicos trajeron a mí la magia del deporte... Cada día me pegaba a la pantalla de la televisión para ver las competencias. Me gustaban todos los deportes, pero sin duda fueron las actuaciones del Tibio Muñoz, del Sargento Pedraza, de Juanito Martínez y del equipo de voleibol, las que más me motivaron.

Y lo intentó casi todo.

Sin éxito.

¿Voleibol?... Muy corta su estatura.

¿Basquetbol-... Por consiguiente.

¿Futbol?... Tal vez. Tiene ocho años, estudia la primaria -que cursó en la escuela Guelatao de Juárez, ubicada en 5 de Febrero- y forma parte del Correcaminos, equipo que se inscribe en un torneo infantil en el deportivo Los Galeana. Es centro delantero, un eje de ataque... Pero no hace goles.

Youshimatz:

- La verdad es que era bastante malito. Raramente tocaba la pelota durante un partido. En una ocasión, lo recuerdo muy bien, el balón me llegó a los pies y me vi ante el portero con todas las ventajas para hacer, por fin, un gol... ¡Fallé! Burlé al portero y después quise pegarle tan fuerte al balón, que lo mandé por arriba del marco. Me dio tanto coraje que salí de la cancha y le dije a mi papá: "no vuelvo a jugar futbol". Pensaba: "este deporte no es para mí", aunque después reflexioné: yo no soy para este deporte.

¿Beisbol?... Lo juegan mucho en el bosque de Aragón.

Habrá que intentarlo.

No lo hace tan mal. Manuel juega una buena primera base y constantemente, el bat hace contacto con la esférica.

Sábado 6 de enero de 1973.

Noche de Reyes. Manuel y sus hermanos reciben los regalos: bats, manoplas, pelota de beisbol. Y el domingo, una sorpresa: su padre levanta muy temprano a Manuel y a Germán porque los inscribiría en la Liga Maya, que encuentra por las Aguilas. Sus hijos cargan felices con todos los implementos. Se dirige trío a abordar el camión cuando, de repente, se detiene bruscamente en una acera del parque Aragón: ante ellos pasan veloces unos pequeños que pedalean con frenesí; compiten en un carrera promocional infantil, organizada por la delegación Gustavo A. Madero. Manuel y Germán quedan hipnotizados.

Youshimatz:

- Nunca supe explicarme qué fue todo lo que sucedió aquél día. Cuando vi a aquello niños -vistiendo unos muy llamativos uniformes de todos colores y desplazándose a toda velocidad, algo misterioso me incitó a participar. Y le dije a mi padre: "Papá, ¡quiero correr!

Preguntó don Manuel a los organizadores

- ¿Qué se requiere para competir-

Le respondieron:

- Nada más un niño y una bicicleta.

Corrieron los tres hacia la casa, entraron como tromba al garaje y sacaron aquella bicicleta guinda en la que los pequeños Youshimatz cumplían con los encargos que les hacía su madre.

Manuel y Germán fueron inscritos y compítieron en su respectiva categoría sobre la bicicleta guinda. Ambos finalizaron en segundo lugar. No hubo trofeo ni diploma para ellos, pero sí un gran premio: la sonrisa y el caluroso, abrazo de su padre.

Al domingo siguiente volvieron a competir.

Manuel finalizó otra vez en segundo lugar y recibió su primer diploma.

Adiós beisbol; hola ciclismo...

La bicicleta guinda fue, a partir de esa ocasión, objeto venerado por los hermanos Youshimatz, que le prodigaban sus cuidados. Frenos, aceite, sillín, manubrios, limpieza...

Gritaba doña Elodia, al máximo de su irritación:

¡Manuel... Germán ... ¿Dónde están rnis trapos de cocina-

Y Manuel y Germán salían corriendo.

Entró Manuel a la secundaria, la 129, tan cercana de su casa. Ya era habitual competidor en las carreras ciclistas. Pero en esa escuela acabó con su última inquietud: el atletismo.

Youshimatz:

- El atletismo me gustaba mucho, pero rápidamente comprendí que tampoco para este deporte tenía aptitudes. Me encantaban las carreras de 100 metros, pero siempre llegaba al último. Y un día, cansado de ver derrota tras derrota, mi maestra de educación física, una jovencita regordeta, me gritó: "¡Ay, Manuel... Tú nunca vas a ser nada en la vida!". Y después me reprobó. Fue en primer año. Todo eso me hizo reaccionar; me dolieron sus palabras y que me reprobara, pero finalmente y como ya participaba en las carreras de ciclismo, me propuse hacer ver a mi maestra cuán equivocada estaba.

Tenía 14 años Manuel cuando ingresó al equipo Pumitas, de la UNAM, para participar en el ciclismo organizado, categoría infantil.

Dos años después obtuvo su primer título nacional: Conquistó el campeonato juvenil en la prueba individual de 800 metros contra reloj. El torneo se celebró en Monterrey.

1979:

Año de contrastes.

Uno. compite Manuel en una carrera delegacional. Recorren los ciclistas las calles de la ciudad. Se aproximan ya al tramo final cuando, imprudentemente, un conductor maneja en reversa su automóvil, proyectándolo contra los pedalistas. Manuel recibe el golpe en seco, sin consecuencias, por fortuna.

Dos. Manuel es seleccionado nacional para competir en el Campeonato Mundial Juvenil que se celebrará en Buenos Aires Argentina. Sale de México por primera vez. Y en el Cono Sur finaliza noveno en la prueba de los 4 mil metros por equipos.

Tres. Carrera en el autódromo. Manuel marcha al frente y está a un par de vueltas del banderazo final. Pero en un campo de futbol aledaño a la pista, un delantero falla lamentablemente su remate y en vez de descansar en las redes el balón viaja por los aires, pasa sobre la verde reja de metal y aterriza justo en la cabeza de Youshímatz, quien cae como fulminado por un rayo. El golpe es brutal. Manuel se desmaya; su rostro está ensangrentado, las rodillas raspadas, con una fractura en la clavícula derecha.

1980:

En Moscú se celebran los XXII Juegos Olímpicos.

Pero competir en ellos es todavía un sueño para Youshimatz.

Su presente es el campeonato mundial juvenil de ciclismo, que Angel Zapopan Romero -ex pedalista considerado como uno de los más grandes ciclistas de México y en ese año presidente de la federación- ha conseguido después de afanosos trámites.

- El equipo necesita fogueo- admite Zapopan y se programa una gira. La selección viaja a Polonia, Checoslovaquia, Alemania Oriental e Italia, para enfrentarse a los mejores adversarios de su edad.

Manuel había concluido sus estudios preparatorianos, los que cursó en Bachilleres Vallejo.

Youshimatz:

- Y mi problema era que maduraba no sólo como deportista, sino como hombre. Había estudiado, sabía lo que era justo y me indignaban algunos procedimientos de ciertos funcionarios que más que velar por el deporte anteponían sus propios intereses.

Manuel aprendió a no callar jamás.

Y comenzó a ganar fama de rebelde.

Todo empezó en esa gira por Europa. Durante su estancia en Praga, Manuel enfermó del estómago. Se sentía muy mal y lo comunicó a la jefatura del equipo, pero nadie le hizo caso. José Luis Téllez, asesor técnico, le decía: "No, no te apures, come, anda..." Manuel padeció de fiebre y diarrea. Sanó en la soledad, con el paso de los días.

Después protestó públicamente por lo sucedido.

Y mucha gente comenzó a verlo mal.

No obstante, él respondió con la única medalla para México en el mundial juvenil: el 22 de octubre y en aquel Velódromo Olímpico que conociera en su niñez, conquistó el tercer lugar en la prueba por puntos.

Y se propuso una meta: Competir en Los Angeles 1984.

Tendría cuatro años para lograrlo.

El de 1981 fue un año exitoso: quinto lugar en los Juegos de Verano, en Nueva Zelanda; medalla de bronce -4 mil metros contra reloj por equipos- en el campeonato panamericano de Medellín, Colombia; décimotercero -prueba individual por puntos- en el campeonato mundial, en Checoslovaquia y ya en México: campeón nacional en la prueba anterior y recordman en el kilómetro, que recorre en 1:07.03.

Ya no era el Zapopan Romero presidente de la Federación; este cargo fue ocupado fugazmente por Raúl Hernández, a quien sucedió Dionisio Uríbe.

Youshimatz:

- A partir de entonces tendría que pasar, en cada prueba, sobre la incomprensión y la falta de apoyo de los dirigentes; sólo así podrían llegar a Los Angeles.

. Sucedió en 1982, ya con Uribe en la presidencia:

Youshimatz:

- Se programó mí participación en importante prueba de los Seis Días de Mil Arreglamos todo, pero faltaban los boletos. Uribe dijo que por el momento no había recursos, pero que éstos llegarían pronto, que consiguiera el dinero para comprar los pasajes y que , él me lo devolvería después. Así lo hice conseguí varios préstamos hasta que reuní los 1 300 mil pesos que necesitaba. A mi regreso de Italia busqué a Uribe pero jamás pude encontrarlo' Ya trabajaba él en la Delegación Venustiano Carranza. Yo entraba por una puerta y él salía por la otra. Cuando mi mamá le llamaba por teléfono su secretaria decía que no estaba. Y así... Hasta que di por perdido ese dinero y tuve que reponerlo.

Manuel ganó la quinta etapa de los Seis Días de Milán y finalizó en el octavo sitio Posteriormente compitió en la Vuelta Portuguesa, en Venezuela, en la que obtuvo el tercer sitio en combatividad.

En 1983 disminuyó notablemente su actividad. Corrió la Vuelta Ciclista de la Juventud en la que logró el cuarto sitio individual y el primero por equipos.

Youshimatz:

- En ese entonces el hostigamiento de los directivos era cada día más palpable... Hasta que explotó.

Todo se originó a principios de 1984, el año de los Juegos Olímpicos. La Federación seleccionó a Manuel para competir en la Vuelta a Cuba, que es uno de los circuitos más difíciles que hay en América, no sólo por su recorrido sino por la importante participación de equipos de los países socialistas europeos y la de varios escuadrones cubanos que, si bien suelen ser corderos fuera de la isla, en ella son fieros adversarios. Dionisio Uribe advirtió a los pedalistas: "Aquél que no termine la vuelta tampoco irá a los Juegos. Olímpicos".

Youshimatz:

- Al finalizar la quinta etapa me enfermé del estómago y abandoné la prueba. ¡Nunca lo hubiera hecho! Me llovieron las críticas y Uribe me sacó de la selección... Pero no me dejé derrotar: mientras los seleccionados estaban concentrados en el Distrito Federal yo me fui a Santa Cruz, Tlaxcala, a continuar con mi preparación olímpica. Viví en una casita con los señores Pérez Nava: don Herlindo y doña Elena, unos viejecitos amigos de mis padres y tenía todo el día para entrenar. Me dormía a las 7 de la noche y me levantaba a las cinco de la mañana. Ese entrenamiento en la montaña, durante un mes, fue muy positivo: me ayudó a lograr el tercer lugar en la importante vuelta de Baja California Norte, pese a que el juez José Luis Rico me descalificó en una etapa que gané legalmente, argumentando - que había levantado los brazos en la meta, a menos de tres metros de mis rivales... Lo que sucedió fue que, por una parte, Rico tampoco me quería y por la otra, a la federación no le convenía que yo ganara... Creo que lo que más les molestaba era que yo no me había dejado vencer.

Pero ni Dionisio ni nadie pudieron objetar la inclusión de Manuel en la Selección Olímpica, cuando el joven de los anteojos triunfó en los campeonatos nacionales. En el Distrito Federal venció en la prueba de los 4 mil metros contra reloj, tanto individualmente como por equipos.

Los Angeles...

El mundo de Disney, del celuloide, de la música, convertido ahora en escenario olímpico.

Pero no hay fantasías para nuestros ciclistas, se impone la realidad:

Fracasan los ruteros Rosendo Ramos y Salvador Ríos y también la cuarteta, Raúl Alcalá, Felipe Enríquez, Cuauhtémoc Mimoz y Guillermo Gutiérrez hijo; contra reloj. Hasta ahora, lo mejor es el undécimo sitio conseguido por Alcalá en la ruta individual.

Youshimatz:

- Mis compañeros no tuvieron suerte. Y verlos derrotados me dio coraje. Me decía a mí mismo: "Tú tienes que dar más". Después de tanto trabajo, de tantos problemas y de llegar sin apoyos hasta la olimpiada, no podía dejarme atrapar por el conformismo. Cuando saliera a la pista tendría que actuar con inteligencia, sí, con todo lo que estaba dentro de mí.

Primero de agosto.

Velódromo Olímpico.

Se corren, hoy, los dos heats eliminatorios que arrojarán a los 24 competidores que disputarán la final de la prueba por puntos.

Youshimatz:

-Me concentré en la pista, sin fijarme en la multitud que atestaba el velódromo; sabía que si me dejaba impactar, tendría problemas. Así que cuando arrancamos yo estaba muy tranquilo y con la intención de atacar desde el principio, de no rodar a la expectativa detrás de mis rivales. Ese esfuerzo me cansó y perdí ventaja. Después y aprovechando un descuido de los oponentes, me lancé al frente con otros tres competidores. No alcancé puntos, pero logré una vuelta de ventaja, lo que de hecho me daba la calificación.

Terminó Youshimatz en el segundo lugar general con 8 puntos, detrás del suizo Joerg Mulier, quien acumuló 14.

Por primera vez en la historia de los Juegos Olímpicos, un ciclista mexicano llegaba a la final en una prueba de pista.

Youshimatz:

- Pasado ese momento, me sentí seguro de que podría clasificar en un buen lugar en la final. Mi meta era superar el noveno puesto que Magdaleno Cano consiguió en la prueba de ruta, en Melbourne 56.

Después de un día de descanso, 24 pedalistas se reunieron nuevamente en el velódromo de Domínguez Hills. Lucharían, ahora, por tres medallas.

A la una de la tarde, un grupo de mexicanos alentaba al joven de los anteojos que vestía un maillot dejersey blanco con franjas verdes y rojas cruzando el pecho.

Y allá van...

Que sea el propio protagonista quien narre lo que sucedió entonces:

Youshimatz:

- Traté de modificar la táctica de esa prueba y lo logré: los europeos se dedicaban a aguantar las primeras vueltas y atacar al final. Yo lo hice desde el principio. Jalé al suizo Muller, al francés Didier García y al argentino Juan Esteban Curuchet y rompimos el grupo. Lo había logrado, pero me sentía muy cansado al concluir ese embalaje y entonces se mezclaron mis sentimientos: alegría porque, aunque la prueba iba apenas en sus inicios, ya ocupa el segundo lugar; desesperación porque mientras me era imposible seguir el ritmo, Mullery Didier sostuvieron su frenético pedaleo en busca de mayor ventaja-, finalmente, sentía angustia: ¿podría recuperarme y seguir peleando-... Creo que en virtud de mi falta de preparación en la pista, se me cruzaban los, factores: tenía resistencia y velocidad, pero me costaba mucho trabajo recuperarme para los siguientes embalajes, mientras que el belga. Rogers Ilegems y el alemán Uwe Messerschmidt demostraban su gran categoría al irse fácilmente a la punta. La situación se me fue complicando poco a poco. Bajé al quinto sitio; luego al sexto. Marchaba en octavo al cumplirse cien vueltas. pero poco después volví a sentirme entero y comencé a planearla táctica de ataque, el que inicié casi enseguida: sabía que tenía que sacar otra vuelta para volverme a colocar. Y faltaban aproximadamente unos 20 giros cuando, en pleno segundo aire, logré separarme del grupo. Conmigo se fueron también el danés Brian Holm Soerensen, Rogers y Messerschmidt. En esa intentona tuve que dar todo lo que tenía porque por un lado Soeren!wn, como yo$ queríamos acercarnos a la pelea por las medallas y por el otro, Rogers y Messerclismidt no trabajaban a un gran ritmo porque tenían una gran ventaja que les aseguraba los dos primeros lugares. La lucha, pues se concentraría en la medalla de bronce. En ese momento ya éramos seis los corredores con dos vueltas acumuladas, pero yo tenía buenos puntos ya cuando faltaban nueve vueltas apareció mi nombre en el tablero electrónico: ¡tercero ... ! Mas el suizo Joerg Muller se acercó peligrosamente: redujo a sólo seis la ventaja de 11 puntos que sobre él tenía. Y en seguida se produjo un sprint doble que podía ser decisivo, ya que si Muller ganaba o quedaba en segundo lugar, me quitaba el bronce. Así que hice acopio de fuerzas, me pegué a su rueda y al finalizar el embalaje él entró en quinto y yo en sexto. En ese momento supe que había ganado la medalla. Y aquello era una locura; me invadió la alegría y ya ansiaba que terminara la prueba...

Llega a su fin la agotadora competencia.

Oro para el belga llegems, quien recorrió los 50 kilómetros en Ih.03'01" a un promedio de 47.102 kilómetros por hora.

Plata para Messerschmidt.

Bronce para Youshimatz quien logró 29 puntos, por 23 de Muller y 20 de Curuchet.

¡Primera medalla olímpica para el ciclismo mexicano!

De las tribunas vuela un negro, galoneado sombrero de charro. Manuel Youshimatz lo atrapa, se lo pone y así recorre, con la mano derecha en alto, el óvalo olímpico. La multitud le aclama.

Cuando baja de la esbelta bicicleta va directo al podio.

Con sombrero y con anteojos.

Youshimatz:

- Me sentía tranquilo. La gente nos ovacionaba mientras caminábamos hacia aquel pedestal. Yo me sentía flotar... Como si estuviera en un sueño. Tenía ganas de llorar, pero no podía. Y cuando escuché por los altavoces mi nombre y el de México, sentí que un intenso frío recorría cada parte de mi cuerpo. Era la emoción. Y luego llegó el momento sublime: más que recibir la medalla, me conmovió ver que nuestra bandera iba subiendo poco a poco por el asta... La importancia de nuestros valores patrios hizo muy significativos esos instantes...

Aquella victoria deparó a Manuel -como a otros ganadores en Los Angeles- el Premio Nacional del Deporte.

Cuando acabó la fiesta ya estaba a la vista la nueva meta: Seúl '88.

Supuso Manuel que su calidad de medallista le permitiría una vida más tranquila dentro del ciclismo. Error. No sólo no cesaron las anomalías, sino que fueron incrementándose día a día. Manuel fue denunciándolas, una por una.

Las autoridades lo combatieron con un arma poderosa: le negaron su apoyo.

Manuel señaló, sin intimidarse en momento alguno, las incongruencias que encontraba en el trabajo de la Federación. Le indignaba el exagerado e injustificable apoyo del presidente de este organismo, Guillermo Gutiérrez, a un ciclista llamado igual y coincidentemente, su hijo. Con frecuencia se refería Manuel a que la Federación había abandonado al ciclismo de pista y a sus repetidos enfrentamientos con el CREA, organismo que trataba de impulsar este deporte.

Así que recorrería Manuel el ciclo olímpico entre discusiones y competencias.

En las pistas:

1985:

Tercer lugar en la prueba por puntos del Campeonato Mundial, celebrado en Italia; monarca nacional en los 4 mil metros contra reloj, individual y por equipos y campeón por equipos en la Vuelta de la Juventud.

1986:

Campeón absoluto en todas las pruebas nacionales de pista y medalla de plata en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en Santiago de los Caballeros, República Dominicana.

1987:

Campeón de la prueba por etapas Super Week, en Wisconsin y medalla de plata prueba por puntos de los Juegos Panamericanos en
Indianápolis.

1988:
Manuel solicita apoyo a la Federacion para cumplir con su programa olímpico Guillermo Gutiérrez se lo niega, aduciendo que carece de
presupuesto. Planea Youshimatz competir en Estados Unidos. Gutiérrez se opone. ¿Que tal una estadía de un mes en Toluca, previa a la
competencia olímpica- de ninguna manera, dice Gutiérrez.

Así que Manuel recurre a Raúl Gonzáléz-entonces Secretario de Fomento Deportivo del PRI -a Sandalio Sáinz de la Maza -fabricante de trofeos- quienes si le consiguen los recursos económicos para que compita en Estados Unidos. El industrial Jacinto Benotto le proporciona todos los implementos para sus bicicletas.

Nuevamente interviene Raúl Gonzáléz acompañado ahora de Fernando Corona -titular del Deporte en el Estado de México-

Manuel puede ir a entrenar un mes en las alturas toluqueñas.

Por fin, cuando ya están muy cercanas las competencias en Seúl, la Federación accede a enviar a Youshimatz al Panamericano de ciclismo, realizado en Medellín, Colombia.
Manuel conquista la presea de plata en su prueba predilecta: 50 kilómetros por puntos.

Regresa Manuel. Es seleccionado Olímpico.

-Supongo que viajará conmigo mi entrenador, Juan Sandoval- comenta a Guillermo Gutiérrez.

-No. No hay dinero...

Youshimatz:

- De esta manera, viajé a Seúl con una preparación que apenas cubría los mínimos requisitos para una competencia olímpica.

El 22 de septiembre, Manuel califica a la final: es primero en su heat eliminatorio.

Y se desborda la ambición de algunos personajes.

Se dice, en Seúl, que un alto dirigente del deporte ofrece a Manuel dos mil dólares a cambio de que consiga una medalla.
Youshimatz:

- Sí, sí se produjo ese ofrecimiento, pero yo lo consideré un insulto. Lo rechacé. ¿Cómo me ofrecían, en ese momento, un apoyo que me negaron sistemáticamente a lo largo de cuatro años, en los que prácticamente mendigué ayuda- Yo estaba muy indignado: tontamente había supuesto que por ser medallista, permitirían, cuando menos, que Juan Sandoval estuviera presente en Seúl. Ni siquiera a eso accedieron y ahora se presentaban ante mí ofreciéndome un premio...

La final fue el día 24.

Acaso un titubeo haya privado a Youshimatz de una nueva medalla:

Se acercaba el sprint 14. El danés Dan Frost y el holandés Leo Peelen tenían una vuelta de ventaja sobre el grupo. Al llegar al siguiente giro, puntuable, Manuel -sexto en la clasificación- tomó la delantera. Se esperaba de él un ataque que le permitiera acercarse a los líderes. Pero no sucedió: Youshimatz subió al peralte y trató de estudiar la situación. Perdió entonces instantes preciosos. El pelotón lo absorbió. Se había escapado la gran oportunidad...

Manuel concluyó en el noveno sitio y declaró a los reporteros:

- Este resultado me produce la misma satisfacción que aquella medalla obtenida en Los Angeles. Ahora competí contra los mejores especialistas en esta prueba. Estoy satisfecho de mi actuación; estuve en la lucha en todo momento.

Habrá que decirlo: no, no parece un ciclista.

Sus modales son moderados.

Viste con modernismo pero, a la vez, con elegancia.

Con pulcritud extrema.

Estudió en la Universidad Iberoamericana la licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Pública.

En 1989 se casó con Lorena Hernández, y han procreado a Manuel Alejandro que tiene escasos dos años de edad.

Se expresa con toda seriedad.

Sigue siendo serio y reservado. Ocasionalmente obsequia una tímida sonrisa.

Pero está, todavía, en la lucha. . . como siempre.

Youshimatz tenía en mente Barcelona. Anhelaba cumplir otro cielo olímpico; otros cuatro años de lucha, de buscar todo tipo de apoyos: morales, técnicos, económicos... Soportes -puntualizaba- que me fueron negados sistemáticamente y cuya ausencia influyó decisivamente para que yo no alcanzara mejores resultados".

Pero Manuel encontró ayuda en un excompañero deportista, Raúl González Rodríguez, en su carácter de presidente de la Comisión Nacional del Deporte.

-El sí entendió lo que un deportista necesita para buscar la victoria olímpica, aunque al final tanto yo como otros, no pudimos concretarla, pese a dar nuestro mejor esfuerzo.

1989:

En mayo, Manuel gana el certamen internacional de Osaka, Japón, y se perfila como uno de los favoritos para triunfar en el campeonato mundial a celebrarse en Lyon, Francia, en agosto. Un peleado cuarto lugar coronaría sus esfuerzos; tan valioso ese resultado como aquella presea en Los Angeles. A fines de año, ganaría una etapa de la Ruta México y sería líder durante cuatro días.

1990:

Manuel y Lorena se casaron en febrero. En julio, Manuel obtendría el título de la prueba por puntos en el campeonato panamericano que tuvo lugar en Duitama, Colombia; meses después se ubicaría en la décima posición en el mundial de Japón. En septiembre, participó con mala suerte en la Ruta, cayendo en el trayecto de la etapa Toluca-Cuernavaca; no se recuperó, sin embargo, aún así compitió en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en la ciudad de México, ubicándose apenas en el sitio 19.

1991:

Youshimatz, "casi siempre solo---, acompañado en su preparación por su hermano Germán, su entrenador Julián García y el doctor Eduardo Velázquez, y con el apoyo de la Comisión Nacional del Deporte, enfocó su atención en el campeonato mundial de Stuttgart, al cual prefirió, olvidándose de los Juegos Panamericanos, que casi por las mismas fechas se realizaron en La Habana, Cuba. En Alemania, el mexicano obtendría otro valioso, quinto sitio.

Y llegaba el año olímpico: 1992.

Barcelona estaba a la vista.

Poco había faltado a Manuel para ubicarse en el podio, tanto en Lyon como en Stuttgart, ante los mejores del mundo. Pero Youshimatz era uno de ellos. Como lo hicieron los marchistas y algunos fondistas, Manuel también probó un entrenamiento de altura en Bolivia, en abril y mayo; posteriormente incrementó su preparación en Toluca, compitiendo en algunas pruebas en los Estados Unidos.

Sin embargo, a dos meses de la cita olímpica, sufrió un mal momento: la muerte de doña Elodia Sotomayor de Youshimatz, su madre, su apoyo. . .

-Esto me afectó anímicamente mucho.

Mas, llegó el momento olímpico para Manuel.

28 de julio: la eliminatoria en el óvalo de 250 metros del velódromo de madera de Val D'Hebrón...

Manuel hace lo justo; ha madurado. Ya no es aquel ciclista que se come la pista, corno en Seúl, en las eliminatorias -para llegar exhausto, aún a la final, donde quedaría noveno.

Hoy Youshimatz acumula 28 puntos y queda en la cuarta casilla. Ha asegurado su participación, entre los 24 mejores ciclistas, en una difícil prueba sobre 200 vueltas al óvalo.

Diría a Armando Satow, allá en las tribunas de Val D'Hebrón:

-El primer objetivo era calificar y está cumplido. Hoy fue una prueba de tanteo pues nadie enseñó sus armas... No se puede saber si uno ganará una medalla. Eso se siente allá, en la pista; como va sintiendo uno la prueba y si hay el momento idóneo para atacar y sacar ventaja.

Viernes 31 de julio, final de la prueba por puntos, o también llamada australiana, sobre 50 kilómetros:

La noche cae sobre Vall D'Hebrón, pero una excesiva humedad parece que será el peor enemigo de los ciclistas que se lanzan, como tromba, sobre ¡a madera de] óvalo, que cruje a su paso...

Desde el primer momento queda patentizado que será una férrea lucha por las medallas. Más de una docena de ellos tienen las cualidades para triunfar, y más que rodar y cuidarse, la gran mayoría pedalea sin cesar en un desmedido, afán de acumular puntos.
Manuel ataca y logra dos puntos en el giro 18.

Pero tras él, va el resto, como jauría.

Cuando se cumplen cien giros, el checoslovaco Tesar Lubor y el italiano Giovanni Lombardi puntean, seguidos del alemán Guido Fulst, el belga Cedric Mathy y el hábil y enjundioso holandés Leon van Bon. Manuel Youshimatz ocupa la vigésima posición.

Tras dos o tres intentos, por fin, Manuel logra cuajar nueve puntos, antes de concluir la prueba un cerrado duelo entre Van Bon y Lonbardi, quien se alza con la medalla de oro con 44 unidades, seguido por el holandés a un punto. Maatthhyy quedó tercero con 41 puntos.
Manuel se ubicó en el lugar 14, con 11 puntos, en una prueba en la cual ninguno de los 24 medallistas que actuaron en la final logró, como en otras ocasiones, sacar una o dos vueltas al resto de competidores, pues en promedio se rodó a 49.190 kilómetros por hora.

Diría Manuel en Barcelona:

-Fue una prueba muy rápida. Quise irme en fuga, pero no pude, no se logró. Esta es una competencia que no tiene reglas; es muy impredecible, pues ahora se ganó con sprints.

Como otros tantos deportistas que actuaron en Barcelona sin éxito, Manuel fue severamente asediado, criticado, incomprendido; sin embargo, Youshimatz guardó silencio ante las críticas, la mayoría sin fundamento, hechas por personas que no fueron, al menos, testigos de lo que sucedió en Val D'Hebrón.

En el deporte mexicano se sucedieron varios cambios en 1993. Manuel empezó a perfilarse como entrenador, con juveniles en la UNAM; y al parejo buscó nuevamente representar a nuestro país, ahora en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Ponce, Puerto Rico, a donde acudiría. Un noveno lugar culminó una de las más exitosas carreras como pedalista, durante casi 20 años en activo.

-Un sueño ser ahora entrenador...

-Tenía pensado llegar a ser entrenador nacional de pista, dar a las nuevas generaciones parte de mis conocimientos, de mis experiencias, sin embargo... lo comenté con el presidente de la federación, Hector Soberanes, y me dijo: ni pensarlo. Eso no está en mis planes. . . realmente decepcionante.

-Muy dura la vida de un ciclista, Manuel.

Youshimatz responde con toda seriedad:

-Pero muy apasionante e ilustrativa a la vez. . . el ciclismo me enseñó a valorar la vida, a valorar a las personas; a comprender que las situaciones difíciles pueden ser resueltas si se combaten con un poco de empeño y mucho trabajo... el ciclismo me ha enseñado a creer en mi país y a comprender que no obstante la labor negativa de algunos individuos, puede haber un futuro favorable si se trabaja con determinación y coraje, haciendo a un lado la adversidad.

Se produce una pausa en la conversación.

La rompe así Youshimatz:

-Cuando un ciclista está arriba de la máquina y le dan el banderazo de salida, es como si le dieran una señal para empezar una nueva vida. . .

-¿Eso es, Manuel?

Youshimatz asienta con un movimiento de cabeza.

... Ojalá y hubiera un banderazo de salida para que todos los mexicanos iniciáramos la carrera hacia una nueva meta: un mejor país para todos.

-Ojalá, Manuel

Ahora, él empieza otra carrera: la de político en el deporte, buscando llegar al éxito como lo tuvo en Los Angeles.
posted by Pedro Díaz G. at 5:01 PM 0 comments
Mario González, qué historia



Ramón Márquez C./ Armando Satow

Eran dos pares de guantes de vinil, pequenos, apropiados para sus edades: Ulises tenía ocho años; Mario, siete.

Camino a casa se los probaron.

Y sugirió Mario:

¿Nos damos un entre?

Ya vas-, aceptó Ulises.

Fue la primera de una larga serie de amistosas confrontaciones pugilísticas entre los dos hermanos. Y lo hacían tan bien que esas exhibiciones eran un obligado espectáculo en toda reunión familiar. Después, los guantes eran guardados en un closet.

Hasta que aquellos, los de Mario, fueron sustituidos por unos de verdad...

Mañana del 2 de octubre de 1988.

Seúl: capital sudcoreana, capital olímpica. Hoy morirá otro ciclo olímpico.

Sopla un vientecillo frío, nostálgico. Las siempre congestionadas avenidas seulitas están hoy semidesiertas.

Muchos atlletas deambulan sin expresión por la Villa Olímpica

Sólo esperan el momento del adiós.

Otros se aprestan, nerviosos, a hacer frente al compromiso final
Otros aguardan el momento culminante: recibir una medalla olímpica.

Es Mario uno de ellos.

Son las 6 de la mañana. Y él ya está en el comedor. Par de huevos fritos con jamón, jugo de naranja, café... Y profundas reflexiones.

Mario:

Seúl me pareció más bonita aquel día. Había mucha paz, yo la sentía en mi interior. No tenía miedo, ese miedo, esos nervios que vi en los rostros de los peleadores que subieron al autobús y partieron hacia la arena para sostener ese anhelado combate por la medalla de oro. Con toda mi alma me hubiera gustado ir en ese camión, porque significaba la gran culminación de una carrera... Pero ya había asimilado mi realidad: aquella lesión en el hombro me había impedido llegar a más y me encontraba satisfecho con mi medalla de bronce. Algo muy raro me invadía el espíritu. Sabía que esa mañana era la más importante de mi vida. En unas horas la bandera de mi país ondearía en tierras extrañas y muy lejanas. Y era por mí. ¡Jamás lo soñé! ni siquiera en aquellas fantasías de la infancia.

A las 8:30 sube al autobús y parte rumbo a la arena.

A las 10:25,ya uniformado de blanco cruza el pequeño pasillo que comunica los vestidores con el cuadrilátero de la arena Chanishil. Hay efervescencia. Es la premiación de la categoría de peso mosca del torneo olímpico de boxeo y el coreano Kwang Sun Kim es el campeón. Ruge el. público; entona cánticos; retumba el sonido del tambor y esas palmadas a ritmo frenético.

A las 10:26 sube al podio.

A las 10:29 son izadas lentamente cuatro banderas. Debajo de la coreana, la de- Alemania Democrática después, a un mismo nivel, la de México y la de la URSS.

Mario sólo tiene ojos para aquella, la tricolor, la del águila y la serpiente sobre fondo blanco.

Mario:

- Ha sido el momento más emotivo de mi vida.

- ¿Qué pensaba entonces?

- Realmente no lo sé. En todo. En mi familia; en el momento en que decidí convertirme en boxeador; en mis primeras peleas, en mi país... En ese orgullo que te sale de muy adentro y que casi te hace llorar. En ese momento repasé mi vida y sonreí: había sido como una larga pelea de boxeo.

Cuéntenos, Mario
-Y bien...

Mario González Lugo nació en Puebla el 13 de agosto de 1969. Es el segundo de ocho hermanos -Ulises, Martha, Víctor, Francisco, Maximino, Xóchitl y Penélope-, Sus padres Guillermo González y Zenaida Lugo.

El trabajo de don Guillermo, por supuesto, no satisfacía completamente las necesidades su gran familia.

Mario:

-No era sino obvio que enfrentásemos problemas económicos que, sin embargo, no hacían mella en nuestro ánimo. Dentro de nuestras carencias, éramos muy felices. Sí, claro que nos hacíamos muchas preguntas: ¿por e no teníamos dinero, ni juguetes, ni ropa -buena, ni viajes, ni diversiones-... Y lo más difícil era aceptar el día de Reyes, porque nunca llegaba el juguete que habíamos pedido. Pero nuestra situación no era distinta a la de todos nuestros amiguitos, así que aprendimos a conformarnos.

Las diversiones eran como las de cualquier otro chiquillo:

Juegos de todos los tipos... ¿Deportes? Especialmente el futbol, que se jugaba en interminables cascaritas hasta que caía el atardecer en aquellas polvosas callejuelas de¡ barrio, en las que ocasionalmente Mario demostraba que era bueno con los puños.

Mario:

-A pesar de eso, el boxeo nunca me atrajo como deporte. Me gustaba el futbol.

Pero...

Llegaron los guantes de vinil; aquellos combates con su hermano y fueron más frecuentes los pleitos en la calle y acabó la primaria. A los 11 años, ya en la secundaria, la invitación de su padre:

- He notado que tienes facultades para el pugilismo, hijo. . . ¿Por qué no lo aprendes? ¿Por qué no vienes conmigo al gimnasio?

Mario:

- Y me decidí... Ya me tenían harto los comentarios de mis amigos de que yo parecía boxeador. "Ahora sí voy a serio", les dije y después, aunque parezca increíble, me costaba trabajo hacerles creer que ya iba a debutar como peleador amateur.

Eso sucedió en 1981, después de que Mario invirtió muchos meses en el aprendizaje de¡ boxeo. Todas las tardes, al salir de la secundaria, se iba directo al gimnasio. Compitió en varios torneos infantiles hasta que en 1984, su padre lo inscribió en el torneo local de los Guantes de Oro. Mario compitió en peso paja. Sostuvo cinco peleas, las ganó todas y conquistó el primer lugar.

Mario:

- Para ese entonces el boxeo ya era en mí una pasión. Debo admitir que al principio me atrajeron los comentarios de] mucho dinero que ganaban los boxeadores profesionales y todo lo que de ellos se decía. Yo quería ser alguien, ya no sufrir tantas privaciones. Y eso me animaba a seguir. Pero de repente llegaron los Juegos Olímpicos de Los Angeles 1984 y cambiaron mi perspectiva. Yo veía todas las peleas y cuando subía un mexicano quería ponerme en su lugar. ¡Qué orgullo representar a mi país en el extranjero! Eso se me convirtió en una obsesión. Me propuse llegar. Me inspiré en Héctor López, cuyo estilo me maravilló: entrar y salir, manejar los espacios, la rapidez; la elegancia. Cuando llegó la final yo estaba seguro de que Héctor sería campeón, pero desgraciadamente, contra el italiano Stecca no fue el mismo boxeador de anteriores combates.

Mario fue campeón de los Guantes de Oro en Puebla, durante tres años consecutivos, los dos últimos ya como peso mosca y esos triunfos fueron su carta de presentación ante Raúl Ratón Macías, en ese entonces presidente de la Federación Mexicana de Boxeo Amateur, quien aceptó que el boxeador poblano -de apenas 16 años de edad- ingresara al Centro Deportivo Olímpico Mexicano. Eran los primeros meses de 1985.

Mario:

- A partir de ese momento mi vida cambió por completo. Yo, un chiquillo provinciano que jamás había salido de su ciudad, ya estaba en el famoso CDOM, preparándose al lado de los mejores, viviendo en la e 1 udad de México y así, de repente, ya alistándose para salir al extranjero, porque el Ratón me dijo que yo estaría un mes a prueba en el CDOM y ya habían transcurrido cinco. Entonces fui seleccionado para participar en el torneo Batalla de Carabobo, en Venezuela. ¡Imagínese!, yo nunca había subido a un avión. Fue una grata experiencia, pues llegué a la final de ese certamen en la que perdí ante el experimentado venezolano David Grimann, segundo mosca en las clasificaciones mundiales. Yo sangraba profusamente de la nariz y el réferi detuvo el combate en el tercer round. Esa ha sido mi única derrota antes del límite.

La carrera de González fue en ascenso. Y así, en 1987 participó en el importante torneo Química Halle, en la RDA; en el Centroamericano y del Caribe, en Costa Rica; en el Batalla de Carabobo, en Venezuela; en el Internacional, en Colombia; el Simón Bolívar, en Venezuela y el Guantes de Oro, en Guatemala.

Mario:

- Más importante que triunfos o derrotas, fue que obtuve una gran experiencia. Si pensaba que podía ser seleccionado para los Juegos Olímpicos, debía de tener una buena base que me apoyara.

Llegó, por fin, 1988.

El año olímpico.

El año de Seúl.

Mario había afianzado su puesto como seleccionado nacional y a partir de abril inició una campaña que lo llevaría a los cuadriláteros olímpicos de la arena Chamshil.

Recuerda:

- Gané oro en el torneo MVR, plata en Colombia, bronce en el Batalla de Carabobo y en el Simón Bolívar y oro en un certamen en Cuba, después de vencer a cinco peleadores locales. Este fue, en mi opinión, el mejor fogueo; el que me dio una gran confianza para afrontar los Juegos Olímpicos... Cuando me avisaron que estaba seleccionado para Seúl, sentí algo así como un vacío muy grande en el estómago. La emoción me hacía sentir frío y también, en esa rara mezcla de sensaciones, me invadía una inmensa satisfacción al saber que habían sido premiados aquellos largos meses de esfuerzo, de sacrificio, de preparación.

Cuando trepó al avión que lo conduciría a Corea, su récord señalaba: 70 peleas, 61 victorias -25 por nocaut- y 9 derrotas.

POR FIN, UN BOXEADOR

Vicente Borrego Torres -de profundas raíces en el boxeo de paga- preparó a un espléndido equipo para los Juegos Olímpicos de Seúl. Los peleadores mexicanos integraban un grupo muy compacto de jóvenes con similares características: buen boxeo, agresividad y solidez en los puños, pero con una gran agravante: de hecho, no practicaban el pugilismo de aficionados, sino- el profesional. Lejos de la rapidez de brazos y piernas que debe poseer un pe. leador aficionado, ellos preferían atacar a base de pasos firmes y lanzar pocos golpes, buscando más la contundencia que la cantidad. Dicho de otra forma: de no ser por la vía de la detención del combate, en caso de llegar éste al límite de los tres rounds sería muy poco probable que la decisión fuese para aquellos boxeadores que siempre subían al ring con un sarape sobre sus morenos cuerpos.

Así a cambio de una espectacular victoria inicial -el peso gallo José de Jesús García noqueó en un round- que hizo concebir fugaces esperanzas, antes de que Mario debutara en el torneo ya habían sido eliminados tres peleadores mexicanos: el pluma Miguel Angel González, el ligero Guillermo Tamez y el medió Martín Amarillas. No era extraño: habían sido' superados por auténticos boxeadores amateurs.

En tal virtud, la presencia de Mario fue un paliativo.

Al fin, sobre el ring, pudo observarse en acción a un peleador mexicano que conservaba el más puro estilo de aficionados.

El primero en comprenderlo fue Teboho Mathibeli, de Lesotho, para quien esa pelea significó debut y despedida en los Juegos Olímpicos.

Esa noche del 21 de septiembre Mario dictó su primera cátedra boxística. Sufrió serios, avisos, como un violento cruzado de derecha, el primer asalto y un gancho izquierdo en el segundo, pero fue todo. Manejó admirablemente la distancia e hizo fallar a su rival una gran cantidad de golpes para conectarlo limpiamente en el contraataque. Pegar y salir: la gran táctica. En el tercer round, cansado ya de tanto fallar, Mathibeli fue víctima de una pertinaz llovizna de cuero sobre su rostro de ébano.


Ninguna duda: el triunfo del mexicano F por puntuación de 5-0.

Mario:

- Para mi fue muy alentador conseguir esa victoria y ofrecer esa actuación. Aunque ya había acumulado una buena experiencia después de los combates sostenidos en el extranjero, no dejé de sentirme nervioso cuando subí al ring a disputar mi primera pelea olímpica. Todo se facilitó, sin embargo, cuando conecté una buena combinación: jab de izquierda seguido de perfecto cruzado de derecha. Los dos golpes llegaron limpiamente a la cara M negrito. A partir de ese instante supe que la victoria sería para mí.

Aquella noche en el vestidor, alguien lo felicitó por su brillante estilo de boxeo amateur. Mario, ruborizado, respondió:

- Yo no soy un fajador; no soy un noqueador. Lo mío es el boxeo. Lo siento como el arte de la defensa personal y así lo practico. Yo no quiero problemas de veredictos sospechosos. Aquí se gana boxeando. Y yo soy boxeador.

No lo sabría Mario, pero la fecha de aquel, su segundo combate olímpico -domingo 25 haría historia en su vida: los resultados de las peleas de esa tarde le llevarían a la conquista de la medalla de bronce y a la vez, le impedirían colmar un anhelo más caro: llegar a la final del torneo.

Historia de unas horas y su gran trascendencia, que tendrá que ser contada en breves capítulos.

Sorprende Mario González.

¿Qué no era un boxeador habilidoso, cuya premisa era la defensiva- ¿Qué no era un experto en el contragolpe-

Este que combate contra el indio Manoj Pingale es muy diferente.

Se ha salido por completo de su estilo.

Ahora asume la ofensiva.

Ramón Márquez C., enviado del diario unomásuno, a los Juegos de Seúl, escribió en su crónica de esa tarde:

- Nosotros -dice Mario- teníamos bien estudiado al indio. Durante dos horas vimos el video tape de su pelea anterior y decidimos cambiar de estilo; de otra manera no hubiera habido pelea, porque los dos practicamos el boxeo sobre piernas y a la expectativa.

Y ahí radicó el éxito del poblano. De ser un púgil que basa su accionar en el boxeo defensivo, pasó a asumir una ofensiva total. Y entonces mostró otra interesante faceta: su habilidad para el ataque. En un principio el cambio pareció afectarle. Fue con más precipitación que inteligencia sobre el indio. Le cortó todos los espacios. Se metió en su guardia, aunque perdió muchos disparos por no manejar con serenidad las distancias. Y Pingale, con el compás de las piernas bien abierto, listo para golpear y salir, aprovechó las embestidas del mexicano y 'Conectó buenos impactos al contragolpe. Especialmente con la izquierda: un opercot y un gancho dieron de lleno en el rostro de González, pero no hicieron efecto. El mexicano insistió en su acoso y cuando el réferi Roderick Robertson, de Gran Bretaña, lo amonestó por golpear -según él- demasiado bajo, cambió el rumbo de sus disparos e hizo blanco, espectacularmente, en la cabeza de su rival.

La pelea se ha nivelado. La puntuación debe estar de lo más pareja.

Tercer round.

- Sabía que tenía que forzar el combate -acepta Mario-, pero mi . entrenador me indicó que peleara con más inteligencia.

Lo hizo Mario. No obstante que mantuvo en todo momento la ofensiva, logró un combate espléndido... Ahora va al ataque, sí, pero finta la entrada, espera el counter de Pingale y entonces contragolpea. La izquierda va arriba y abajo. La derecha por fuera, corta la salida del indio, que va de esquina a esquina y no sabe qué hacer: sus golpes se pierden en el aire y los de su enemigo le laceran el rostro. González redobla su ritmo de combate. Pingale se estremece una y otra vez. Parece que cae...

No sucede así. Llega de pie al final, pero no podrá evitar la derrota.

- La medalla, Mario...

- Sí, caray.. . Siento que ya la tengo en la bolsa. Ojalá...

De hecho la tiene.

Porque, mientras Mario conversa con los reporteros, el ghanés Alfred Kotey -primo de aquel David Kotey que se coronó campeón mundial pluma al vencer a lo que quedaba del inolvidable Rubén Olivares- enfrenta a Benjamín Nvangata, de Tanzania. Lo vence por puntos, pero baja del ring con un parche que le cubre parte del pómulo izquierdo.


Está herido. ¿Podrá pelear-... Es el ene migo que separa a Mario de una medalla.

Pero surge otra pregunta que inquieta ¿podrá pelear González? Pocos se han dado cuenta, pero Mario mueve nerviosamente:el hombro izquierdo.

- ¿Qué pasa, Mario

- Nada. Una pequeña molestia. Pero no es nada.

Sí que lo era:

En el tercer asalto de aquel duelo contra Pingale, el mexicano Y el indio fallaron al disparar simultáneos ganchos derechos. Ambos se golpearon el hombro izquierdo. ¿Habrá tenido alguna consecuencia el que recibió Pingale? Sólo él lo sabrá. Lo que no supo jamás fue el daño que su fallido golpe causó: Rafael Ornelas, el doctor del equipo mexicano de boxeo, toma unas radiografías del hombro izquierdo de Mario. Su diagnóstico:

- Esguince en las articulaciones, con ruptura total de ligamentos. Lesión que tarda en sanar 30 días.

Que nadie lo sepa.

Hay que esperar...

Martes 27 de septiembre.

Durante la ceremonia del pesaje, el esparadrapo permanecía en el pómulo izquierdo de Kotey. Pero ahora escondía una sutura. Y la sonrisa fingida de Mario también escondía algo: su temor por lo que pudiera acontecer si la pelea llegase a ser celebrada.

Por la tarde había aumentado la presión.
Cuando los dos grupos se encontraron en el pasillo rumbo a los vestidores el rostro de Kotey era oculto por una toalla y por el otro lado nadie hablaba de la lesión de Mario en el hombro. Hasta que surgió lo inevitable: ya hacia el cuadrilátero la cara del ghanés se abatió.
Los africanos sabían perdida la causa, porque la sutura estaba la vista y los reglamentos de la Asociación Internacional de Boxeo Amateur impide que un peleador suba al ring en esas condiciones. La delegación mexicana protesta, la africana intenta lo imposible y la AIBA toma una rápida decisión: Kotev es descalificado. Y queda allí, al pie del cuadrilátero, con la barbilla clavada en el pecho, todo él de blanco vestido; la camiseta es surcada por franjas con los colores nacionales de su país: verde, rojo y amarillo.

Mario desciende del ring con una tranquila sonrisa.

Se espera el festejo, porque ha sido asegurada, ya, una medalla. La de bronce cuando rnenos.

Pero Mario recibe a los reporteros con un gesto de contrariedad y aprieta las mandíbulas mientras declara:

- La verdad, me quedé con las ganas de rajársela a Kotey. Sí, me sabe a gloria esta medalla, se cumple mi objetivo de ofrecérsela a mi país, pero me siento como que un poco frustrado. Quería pelear con ese negrito. ¿Que por qué? Nomás porque me cae gordo. Yo estaba allí, en el vestidor, arreglándome, cuando llegó él y me miró así, muy despectivamente, muy sácale punta. Y entonces pensé: "al rato nos encontramos en el ring y ahí me vas a mirar más feo".

Nadie lo sabe, porque todo mundo en el equipo mexicano de boxeo se ¡la puesto la rnáscara de la frialdad, pero el fin de semana es angustioso: lucha la medicina, contra una lesión imposible de curar en tres días.

Jueves 29 de septiembre.

Pelea de semifinales: Mario González, de México, contra Andreas Tews, de la República Democrática Alemana.

Mario:

- Me habían aconsejado que no peleara por el pase a la final. El jefe de la delegación, el entrenador, el presidente de la federación, mis compañeros, todos; sin embargo, me había fijado corno meta ganar una medalla y tenía que ir por más. El hombro me dolía mucho, pero pensé: "es mejor perder arriba del ring que por abandono".

Escribió, en esa ocasión, Ramón Márquez C.:

Todavía esta tarde, a las 19 horas, hubo una úlltima reunión en la Villa Olímpica.

El doctor Ortielas preguntó a Wario González si quería pelear a pesar de esa lesión en el hombro izquierdo.

El entrenador Vicente Borrego Torres le pidió que no lo hiciera.

Pero Mario reflexionó:

- Si he de perder, que sea en el ring.

Así fue. Así sucedió.

Dice Mario:

- Solamente salí a intentar lo casi imposible. Sé que no soy un noqueador, pero tal vez hubiera podido ser.. Le conecté dos buenos derechazos, lo sentí, pero no pude seguirlo. Hoy era un boxeador de una sola mano.

El rumbo de la pelea quedó claramente marcado desde el primer instante: Tews, rubio y espigado se adueña de la distancia, estableciéndola con un jab de izquierda preciso y constante. Mario va al acoso, pero no puede entrar.

El dolor en el hombro estaba canijo. Pero en un ring uno no puede quejarse. Así que salía rifármela, aún a sabiendas de que estaba muy disminuido.

Quienes no sepan lo que sucede, verán en el peleador mexicano a uno muy distinto de aquel que venció a Pingale: va bien en sus movimientos de piernas, pero no tiene velocidad ni puntería y mucho menos, fuerza en los puños. Así que Tews maneja tranquilamente el combate, alerta en el counter. Conecta hasta con cierta facilidad los recios de derecha, que vulneran limpiamente la guardia de Mario, hoy imposibilitado para esquivar los disparos.

La pelea será una copia en cada uno de los tres asaltos.

En su libreta de anotaciones, al empezar el tercer round, escribe el cronista:

A tres minutos de un imposible.

Lo fue.

En el vestidor suda el pequeño poblano, intensamente. Una toalla le cubre la cabeza. Está compungido.

- Tengo el consuelo de que hice lo necesario. Me hubiera gustado seguir adelante. Lo impidió esa inoportuna lesión en el hombro izquierdo. Esa es una desventaja demasiado grande, porque es la mano con la que entra un peleador derecho.

Corrobora Vicente Torres:

- Un boxeador derecho sin la mano izquierda es un peleador que no sirve. Por eso quería dejar pelear a Mario.

Dice luego el entrenador:

- En realidad, alabo el esfuerzo sobrehumano de Mario; estoy orgulloso de su casta, de su vergüenza. Peleó en muy desventajosas condiciones.

Mario sigue consternado. Con la mirada clavada en el piso.

Alguien le pide que haga un balance final. Dice entonces:

- La verdad, me siento satisfecho. Porque di todo mi esfuerzo. Nadie puede reprocharme nada. Pienso que tengo facultades como para haber dado a mi país una medalla más importante; estoy seguro de que hubiera podido vencer al alemán democrático, pero no pudo ser.

Llega el 2 de octubre.

Y, con él, la premiación.

Y el final.

-Muere otro ciclo olímpico.

Al día siguiente, con el último grupo de atletas mexicanos, Mario arriba a la capital procedente de Seúl.

El y Jesús Mena polarizan la atención de familiares, aficionados y periodistas que se dan cita en el aeropuerto de la ciudad de México. Son cerca de tres mil personas. Varios autobuses han llegado desde Puebla.
Dice Mario:

- Deseaba dar más, pero aquella lesión me lo impidió.

No había necesidad de más explicaciones. La gente lo abrazó, te felicitó, le aclamó...

Mario:

- La miel de la victoria. No hay nada igual.

La saborearía a plenitud. Poco tiempo después se hizo acreedor al Premio Nacional de¡ Deporte.

Ya, ya pasó la euforia.

Mario entrecierra aún más sus pequeños, vivaces ojillos, mientras expresa:

- Tengo veinte años y dos objetivos: finalizar mis estudios de secundaria, los que interrumpí por seguir adelante en el boxeo y prepararme intensamente para representar a mi país en Barcelona 1992. Sé que puedo lograr una medalla más importante. Pero necesitaré apoyo. Ojalá lo logre.

Y revela un secreto:

- Es que quiero ser como un ejemplo más de lo que el deporte puede operar en un ser humano. Yo viví una niñez difícil, como la de millones de compatriotas. Pero el deporte me cambió la existencia. Me hizo comprender lo que en realidad puedo valer. Y eso no se logra fácilmente en cualquiera otra actividad...

Mario sólo pudo cumplir su primer objetivo.

Tuvo el apoyo económico para proseguir su carrera deportiva como miembro de la Asociación Mexicana de Medallistas Olímpicos, así como de Proexcelencia Deportiva y la Comisión Nacional del Deporte; sin embargo, en el ciclo olímpico hacia Barcelona se topó con rivales de mayor pegada y quedó fuera de la justa catalana, con lo cual prácticamente se retiró del boxeo.
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Sunday, June 04, 2006

Ana, deleite con sabor a premio




No tiene sueño cuando llega a nuestro país a las dos de la mañana. De triunfos, autógrafos, abrazos, futuro y embelesos va llenando la aeroportuaria madrugada

Pedro Díaz G.

Hay un pasmo inesperado cuando de pronto aparece la dama vestida con pantalón en tonos negros y blusa de tenue café, cabello recogido y fija la mirada en los obturadores, en algunos carteles; en las frases de bienvenida y en cada guiño que la gente, no más de un centenar, le prodiga apenas cruza la salida en el aeropuerto capitalino. Ana Guevara se detiene frente a los reporteros. Y aunque se esperaba su presencia, al verla ahí, sin saber hacia dónde dirigirse, se producen segundos de asombro-admiración extremos, que dejan como paralizados a todos. Sólo rompe el momento el aplauso tímido de las dos de la mañana.
(Rafael Navarro Soto: Fue verdaderamente impresionante el cierre que tuviste en los Juegos de la Amistad. Te mostraste muy superior a tus rivales; con mucha gallardía. Lo que realmente me fascina de ti en esta carrera es el gesto de triunfo con el brazo derecho en alto al cruzar la meta. Llegaste sin echar el cuerpo hacia adelante y totalmente despreocupada por la corredora más cercana. Sabías tuya la victoria...)

Ana Gabriela, carrito con maletas, saca de una bolsa las medallas que de Brisbane ha traído; se regocija con ellas ante la lente. Una inclusive cae al suelo, y, solícito, su representante la resguarda. Hablará la velocista de lo entrañable que se ha hecho su presencia para los australianos, "que me han adoptado como suya"; de sus planes, "regresaré a los entrenamientos después de un descanso, hasta el 8 de octubre, y a las competencias hasta febrero"; de lo por ella conseguido, "pues este año ha sido muy bueno: los Juegos en Brisbane llegan en el momento oportuno para sacarme la espinita que traía desde Edmonton"; y de la añoranza que por sus padres siente, "hola... ¡mamá!, ya estoy aquí, en el aeropuerto", dirá, en llamada por celular hasta Nogales, frente a cámaras de televisión y pequeños que se le acercan para cumplir con el tradicional rito del autógrafo.

Ana no tiene sueño.

Por ello se deja agasajar; una niña en silla de ruedas le sonríe, le felicita; la corredora levanta la bandera de México que uno de sus seguidores le entrega mientras algunas cámaras digitales la siguen a detalle.

Muy delgada se ve la sonorense. Miente, coinciden algunos visitantes, aquel que diga que su aspecto no es del todo femenino. Camina con porte, abriéndose paso entre maleteros ("un saludo para acá, ¿o no?", le piden y ella accede) y viajeros ("who s that girl?" cuestiona un estadounidense en espera de abordar) que en el medio de la noche se unen en una prolongada, calurosa, desmañanada ovación.

Modula su voz, acaso elegante, que suena natural cuando ante los micrófonos estalla. Sabe llevar las entrevistas; luce fresca la campeona de la buena voluntad, a pesar del viaje transoceánico, de las siempre cansadas conexiones. Ana conquistó oro en la prueba de 400 metros planos, y bronce en relevo de 4 x 400, con un equipo internacional, y se convirtió, además, en la primera mexicana en subir a un podio en los mundiales de atletismo: bronce en los 400 de Edmonton.

Una familia se alboroza cuando Ana contesta las preguntas. Ha llegado minutos después la abuela y todos, hijos, sobrinos y nietos producen una escandalosa escena de cariño: le abrazan, le arropan, se la llevan. A Ana le espera un poco de lo mismo: varias de sus mejores amigas están en la sala de espera y, tras los gestos de ternura, escuchan cuando dice: "Las competencias en Brisbane me dejan satisfecha porque se trató de una revancha con mucho prestigio. Estaban aquí las ocho mejores del momento; cierto, no las de Juegos Olímpicos, tampoco Cathy Freeman, que ha levantado una polémica en Australia por su embarazo, pero vencer a quienes me habían ganado en Edmonton es algo que me tiene muy orgullosa. La gente allá me conoce, disfruta con mis triunfos y eso, junto con estas recepciones en el aeropuerto, son detalles que difícilmente olvidas. El que la gente espere hasta estas horas para recibirme me pone contenta; es un gran estímulo. Es algo que te mueve, que te motiva para seguir adelante. Faltan tres años del ciclo olímpico y aún hay muchas cosas por hacer. Cuando me pongo a analizar lo que he logrado invariablemente pienso, también, en lo que viene: entrenar más y conseguir el doble. Por el momento ubicarme entre las primeras del mundo. Buscar consolidarme en el ranking, que se maneja por los puntos de cada victoria, y que ahora me ubica en el quinto lugar. Pero antes, tres días en México, luego un descanso en Nogales, con mis padres, más tarde de vuelta a esta ciudad. Y sí, en efecto: no sabemos si participaré en los Centroamericanos de El Salvador en noviembre; los calendarios, por desgracia, no coinciden..."

(Roxana Contreras: Orgullo. No tienes idea el orgullo que me hace sentir que una mujer mexicana como tú, haya ganado el oro. Cada uno de tus triunfos, estoy segura, nos hacen sentir que sí se puede. Eres un ejemplo a seguir para todo México. Me gusta correr, por supuesto a nivel de hobbie, y cuando lo hago, siempre pienso en ti y en lo mucho que habrás entrenado y en todo lo que habrás tenido que pasar para llegar a donde estás) A la una de la mañana el aeropuerto se ve trastornado por el arribo de varios comunicadores que se encuentran con la sorpresa de que no hay más estacionamiento gratuito para ellos; con gente contratada para lavar cada rincón y de turistas trasnochados en espera del próximo vuelo. Familiares y amigos al acecho del 5369, procedente de Los Ángeles. ¿Qué hacer cuando ella llegue? El salón de conferencias no se ha conseguido así que el restaurante de la sala E servirá para aderezar la bienvenida. Meseros inclusive con cinismo barren el piso donde acomodadas han sido las mesas a manera de presidium: "qué tal que las cámaras la toman desde abajo..."

Nada. A pesar de que todo ha sido dispuesto y algunos reporteros esperan su llegada, Ana, asesoramiento de su representante, ofrece apenas la entrevista de banqueta. Y se apiñan en su derredor los micrófonos. Y se suceden, casi una hora después, otras imágenes: camina Guevara hacia su auto, erguida, imponente; refleja plenitud su gesto insomne, sus pómulos de triunfo. Va hacia su casa en el CDOM, apenas inundado. Al saberlo ella sonríe: "A ver si así lo arreglan", dice y entonces se mueve jubilosa, recuerda sus partidos de basquetbol en la cancha de Conscripto y Periférico y los rebotes uniformes del balón. Vuelve a posar para las fotos; "qué hermosura comentará alguno de los últimos cronistas, tantas horas de vuelo y ella sigue así, con su sonrisa; con su humildad, así, sencilla".

Charla unos minutos, a la puerta del automóvil, con los más allegados. Sigue causando admiración, sobre todo, su figura.

(Eduardo Carbajal: Soy un compatriota que miró por primera vez tu foto en un periódico de Houston el 2 de octubre del 2000, ¡sin saber la clase de estrella que ya eras! Ahora me has llenado de orgullo por tu velocidad, por tu carisma, pero sobre todo por mostrar al mundo a tu fiel acompañante: nuestra hermosa bandera tricolor) Ana está de vuelta, el aeropuerto luce ahora jubiloso. Su andar, el deleite nocturno, sabe a premio.

2001




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Saturday, June 03, 2006

El Calvario de una reina


Pedro Díaz G.

México.- Nunca ha sido sencillo para la campeona olímpica saborear las mieles del triunfo. Desde mucho antes de su encuentro con la gloria en Sydney, el organismo de Soraya Jiménez comenzaba a evidenciar los estragos de un deporte en el que las visitas al doctor son tan constantes como los ascensos al podio.
Fue en 1995 cuando se le detectaron las primeras averías. Y fue la rodilla izquierda la primera en causar problemas, dolores y contratiempos. Un año después volvería al quirófano.
Compitió en 1998, en los Centroamericanos de Maracaibo, lesionada tras un entrenamiento en Mérida. Así viajó. Estoica, incólume. Triunfadora. Tres de oro.
En 1999 se consolidó como la favorita para Sydney. Y cumplió. Pero a las palmas y los elogios le seguirían las interminables citas de hospital; los tratamientos… Más dolores.
La campeona fue operada en Bulgaria de la rodilla derecha y el tobillo izquierdo, por el doctor Alexandrei Alexandrov, apenas dos meses después de la medalla.
Y 2001 le deparaba lesiones en la muñeca; pero 2002 fue especialmente atroz con la heroína mexicana, quien se la pasó de titular en titular entre el caso de dopaje (positivo por Metromedol en el Torneo Panamericano de Barquisimeto, Venezuela), sus excesos de peso y el escándalo por la falsificación de documentos universitarios como pasante de Administración de Empresas de la UNAM para competir en el Mundial Universitario de Izmir, Turquía.
Su tobillo derecho pidió tregua en 2003. Y, para acabar el año, sufrió dolencias por dos pequeñas fracturas en la tibia.
Casi lista para enfrentar lo que sería su segundo ciclo olímpico, Soraya terminó su contrato laboral con el búlgaro George Koev, su entrenador, y decidió cambiarse con el guatemalteco Luis Rosito. Pero vendrían más lesiones. Así es la vida de un deportista: entre pruebas sanguíneas, evaluaciones físicas-atléticas y exhaustivos exámenes.
Ahora, un aneurisma amenaza con afectar su vista. Pasó 30 días en el hospital y por el momento acude diariamente a terapias, lo mismo a la UNAM que al Hospital Metropolitano. Tanto para sus lesiones ortopédicas como el aneurisma, en el Hospital de Neurología. Se recupera.
“Se encuentra perfectamente bien, de las operaciones en rodillas y tobillos no presenta problema alguno", comenta su doctor, Javier Lozano Pardiñas.
Lucha la mujer que venció ya las adversidades y se volvió monarca olímpica. Lo hace con la misma fuerza con la que ese 18 de septiembre de 2000 se convirtió en un ejemplo de tenacidad y diciplina para todos los mexicanos.
Su vida mucho ha tenido de sacrificio: se ha sometido a intervenciones quirúrgicas, ha padecido fracturas en muñecas, tibia, peroné; visita con frecuencia la sala de operaciones, habla con los médicos, sabe de nosocomios, sufre semanas sin apoyar la pierna, se ejercita. Ha sido un viacrucis. Oleadas de acontecimientos, como un imán, viajan detrás de la única monarca olímpica mexicana. Y ella los vence.




15/10/2004


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